La construcción de la paz

Por Andrés Montero Gómez, experto en Psicología de la Violencia (EL CORREO DIGITAL, 14/07/06):

El lenguaje es esencial para nuestra construcción de la realidad. La acción de los seres humanos está mediada, casi en su totalidad, por el pensamiento. El pensamiento está compuesto de lenguaje. La realidad es una representación en nuestra mente. Nuestra conducta sobre la realidad depende, por tanto, de cómo elaboramos nuestras representaciones mentales. Esas representaciones son, principalmente, imágenes, sonidos y emociones entrelazadas por pensamientos. Y los pensamientos son lenguaje. La realidad se construye a través de las palabras, y a través de ella también se manipula. Descifrar el significado de las palabras del otro, así como de sus emociones, es la clave para entender sus actitudes, sus intenciones y su conducta. Si ustedes tuvieran un descifrador de códigos para desentrañar cómo edifica su propia realidad cada persona individual con la que se encontraran en su vida, acabarían entendiendo las claves de la existencia. La única objetividad a la que podemos aspirar es precisamente ésa, tener la capacidad de comprender cuantas realidades distintas están presentes en un escenario social y de qué modo están codificadas.

Y puesto que la realidad que construimos depende de nuestras representaciones mentales y éstas del lenguaje, podemos emplearlo para influir en la percepción de otros, en cómo otras personas urbanizan su realidad. Es parte de la labor de los medios de comunicación o de la publicidad. A la hora de entender qué está sucediendo en Euskadi en el proceso de desactivación de ETA es muy importante descifrar las representaciones mentales que subyacen a cada palabra que los distintos actores pronuncian. Dos de las palabras centrales en el proceso son negociación y paz. Cada una de ellas está articulada por los distintos actores para crear, para influir, una determinada representación mental en el receptor del mensaje, en el ciudadano votante pero también en el resto de actores involucrados en el peculiar escenario social que se ha compuesto para la disolución de ETA. Comencemos por la paz.

Paz es una palabra muy grande. Actualmente, en el camino hacia el cese del terrorismo de ETA, el actor que más la emplea, y que ha hecho de ella el epicentro de su mecanismo de manejar la percepción del resto de humanos asistentes al escenario, es el Gobierno y el PSE, pero sobre todo el Gobierno. El nacionalismo vasco y la propia ETA, la ilegal Batasuna en ella incluida, prefieren emplear terminología que no visibilice tanto el carácter violento del terrorismo con el que la banda criminal ha pretendido mantener un conflicto de décadas, y por tanto recurren más a 'normalización', apellidada o no 'política'. La paz es un concepto elegido con preferencia por el Gobierno de España.

Utilizar la expresión 'paz' tiene un riesgo. Inexorable aunque no exclusivamente, paz tiene un vínculo dicotómico con la guerra en nuestro espacio semántico. Si vamos hacia la paz es que ha habido guerra, nos dice nuestra mente. Y a través de las asociaciones lingüísticas que hemos interiorizado por nuestra educación cultural, la guerra está ligada igualmente a la idea de que existen unos bandos enfrentados que la practican. La noción de guerra nos llama a visualizar, en general, un conflicto donde luchan unos contendientes. En el caso del terrorismo de ETA eso no sería lo peor, calificarla de contendiente de un Estado democrático. Lo peor es que en una guerra, por muy asimétrica que sea, se presupone a los beligerantes un determinado derecho de serlo, es decir, la legitimidad de hacer la guerra, de revelarse contra algo empleando la violencia para matar. Es decir, el mensaje con el que ETA lleva armando su justificación durante décadas. Todas estas nociones se activan automáticamente en el cerebro de muchos de los ciudadanos cuando escuchan hablar a sus gobernantes de paz. Probablemente, el PSOE y el Gobierno sean conscientes (espero) de tales activaciones semánticas cuando han decidido emplear semejante terminología belicista en su mensaje, pero puede que les compense el precio a pagar porque saben que 'paz' también desencadena en el auditorio otras reacciones semánticas y, lo mejor, emocionales.

La paz, por supuesto, evoca la consecución del anhelo de bienestar. Quien nos traiga la paz será quien nos proporcione seguridad, quien finalmente acabe con las escoltas en Euskadi, quien erradique los atentados terroristas que han nacido en el interior de nuestro suelo, quien resuelva nuestra ansiedad. Es el mensaje que quiere transmitir el Gobierno, aun a pesar de las connotaciones negativas de la palabra 'paz' aplicada al terrorismo. La inversión le merece la pena porque, además de pasar a la historia como el Ejecutivo que acabó con el terrorismo en España, quiere ganar las próximas elecciones. Ambos objetivos legítimos, claro. También es rentable a pesar de que los críticos con el proceso del fin del terrorismo etarra están reclamando a Zapatero que no utilice la paz cuando no ha existido la guerra. Todo pretende estar muy medido en cada discurso.

Del mismo modo, la 'paz' es un concepto tan complicado que se revuelve incluso hacia quienes critican su empleo. Desde el PP, por ejemplo, se argumenta que no puede hablarse de proceso de paz en la disolución de un grupo terrorista, que lo único pronunciable y aceptable es la derrota de la banda criminal. Pues bien, un proceso de paz también supone que una de las partes ha cedido, ha llegado a la conclusión de que ha sido derrotada. ETA ha dado el paso hacia el alto el fuego permanente, reconociendo implícitamente, aunque no es su discurso, que su violencia no llegará a obtener ninguna contraprestación directa, ni en el corto ni en el largo. La paz en Euskadi también es la derrota de ETA y el triunfo del Estado. Hasta aquí la paz. Otro día descifraremos el asunto de la negociación.