La conveniencia de tener un plan

La economía española nos da un susto tras otro. Claro: era de esperar. Si alguien pensaba que con un nuevo Gobierno todo sería más fácil, estaba equivocado. Los sustos los dan los mercados financieros, que están inquietos: por España, por la Unión Europea, por el petróleo, por China¿ Y, claro, cada noticia nueva pone en marcha una cadena de reacciones: sube la prima de riesgo, los gurús económicos hacen nuevas predicciones catastrofistas, las autoridades europeas vuelven a decirnos lo que debemos hacer, y así hasta el próximo episodio.

No solo son los mercados los que se ponen nerviosos. También dentro del país se oyen voces críticas: el Gobierno ha fracasado, habrá elecciones anticipadas, nos van a rescatar, el fin del mundo llegará la semana que viene, etcétera. Unos, porque el Gobierno se ha pasado; otros, porque no ha llegado o porque no ha hecho lo que yo decía que tenía que hacer o, simplemente, porque no sabemos lo que nos pasa y, claro, manifestamos nuestro descontento.

Siempre he pensado que no hay que dar consejos a quien no los pide, pero esta vez me voy a dejar llevar también por ese nerviosismo generalizado y voy a decir algo de lo que me parece que el Gobierno debería hacer. Sin pretensiones de que me haga caso, claro. Pero ahí va, por si nos puede ser útil a los ciudadanos.

Necesitamos un plan. Supongo que el Gobierno lo tiene, pero no lo veo por ningún lado. Un plan significa varias cosas. Una: debe abarcar todos los problemas importantes, porque todos están relacionados. La reforma laboral, por ejemplo, es la hermana de la de las pensiones, la tía de la recuperación de la confianza y la prima de la reforma educativa. Por tanto, el país debe saber que el Gobierno tiene un plan (si lo tiene), que implica a toda la familia de problemas económicos, sociales y políticos del país.

Otra: debe ser un plan a largo plazo. En diciembre, el Gobierno dio el primer paso para corregir el déficit público; el segundo paso fue la presentación de los Presupuestos; el tercero fue la corrección que se hizo a la semana siguiente. Y quedan muchos pasos más. Y luego hay que poner fecha a las distintas acciones. La reforma laboral ya está en la calle, aunque no será la definitiva. Hará falta una reforma fiscal, porque la maraña de impuestos necesita una corrección. Tendrá que esperar unos meses o un par de años, y estará conectada con la reforma de la financiación autonómica, que también tendrá que esperar, pero no mucho. Y así con todo lo demás.

Las distintas acciones se desarrollan en el tiempo, de modo que hay que contemplar un escenario de varios años. Porque a los mercados hay que decirles que sí, que cerraremos el déficit público, pero que no lo podremos hacer este año, ni quizá el próximo, pero sí el siguiente. Y para que se lo crean, habrá que explicar las previsiones del año que viene, y las del otro, y las del siguiente, y las medidas que se tomarán este año, y las del año que viene. Eso es un plan a largo plazo.

Y como las cosas no saldrán tal como estaban previstas, habrá que hacer escenarios. Si todo sale bien, el año que viene estaremos aquí; y si sale mal, estaremos allá, y tomaremos tales medidas; y si sale muy mal, en tal otro sitio, y tomaremos tales otras medidas. Y, al final, esperamos acabar en tal situación, que es la que deseamos, y tardaremos dos años si todo sale bien, y cinco si todo sale mal. Lo importante es que sepamos a dónde iremos a parar, y que el camino que vamos a seguir está previsto y sabemos lo que tenemos que hacer en cada caso. O sea, que el plan es viable. Y, por tanto, que es creíble.

Y todo esto hay que contarlo. Primero, a los de dentro. No nos lo creeremos, claro, porque somos muy listos. Pero sabremos a dónde nos quiere llevar el Gobierno, y cuáles serán los pasos, y cuáles serán los costes. Y luego habrá que explicarlo a los de fuera. A los mercados, que tienen que saber cuáles son los escenarios que maneja nuestro Gobierno. Y a nuestros socios comunitarios, que, nos guste o no, nos deben dar el visto bueno, sobre todo porque ellos ofrecen la garantía de nuestra deuda. Y a la opinión pública, que se deja llevar por las críticas furibundas de los gurús, que decidieron hace un par de años que la moneda única tenía que desaparecer y que desde entonces siguen insistiendo en que los problemas de España, como los de Grecia, Irlanda, Portugal o Italia, van a llevarnos a ese resultado, pero ya.

Pero ya, acabo de decir. Y es que necesitamos paciencia. Nos quejamos de que la reforma laboral no ha dado resultados: claro, no puede darlos al cabo de un mes. Todavía seguimos con el déficit público sin controlar: claro, es cuestión de años, no de días. Recuperemos la serenidad: las cifras de abril no son muy distintas de las de diciembre, o sea que calma. Y diálogo. El Gobierno tiene que mandar, pero nosotros, los ciudadanos y los grupos de interés, tenemos que dar nuestra opinión y, si procede, nuestro consejo. Aunque me temo que la atmósfera política no está para mucho diálogo, ni el letargo de la sociedad civil ayuda a crear el ambiente necesario.

Antonio Argandoña, profesor del IESE. Universidad de Navarra.

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