La convergencia digital

Cuando, hace casi tres décadas, Canal Satélite Digital ya bregaba con la televisión de pago en España, era impensable el escenario que enmarca la reflexión de ahora mismo: ultra alta definición y autopistas digitales.

Pero ¿qué ha ocurrido en este tiempo? El paso de la tecnología analógica a la digital ha supuesto un cambio intenso en la calidad de la transmisión y recepción de los contenidos; se han digitalizado las conexiones terrestres con la sustitución de los pares de cobre por redes de fibra óptica; y las televisiones de tubo han evolucionado hasta las actuales pantallas planas de alta definición.

Nuestra aspiración es seguir desarrollando la tecnología para la creación de autopistas digitales universales, pero también escalables, duraderas, flexibles y respetuosas con el medio ambiente. Un objetivo difícilmente alcanzable si antes no se resuelve una cuestión perentoria: la conexión universal, esto es, la comunicación a través de cualquier dispositivo, en cualquier lugar y en cualquier momento.

Resuelto esto, podremos acometer, de forma mucho más rápida y eficaz, los desafíos que aún tenemos por delante: proteger el entorno, economizar energía, reducir la pobreza y garantizar el acceso a la justicia social, la educación y la libertad política con carácter global.

Estas autopistas ponen en marcha tres fuerzas que, a partir de ahora, han de seguir un mismo trazado. En primer lugar, el motor del consumo, dinamizado por una nueva generación conectada, que reclama disponibilidad permanente. A continuación, el progreso tecnológico, con un creciente número de dispositivos móviles, cada día más accesibles para el gran público. Y por último, el reconocimiento unánime de las enormes ventajas de esta tecnología para el desarrollo social y económico del planeta.

Lo digital ha propulsado nuestra economía, con una cifra de negocio mundial de 200.000 millones de euros, creando millones de empleos. Y es que un progreso tecnológico del orden del 10% en un país se traduce en un crecimiento de 0,75% de su PIB por habitante. Igualmente supone una reducción de un punto en la tasa de paro.

Con todo, las autopistas digitales terminarán por perder su impulso si flaquea su capacidad operativa, es decir, si la conectividad no es omnipresente, universal, abordable y fiable, y si los operadores no logran garantizar que el hombre sea el primer beneficiario.

No podemos obviar la realidad de que más del 70% del uso actual de la conectividad en el mundo está reservada al vídeo, una cifra que en solo dos años podría superar el 80%. Y aunque las autopistas digitales son el camino más eficaz para afrontar esos desafíos, urge replantearse el futuro de las canalizaciones por las que transita la información, pues el vídeo está obstruyendo —con un efecto de embudo— los intercambios de datos.

Tampoco podemos soslayar el contenido digital que consumen las redes —terrestres y satelitales— que en 2020 alcanzará, con toda probabilidad, los ocho zettabytes (equivalente a dos billones de gigabytes), con lo que Internet y su red terrestre, concebidas con fines comunicativos —transmisión de textos, correos electrónicos o fotografías— se ven ahora abocadas a luchar por el transporte de los colosos multimedia.

Esta carrera desenfrenada en aras de la calidad del vídeo amenaza con la exclusión de una gran parte de la población mundial, a la que se le estarían negando las oportunidades y derechos que disfrutan los que sí están conectados. Y como consecuencia de ello, una falla política podría abrirse en estas sociedades y países, creando nuevas fosas de desencanto que solo se subsanarían con una apuesta decisiva y prioritaria: el acceso masivo a la Sociedad de la Información; y por tanto, al progreso.

Y es que la implantación de esta tecnología en países sometidos a dictaduras fanáticas está llamada a jugar un papel trascendente en el desarrollo económico y en el —no menos importante— impulso cultural e informativo, sobre todo entre la población joven.

La brecha digital debe desaparecer. Para ello, las redes terrestres podrían aportar la conectividad al tiempo que los satélites distribuyen el contenido, un partnership híbrido que asegura una cobertura universal.

No se discute que, en un futuro próximo, el volumen de las redes fijas será insuficiente para responder a la demanda, y los aumentos de capacidad necesarios supondrán, entonces, cientos de miles de millones de dólares en reparación de rutas, cables y construcción.

Por eso, una solución híbrida —como propone Karim Sabbagh, CEO de SES—, además de inmediatamente operacional —no hay tiempo que perder— sería la más adecuada para aliviar el peso del tráfico mundial a través de las avejentadas —y de forma inminente, congestionadas— redes terrestres y de las doloridas canalizaciones de acceso fijo. Se trataría de crear una combinación de infraestructuras, que reconcilie los activos únicos de varias tecnologías en una fórmula conjunta y accesible a todos.

Para ello, el primer paso ha de ser la optimización y reorganización del espectro, recurso esencial comparable a la energía, el agua o la alimentación, dado su papel decisivo en lograr fluidez y capacidad operativa. Por su parte, los satélites pueden ofrecer una eficacia única del mismo, 25 veces superior a la de las redes móviles, pues transportan 50 veces más información de la que soportan todas ellas juntas.

En la Unión Europea, por ejemplo, una difusión híbrida terrestre-satélite lograría economizar hasta un tercio de la inversión necesaria y distribuir el doble de contenido por euro invertido.

No olvidemos que la señal que envía el mercado es que el espectro aporta mayor riqueza y valor añadido a la sociedad si se utiliza para comunicaciones móviles. La convergencia es inevitable y no tardará en llegar: los satélites son las autopistas y las vías terrestres las carreteras secundarias y urbanas –tan necesarias también- de nuestro futuro tecnológico.

Luis Sánchez-Merlo es presidente de SES Astra Ibérica y SES Global South America Holding.

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