La convicción de lo posible

Vivimos tiempos complejos —desde la crisis económica hasta la incapacidad del Gobierno para transmitir seguridad jurídica y protección de los derechos humanos, pasando por el nuevo mapa político tras las elecciones, y ahora la abdicación del Rey— que producen una especie de estrés galopante en el que todo el mundo trata de explicar lo evidente, pero sin aceptarlo. Y es que se ha consumado la fractura clara y real entre el método tradicional de hacer política y las nuevas necesidades que la sociedad demanda.

Frente al inmovilismo o la inhibición, es el momento de la acción. Hemos perdido demasiado tiempo en contiendas partidistas que —sin afectar a los ciudadanos, sino a la distribución de cargos y poder en el seno de los maquinarias— nos han perjudicado. Por eso y por otras razones los ciudadanos hemos lanzado un mensaje claro y contundente: los modelos tradicionales de hacer política no facilitan demasiado las soluciones que se necesitan en estos cruciales momentos.

Que esto es así lo demuestra la proliferación de movimientos y plataformas, de nuevos partidos que surgen y recogen una idea común que tiene que ver con la inoperancia del sistema. El mensaje de los votantes de las últimas elecciones —sin contar el 54% que no votó y que también deben ser tenidos en cuenta— es claro y definitivo: “Hasta aquí hemos llegado”, frente a las añagazas de los partidos. La fractura se ha consumado. La pérdida de 5 millones de votos entre los dos grandes debería hacerles reflexionar sin soberbia, sin recurrir a tópicos descalificadores y etiquetados prematuros, muy típicos cuando no se es capaz de explicar o asumir los propios errores. Hablo de una llamada de atención traducida en pérdida masiva de votos dirigidos en buena parte hacia nuevas coaliciones y que se puede resumir en el desencanto primero y la irritación después, de la ciudadanía.

Se revela así una foto de formaciones políticas adocenadas con una forma de hacer política que empieza a ser rechazada por los que les reprochan haber olvidado algo esencial en democracia: que nadie conquista un reino para siempre y que el olvido y el desapego se pagan antes o después. Siempre he creído que hay varios objetivos que deben formar parte del equipaje de quien decide optar por una responsabilidad política: conseguir que las personas tengan cubiertas las necesidades básicas, se formen y enriquezcan culturalmente; que accedan de forma gratuita a servicios imprescindibles como educación o sanidad; que la libertad de opinión e información sean premisas irrenunciables; que la igualdad ante la ley sea una realidad y que los comportamientos corruptos sean erradicados de forma definitiva. Una sociedad en la que la justicia vele por las víctimas y en la que seamos solidarios entre nosotros y con el resto del mundo.

En Derecho Natural se podría traducir por el principio jurídico del bien común, que consiste en las posibilidades de acción de los políticos para lograr que los ciudadanos alcancen el nivel de bienestar y felicidad al que debe aspirar el ser humano y que no sea eliminado por la incompetencia, obcecación o cinismo de los que nos dirigen.

España había conseguido sentar las bases para consolidar un Estado democrático de derecho moderno y equilibrado; y, sin embargo, ese camino se ha visto drásticamente cercenado por el Gobierno y quienes le sustentan, sin percatarse, o quizás precisamente por ello, de que este retroceso lo pagaremos por años. Este cambio ha trocado la esperanza posible en la regresión que nos atenaza, al tener sus pilares hundidos en la corrupción, en la impunidad de quienes están en el poder y en la apatía o la falta de reacción de quienes desde la oposición deberían ser la conciencia del pueblo frente a los que gobiernan.

Mientras, la justicia corre el riesgo de perder su independencia dejándose absorber por un poder que solo busca instrumentalizarla para resolver sus problemas. Se privatizan los servicios públicos. Los bancos son rescatados de su mala gestión con el dinero de todos. Millares de niños viven una infancia sumida en la pobreza. La proverbial colaboración con otros países más desafortunados se ha convertido en una muralla de rechazo inmisericorde. ¡Qué situaciones impensables tiempo atrás!

Frente a esto, ¿cómo no se va a producir una reacción ciudadana? Que nadie se asombre del éxito electoral de innovadores grupos que lo que hacen es hablar con el lenguaje de la gente y exponer de forma clara lo que está en la calle. Para los partidos convencionales, con un miedo nada disimulado a lo acontecido, aquellos son un problema, porque rompen el orden establecido, traspasan la barrera del silencio y enseñan el desgarro creado por ellos mismos, que ahora les señalan con el dedo, y sueltan toda su batería mediática para defenestrarlos con los más variopintos argumentos que van desde la acusación de pertenecer a la izquierda más peligrosa al reproche de lucir un aspecto personal “inquietante”.

Creo que es el tiempo de ver las cosas con otra perspectiva. En vez de descalificar hay que construir, y hacerlo supone proyectos conjuntos, desarrollos y ejecución consensuada en beneficio del mayor número de ciudadanos posible. Sobran los que no son capaces de moverse de unas posiciones tan fijas como catastrofistas ante lo diferente, ante quienes exigen un verdadero cambio en la política. Se impone el análisis y la unión. Es necesario detenerse y pensar, pero hacerlo con una clara visión solidaria y de futuro.

Lo que hoy se precisa no es una gran coalición de distribución de poder entre los de siempre, que se concretaría en más cuotas y reparto de poder con olvido de los representados, sino un proyecto plural en el que cuenten todas las sensibilidades democráticas y progresistas de grupos, organizaciones, movimientos, colectivos y partidos que, sin duda son los que han ganado en los últimos comicios europeos en España y cuyo ejemplo debe marcar el camino. Con ese espíritu nació Convocatoria Cívica, una plataforma en la que participamos varios miles de personas con la idea de construir un espacio de reflexión y participación necesario para facilitar el acuerdo y hallar el punto de encuentro entre iniciativas diversas que den respuesta a lo que la sociedad requiere.

En la convicción de que este es el momento para construir ese lugar en el que confluya una diversidad de opiniones para fortalecer una propuesta de progreso, desde los valores y proyectos que nos unen y en el que las discrepancias se traduzcan en una pluralidad de acciones comunes para construir una verdadera alternativa política y social basada en los principios de igualdad real, participación, diversidad, pluralidad y defensa de los derechos humanos, concluyo con las palabras de José Saramago: “Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan y no hacemos nada por contrarrestarlos, se puede decir que nos merecemos lo que tenemos”.

Baltasar Garzón es jurista y miembro de Convocatoria Cívica.

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