La convivencia a cara descubierta

La cuestión del velo integral musulmán ha entrado en la agenda política de un modo distinto al deseado. En lugar de un debate sosegado, el tema se trata de forma apresurada sin sopesar todas las implicaciones que esta cuestión tiene. No se trata únicamente de resolver si se puede o no usar el burka o el niqab como expresión de un precepto religioso, sino el modo como la sociedad catalana considera a la comunidad musulmana, parte real de Catalunya. La precipitación del debate y su uso en las confrontaciones de las políticas partidistas dificultan abordarlo correctamente. No obstante, el hecho de reconocer la inoportunidad del debate no invalida su necesidad, cuando sea pertinente, sobre todo por la significación que tiene tanto para el conjunto de la sociedad como para la comunidad musulmana.

La sociedad debe discutir cómo regular el uso del burka y del niqab, sin duda alguna. Se trata de abordar con claridad las dificultades objetivas que existen para aceptar el uso de estas prendas y, al mismo tiempo, comprender la incomodidad que este debate puede generar en la comunidad musulmana según cómo se plantee. En cualquier caso, debe situarse en el horizonte de la convivencia y el esfuerzo compartido de evitar que alrededor de esta cuestión se alimenten fundamentalismos de todo tipo; uno de ellos está atento, quiere aprovechar estas cuestiones para validar y fortalecer su voluntad de no integración, del mismo modo que existen unas corrientes xenófobas que han encontrado en el tema del velo islámico una oportunidad para camuflar sus propuestas políticas excluyentes.

No somos partidarios de impulsar medidas legislativas restrictivas. El debate jurídico en torno a esta cuestión aún sigue vivo en países que la han afrontado antes que nosotros. Más bien consideramos que deben adoptarse medidas sociales activas que permitan comprender, de modo especial a la propia comunidad musulmana, las dificultades que el uso de estas prendas representa para la convivencia. La invisibilidad de la mujer tras el burka o el niqab altera el valor de convivencia asentado por el diálogo desde la diversidad cultural y religiosa en estos últimos años.

En la sociedad catalana se desconfía de una persona que oculta su rostro. Esconder las facciones de la cara genera recelos. Se considera que es una señal de ocultación, de invisibilidad y, en definitiva, de no integración. Por otra parte, no puede ignorarse que, en determinadas circunstancias, existen unas razones de seguridad que exigen la total identificación de las personas. Es en este ámbito en el que se ha de mantener el debate, en la visualización del rostro de una persona, y no en lo religioso. Algunos partidos intentan mezclar todo y culpar al islam de los males de nuestra sociedad, pero la inmensa mayoría de las musulmanas no usan el burka o el niqab. Por ello, todo este debate lo único que va a conseguir es que los musulmanes se sientan agredidos, pues no acaban de comprender a qué viene todo esto cuando en Catalunya no hay problemas.

El comportamiento de la mayoría de los musulmanes catalanes demuestra el rechazo a este tipo de prendas. El uso del pañuelo o hiyab es mayoritario en aquellas mujeres musulmanas que quieren expresar el cumplimiento de un precepto religioso. Esta práctica, que ha sido siempre respetada por el conjunto de la sociedad catalana, demuestra cómo vivir la diversidad cultural y religiosa en consonancia con los valores comunes que permiten la convivencia y el civismo.

Hay que resituar el debate abierto en los últimos tiempos a la luz del conjunto de iniciativas políticas a tomar en relación con la integración de la comunidad musulmana. Se trata de avanzar en las medidas que la gobernanza de la sociedad debe atender para respetar la práctica de la libertad religiosa.

Hay demasiados temas pendientes que evidencian las dificultades que aún tienen los musulmanes en Catalunya para practicar digna y confiadamente su fe. A su vez, la comunidad musulmana debe comprender que la sociedad exige unas prácticas de convivencia basadas en la confianza mutua. Para ello se deben abandonar determinadas prácticas que son incomprensibles en una sociedad que ha luchado desde hace años para lograr unas relaciones sociales basadas en el respeto entre las personas y en la plena igualdad entre los ciudadanos y las ciudadanas.

La confianza no se regala si no se genera día a día mediante las actitudes individuales y colectivas. En estos momentos, el debate está derivando hacia una desconfianza mutua sin precedentes en Catalunya. Los partidos políticos tenemos la obligación de preservar la convivencia y el seny, que ha sido históricamente uno de los mejores valores que han impregnado a la sociedad catalana. Nos jugamos mucho como para que alguien de manera irresponsable lo utilice partidistamente con el fin de buscar el enfrentamiento.

Mohamed Chaib, diputado del PSC, y Jordi López Camps, ex director general de Afers Religiosos.