La cooperación, el poder de los débiles

El afán del ser humano por comprender el mundo nos ha llevado a cotas de conocimiento y tecnología inimaginables unos años atrás. Muchas de las grandes preguntas a las que nos enfrentamos a lo largo de la historia han sido respondidas gracias a la rigurosa aplicación del método científico, pero aún quedan cuestiones abiertas. Una de ellas, elegida por la prestigiosa revista Science como problema fundamental a resolver durante el siglo XXI, es el origen del altruismo y la cooperación entre individuos. ¿Qué nos impulsa a compartir el plato con quien nos rodea, incluso cuando el hambre aprieta?

Algunas cuestiones se nos resisten porque su abordaje requiere de la coordinación de dos o más ramas del conocimiento, y hasta hace pocas décadas las distintas ciencias estaban muy compartimentadas. Actualmente, sin embargo, la biología y la química están íntimamente ligadas, y la física y las matemáticas arrojan luz sobre algunas de las más complejas áreas de las ciencias de la vida.

Veamos un ejemplo de esta sinergia entre ramas científicas. En un trabajo reciente hemos abordado el problema del origen de la cooperación combinando la teoría de la complejidad y la teoría de juegos. La complejidad es una ciencia en auge debido en gran medida al éxito de las redes sociales, y estudia el mundo desde una perspectiva global y transdisciplinar donde “el todo es más que la suma de sus partes”. La teoría de juegos, por su parte, modeliza los procesos sociales como si fueran juegos entre competidores que cumplen determinadas reglas, y se popularizó gracias a la película Una mente maravillosa, donde se narraba la azarosa vida del premio Nobel de economía John F. Nash, su máximo exponente.

Nosotros analizamos la red de interacciones económicas entre los habitantes de tres pueblos del sur de la India en el contexto de un programa de microcréditos. En dichas redes no existen interconexiones entre los habitantes de unos y otros pueblos, lo que los hace proclives a sufrir riesgos financieros debidos a una meteorología adversa o a plagas y no poder obtener financiación por su aislamiento social de las zonas pobladas más cercanas.

Claramente, dichos pueblos deberían promover conexiones sociales y económicas con las comunidades vecinas. ¿Pero cuál es la estrategia de alianzas más beneficiosa? Nos enfrentamos al “juego” de en qué cesta colocar nuestros huevos, es decir, con quién conectar y de quién aislarse. Esta cuestión es obviamente aplicable a otros ámbitos, entre ellos el de la interacción entre empresas competidoras o grupos de investigación, o el diseño de las conexiones en hábitats ecológicos fragmentados, por citar algunos ejemplos.

¿Qué haría el lector si fuera la máxima autoridad de una de esas aldeas? En este momento de duda existencial, las matemáticas vienen a rescatarnos y afirman que en una gran variedad de casos aparecen dos soluciones que son estables y aceptadas por todos los competidores (lo que técnicamente llamamos “equilibrios de Nash”). La primera es una solución de “sumisión al más fuerte”, donde los grupos pequeños se conectan al dominante, beneficiándolo considerablemente. La segunda es una solución de “cooperación entre débiles”, opción más rentable para los pequeños.

Hasta aquí nada realmente llamativo. Pero atención, porque cada estructura pequeña puede inducir por sí sola una transición global a la configuración cooperativa, independientemente de las acciones del fuerte. Es decir, que la solución en la que los débiles cooperan es más estable que aquella en la que se ven sometidos, y cualquier competidor, por pequeño que sea, puede obligar a todos a cooperar. Contra todo pronóstico, los peces pequeños se comen al pez grande.

Y las sorpresas no acaban aquí. La solución de cooperación es más productiva para el conjunto, pudiendo beneficiar incluso al competidor más fuerte. ¿Y cómo es esto posible? Porque a menudo se obtienen mayores ganancias netas manejando un porcentaje menor del mercado si este crece lo suficientemente rápido. ¿Qué preferiría usted, controlar todo el negocio del videojuego nacional en 2013, que ascendió a 313 millones de euros, o una porción ligeramente menor de los más de 1000 millones que se facturaron en 2016?

Frecuentemente tenemos la impresión de que las matemáticas se ponen del lado de los poderosos, que nuestra única alternativa es bajar la cabeza y claudicar ante el inexorable peso de las cifras. Pues no siempre. A veces, los números se posicionan a favor de los más débiles. Pero para ello hay que estar informado, así que, lectores, ¡aprendan ciencia! Leer las columnas que regularmente se publican en esta Tribuna es muy buen comienzo.

Jacobo Aguirre es investigador del Centro Nacional de Biotecnología y miembro de ComplejiMad.

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