En medio de las crecientes divisiones y disputas comerciales en la cumbre del G7 que se celebró este mes, se hizo categóricamente evidente que existe una ruptura de la gobernanza global. Ya no se puede contar con Estados Unidos para preservar, y mucho menos para hacer cumplir, las normas existentes; y, no se puede suponer, en general, que los países lleguen a acuerdos, y mucho menos se adhieran a un conjunto común de normas. ¿Significa esto que el orden mundial basado en reglas está condenado al fracaso?
A lo largo de las últimas siete décadas, los valores democráticos apuntalaron los esfuerzos, liderados por Estados Unidos y Europa, para profundizar la cooperación internacional. A partir del fin de la Guerra Fría, momento en el que Occidente proclamó la victoria de la democracia liberal, los líderes estadounidenses y europeos citaron a menudo el concepto de “valores compartidos” en foros como la OTAN y el G7 (conocido como el G8 hasta que se suspendió a Rusia en el año 2014 por violar dichos valores en Ucrania).
Pero el mundo ha cambiado. Rusia ya no necesita ser parte del club de los “vencedores” de la Guerra Fría para avanzar hacia la consecución de sus intereses geoestratégicos. China nunca fue miembro; y, a pesar de ello, se ha elevado a la categoría de gran potencia mundial. Estos países, junto con otras economías emergentes importantes, desafían de manera creciente el dominio geopolítico que Occidente pensó que había alcanzado.
Sin embargo, es incluso más poderoso el desafío que llega desde el propio Occidente, donde las fuerzas políticas antisistema en Estados Unidos y Europa están ganando apoyo al impugnar los valores y formas de cooperación que han sido aceptados hace ya mucho tiempo.
Sin duda, a pesar de la votación Brexit del Reino Unido, y la diplomacia unilateral y aranceles comerciales estadounidenses que se impusieron bajo el gobierno del presidente Donald Trump, Occidente no ha abandonado la noción de tener valores compartidos. Luego de que Trump intentara prohibir el ingreso a los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, la canciller alemana Ángela Merkel dijo que esta política “no estaba justificada”. Ella indicó esto en una conferencia de prensa conjunta con el primer ministro sueco Stefan Löfven, quien calificó dicha política como “profundamente lamentable”. Löfven luego señaló que Suecia y Alemania “comparten valores fundamentales” e hizo hincapié en el “importante papel que desempeña la Unión Europea con respecto a los valores y los derechos humanos”. Merkel, por su parte, ha citado la importancia de los valores compartidos para responder a desafíos como por ejemplo el terrorismo internacional.
Pero es un disparate que las potencias europeas crean que pueden confiar en los valores compartidos para lograr cooperación internacional, así como fue un disparate que Occidente creyera que el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio de alguna manera convertiría a este país en una democracia liberal. Es improbable que los países europeos persuadan a China, Rusia o a la administración Trump para que adopten la visión del mundo que ellos tienen.
Esto no significa que la cooperación internacional se haya tornado en imposible, y mucho menos que los países no tengan más remedio que prepararse para una próxima época de alianzas disfuncionales, conflictos indirectos o incluso guerras. En cambio, significa que no se debe anclar la cooperación en valores compartidos, y que, en cambio, se la debe ligar a intereses estratégicos a largo plazo que son compartidos. Hoy en día el imperativo para los países es determinar cuáles son sus intereses estratégicos a largo plazo; cómo estos intereses se superponen (o no) con aquellos de los demás; y, qué sistemas de acomodación mutua podrían ayudar a hacer que dichos intereses avancen.
En la evaluación de los intereses compartidos, el comercio es una obvia área de preocupación. La imposición de aranceles a las importaciones de acero y aluminio por parte de Trump es indudablemente una medida popular entre, al menos, algunas personas que conforman su base, pero es una medida que ha enfurecido a los aliados más cercanos que tiene Estados Unidos, mismos que ya han comenzado a tomar represalias.
Los economistas predicen que los aranceles de la administración Trump ocasionarán más de 400.000 pérdidas de puestos de trabajo en Estados Unidos – lo que se traduce en 16 pérdidas por cada puesto de trabajo salvado en los rubros del acero y aluminio. Este abordaje claramente no forma parte de los intereses estratégicos a largo plazo de ningún país, incluso en el caso de que verdaderamente ofrezca beneficios políticos a corto plazo.
La consideración que realizan los países de sus intereses estratégicos también debe enfocarse en la tecnología. Google y Alibaba ahora compiten por contar con los mejores ingenieros informáticos del mundo, muchos de los cuales son europeos, con el propósito de ganar la carrera por controlar los datos del mundo, desarrollar la computación cuántica (en la que se basará la próxima generación de cifrado), y para crear aplicaciones de inteligencia artificial que sean más rentables.
Los europeos se han hecho dependientes de tales empresas, mismas que en su totalidad tienen su sede central en China o Estados Unidos. Sin embargo, Europa se ha enfocado más en hacer cumplir los valores compartidos en el sector tecnológico – como ejemplo, a través del fortalecimiento de las regulaciones de privacidad de datos – y se ha enfocado menos en el desarrollo de una estrategia a largo plazo para llegar a ser más competitiva. La definición de una estrategia de este tipo podría ayudar a Europa a identificar áreas para la acomodación mutua.
Una tercera área con potencial para la cooperación estratégica es la ayuda al desarrollo y la inversión en los Estados más pobres y frágiles del mundo. Tal cooperación es esencial para combatir el terrorismo, la trata de personas y la migración. No obstante, en este punto los países también están actuando en contra de sus propios intereses, como por ejemplo, Estados Unidos y Europa reducen sus presupuestos de ayuda e intentan controlar la inmigración en sus fronteras.
Entretanto, China realiza importantes inversiones en los países más pobres, pero en formas que Estados Unidos y Europa consideran que son condenables. Mientras Estados Unidos y Europa abordan el desarrollo desde un punto de vista de reducción de la pobreza y el logro del buen gobierno, China otorga una mayor prioridad al apoyo al desarrollo de infraestructuras como parte de su propia política industrial. Incluso ha adquirido infraestructura en países de la eurozona que se encuentra en dificultades, como ser Grecia y Portugal – un paso que pone al descubierto una falta de pensamiento estratégico por parte de Europa.
Pero, ningún abordaje tendrá éxito sin acomodación mutua. Eso es lo que implica las conclusiones a las que arribó en el mes de abril la Comisión LSE-Oxford sobre Fragilidad, Crecimiento y Desarrollo de los Estados, misma que es presidida por el ex primer ministro británico David Cameron. Como sostiene el informe de dicha Comisión, todas las grandes potencias deben adoptar un abordaje más pragmático y paciente que se centre no en largas listas de objetivos imposibles, sino en las necesidades y capacidades locales.
En un paso prometedor hacia la acomodación estratégica, China ha establecido una Agencia de Cooperación Internacional para acompañar la ambiciosa Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda de este país. El nuevo organismo permitirá que la ayuda “desempeñe su importante papel en la diplomacia de las grandes potencias”. Estados Unidos y Europa ahora deben hacer más por desarrollar sus propios objetivos estratégicos a largo plazo y buscar nuevas formas de lograr cooperación a nivel internacional.
Es posible tener sistemas de acomodación mutua que faciliten la concreción de intereses compartidos. Si las organizaciones internacionales establecidas ya no son lo suficientemente confiables como para llevar a cabo esta función, puede ser posible que Estados Unidos y Europa necesiten nuevas formas de ordenamiento a nivel nacional. Por ejemplo, el ex Secretario de Estado de Estados Unidos Henry Kissinger propuso establecer en la Casa Blanca una oficina permanente para gestionar las relaciones con China. A medida que la gobernanza global basada en valores sigue deteriorándose, la necesidad de contar con tales mecanismos de interacción continua no podría ser más urgente.
Ngaire Woods is Founding Dean of the Blavatnik School of Government at the University of Oxford. Traducción del inglés Rocío L. Barrientos.