Se me parte el alma de ver a quien durante años ha sido el Rey de todos los españoles despojado de la presunción de inocencia, del agradecimiento debido a su legado histórico, incluso del mínimo respeto a su dignidad personal, hasta llegar al extremo de abandonar su propio país, generoso y poniéndose a disposición de la Justicia, mientras los que no han hecho nada por nadie le gritan «cobarde no huyas» desde las redes manejadas por esos que llevan lustros urdiendo un plan para acabar, digámoslo de una vez, con España.
Saben que para destruirla primero han de acabar con la Corona, con la Constitución, con la independencia judicial, con la separación de poderes, con la libertad y pluralidad informativas, con las CC.AA. como garantes de la unidad en la diversidad y como contrapoderes, con Madrid (a la que quisieron controlar y se les escapó), y con las FF.AA.. Otros mecanismos vertebradores de España fueron cayendo por el camino, pero los pilares fundamentales, nacidos de la Transición siguen en pie, y la piedra angular es la Corona, en la intachable persona del Rey Felipe: el verdadero objetivo.
Si Felipe VI firmó su sentencia cuando salió al rescate del ánimo patrio en su discurso de octubre ante el intento de sedición en Cataluña, Don Juan Carlos se condenó el día en que, con gallardía y oponiendo normalidad a la demagogia, dejó en evidencia al narco tirano Hugo Chávez al espetarle aquel: «¿Por qué no te callas?», en defensa del entonces jefe del Ejecutivo español. De inmediato, se pusieron en marcha los círculos de poder nacional e internacional formados por los que solo comparten una voluntad implacable de destruir: con dogmas que niegan toda verdad, enunciados en insoportables homilías laicas, que son puro cinismo, doble rasero moral.
Lo que está en juego no es una división entre republicanos y monárquicos; ya les gustaría a los que han salido a la caza del Rey que nos trajo «la España real». Esa dicotomía es absurda y ajena a la verdadera política. Ambas formas de organizar el Estado tienen milenios de tradición y teoría tras ellas. La cuestión es qué necesita España, aquí y ahora.
Las lecciones en política se aprenden de la historia. Casi quince siglos de monarquía en España han dado hitos históricos admirados en el mundo entero, y prosperidad. La monarquía ha sabido adaptarse a siglos de cambios sociales y, por cierto, de ninguna otra institución política ni religiosa se puede decir que en ella las mujeres hayan ejercido el poder de forma más plena, tanto como cualquier hombre, una vez que lo han alcanzado. Don Felipe y la Princesa de Asturias encarnan los valores de los españoles de hoy, en ellos nos reconocemos mayores y jóvenes.
Los paréntesis en esa Historia admirable han sido invasiones, dictaduras, y dos repúblicas. La primera tuvo cuatro presidentes en once meses, varias provincias que declararon su independencia y la guerra contra España; fue un desastre económico sin precedentes. La segunda república, que se recibió con tanta alegría, se vio desde el principio que estaba presa de los totalitarismos políticos que hicieron de España ese ensayo general de la Segunda Guerra Mundial del que se ha hablado: discordia, desastre económico, asesinatos políticos en las calles, golpes de Estado a sí misma, rematados por el que dio Franco…
Hoy el Rey es el político de más altura intelectual, moral y más eficaz de España. Goza de varias legitimidades saturadas: histórica, dinástica, legal y democrática. Han inoculado en los más jóvenes la falacia de que no han votado la Constitución ni elegido a este Rey; pero la Corona y su papel se debatieron con toda libertad, se votaron y aprobaron mayoritariamente; si la forma de Estado fuera una república, esta no se votaría cada cuatro años; sí su presidente; y ahí está la clave: el Rey, reina pero no gobierna; no es partidista, da continuidad a las instituciones del Estado; como los funcionarios, que siguen allí mientras los políticos vamos y venimos. Es de todos porque no es de nadie; garante de la libertad y de la convivencia; su peso internacional solo es superado por su capacidad para mantener España unida. No hay caudillos porque hay un Rey de todos.
Esto nos enseña la historia. Por eso se empeñan en que no la conozcamos y en falsearla. Sería absurdo proponer una monarquía en los Estados Unidos, por ejemplo; tanto como es en España, hoy, proponer acabar con la institución que mejor funciona, articula y hermana a los españoles: la Corona. Ese ha sido el espíritu de Don Juan Carlos, del Rey Felipe VI: que la Corona sirva a todos los españoles. ¿Y quién puede negar que así es y así ha sido?
El desafío es aún más grave: los que no saben resolver problema alguno, y solo los fabrican artificialmente a modo de cortina de humo, mientras llevan a cabo sus planes de socavar el régimen constitucional por la puerta de atrás, no es que quieran «una República» sino retrotraernos a la segunda república, a lo peor que tuvo (no se les ocurre rescatar su educación ni su cultura), en una regresión al guerracivilismo, al frentismo entre hermanos, a la fanatización del totalitarismo que todo lo politiza: el prólogo al desastre bolivariano.
Ese afán que nace del odio, del resentimiento, lo ha pagado de forma ejemplarizante un Rey que, tras quizá haberse olvidado de sí mismo y su mejor obra durante un tiempo, vuelve a ser el primero de los españoles en hacer las renuncias necesarias por la patria.
Sólo desde el sentido del deber, desde el amor por España, por todos los españoles piensen como piensen, y por nuestro legado hispánico; solo desde la sed de libertad y desde el respeto a la ley podremos superar este desafío que de nuevo plantean en nuestra hora de mayor necesidad, sanitaria y económica, los que nos quieren llevar al desastre que sería enfrentarnos y olvidarnos de quiénes somos.
Isabel Díaz Ayuso es presidenta de la Comunidad de Madrid.