ras el reciente y primer viaje oficial internacional de la Heredera de la Corona, la Princesa de Asturias, Girona y Viana, a Portugal, y cuando se ha cumplido hace algo más de un mes el décimo aniversario de la proclamación del Rey Felipe VI, resulta oportuno hacer balance de las distintas dimensiones de esta primera fase del reinado, tanto en lo que se refiere al ejercicio específico de sus funciones por parte del titular de la Corona y a la funcionalidad operativa y simbólica de ésta como institución, como al cumplimiento de la misión general de la Monarquía parlamentaria y su proyección de futuro en beneficio de la comunidad política que representa. Y todo ello tanto en el plano interno como en lo relativo a las relaciones internacionales.
Es sabido que la Constitución española, en su artículo 56.1, establece que el Rey «asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica», declaración que, en su primera parte, no deja lugar a dudas pero que, en la segunda, cuando se refiere a la «comunidad histórica» de España, puede suscitar más de una interpretación.
La doctrina internacionalista ha señalado comúnmente a Europa, Iberoamérica y el Mediterráneo como las tres áreas de proyección prioritarias de España en el mundo, aunque al final del primer cuarto del siglo XXI puede decirse que esto ha cambiado parcialmente, pues los intereses de un Estado del peso, la historia, la cultura, la lengua y la posición geoestratégica del Reino de España son, en un mundo crecientemente globalizado, interconectado e interdependiente, claramente universales. El Rey es la máxima representación de España en toda la Comunidad Internacional, en cualquiera de sus cerca de doscientos Estados soberanos y sus numerosos organismos multilaterales.
Decíamos que la expresión «comunidad histórica» de España podría suscitar más de una interpretación. Efectivamente, en 1978 podía referirse genéricamente a los países de lengua española, a los correspondientes con antiguos territorios de la Monarquía española, o a los miembros de los organismos oficiales iberoamericanos entonces existentes, como la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI); pero faltaban todavía trece años para que se pusiera en marcha la Conferencia Iberoamericana –las Cumbres Iberoamericanas de jefes de Estado y de Gobierno– «como máxima expresión institucional de la Comunidad Iberoamericana de Naciones», en palabras del Rey Juan Carlos en alguno de sus discursos. Juan Carlos I, por cierto, ya fue justamente denominado por el presidente uruguayo Julio María Sanguinetti como el «buque insignia de la Comunidad Iberoamericana», en reconocimiento a su labor en la articulación de este espacio multinacional de países hermanos.
De alguna manera, por tanto, se acabó identificando 'de facto' a la Comunidad Iberoamericana como esa 'comunidad histórica' a la que se refería la Constitución, y es un hecho que, estrictamente, el Rey representa siempre a España al más alto nivel en las Cumbres Iberoamericanas y en las tomas de posesión de los presidentes de los países miembros de la Conferencia Iberoamericana, que son los Estados soberanos de lenguas española y portuguesa de América y Europa, de estos dos continentes concretos. Sin embargo, esta conceptuación específica de 'comunidad histórica' puede estar cambiando.
El 7 de julio de 2014, en su primer discurso en el extranjero, pocas semanas después de la proclamación solemne, pronunciado precisamente en Portugal, el Rey Felipe destacó que, gracias a la afinidad entre el español y el portugués «podemos reconocer hoy la existencia de un gran espacio idiomático compuesto por una treintena de países de todos los continentes y por más de setecientos millones de personas. Un espacio cultural y lingüístico formidable de alcance y proyección universal que no debemos perder de vista en el mundo cada vez más globalizado de nuestros días».
El Rey, que ya había realizado una declaración coincidente con la anterior en 2012 como Príncipe de Asturias, también en Portugal, y que volvería a incidir sobre ello en 2016 ante la Asamblea de la República Portuguesa, no se refería ya al espacio iberoamericano, sino a algo más amplio: una 'treintena de países de todos los continentes', no la veintena de naciones iberoamericanas. Estaba aludiendo a lo que en el ámbito académico ya se denomina 'espacio panibérico' o de 'la Iberofonía' y que incluye al conjunto de países de lenguas ibéricas del mundo que, actualmente, alcanza casi la extraordinaria cifra de 900 millones de personas, el primer bloque geolingüístico del planeta en base a la intercomprensión generalizada entre el español y el portugués. Precisamente, los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España, entregados anualmente por el propio monarca, están abiertos a trabajos periodísticos procedentes de todos los países hispanohablantes y lusófonos del mundo.
El 28 de septiembre de 2021 el Rey recibió en Madrid, en visita oficial, al presidente de la República de Angola, João Lourenço, máximo representante del mayor país de lengua ibérica –portuguesa– de África, y señaló que España recibía «a los angoleños como parte del mundo de la Iberofonía, a la que Angola pertenece y en la que nos insertamos todos los que hablamos español y portugués». Sólo unos días después, el 7 de octubre, el Rey presidía en Canarias lo que ya se reconoce como el primer acto oficial panibérico de la historia al mayor nivel, que reunió a los máximos representantes de los ministerios de Justicia de la generalidad de los países iberohablantes, de Bolivia a Timor Oriental, de España a Angola, de Portugal a Colombia. Y este próximo mes de septiembre tendrá lugar la segunda edición.
En febrero de 2023, hace menos de un año y medio, los Reyes de España realizaron su primera visita de Estado a un país subsahariano que fue, no por casualidad, a Angola, la gran nación 'iberoafricana' aludida. Y en esa oportunidad los dos Jefes de Estado se comunicaron en clave de iberofonía, concepto que, por cierto, también fue explícitamente mencionado en esa ocasión por el ministro de Asuntos Exteriores español, que acompañó al monarca.
Son bastantes señales, por no mencionar las numerosas que proceden de otras fuentes, dirigentes o foros como las propias Cumbres Iberoamericanas, que indican que algo importante se está moviendo en favor de la articulación o cooperación más estrecha entre el conjunto de naciones iberohablantes del planeta, espacio que, sólo en una aparente antinomia, podemos definir como la 'nueva' comunidad histórica de España. Y, en este sentido, es justo reconocer que el Rey Felipe, incluso todavía como Príncipe Heredero, fue el primero en formularlo al más alto nivel.
Recordarlo hoy, cuando su hija la Princesa Leonor ha realizado su primer viaje internacional oficial, precisamente a Portugal, es especialmente pertinente; pero no sólo por todas las coincidencias bien visibles, sino por algo más elemental e importante: la articulación del «mundo de la Iberofonía», como lo llamó el Rey, es beneficiosa para cada uno de los países partícipes, para toda la comunidad hispanohablante y lusófona y, en última instancia, para la Comunidad Internacional en su conjunto.
Frigdiano Álvaro Durántez Prados es director de la cátedra Funiber.
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Ya que se afirma que la intercomprensión de español y portugués es tan grande (a eso se le llama "sesquilingüísmo", y se da también por ejemplo entre las lenguas de los países escandinavos, o entre el checo y el eslovaco)¿qué sentido tiene entonces que los españoles aprendan portugués o los portugueses español? En Lisboa o cualquier ciudad portuguesa es habitual que los turistas de España se dirijan a los nativos en español y que generalmente los portugueses hagan el esfuerzo de entenderlos. Mi experiencia me dice que lo contrario es mucho menos común, porque en definitiva un cierto sector de los españoles consideran al portugués un "español de segunda división", un "castellano sin huesos", que decía Unamuno. Me parece que este neoiberismo es un intento de hacer masa crítica y tratar de adelantarle al inglés, incorporando al carro de lo hispano al "irmãozinho português", convenciéndolo de que es mejor ser cola de león hispano que cabeza de ratón lusófono.