La cosa sucesoria en China

Conforme se aproxima la celebración del XVIII congreso del Partido Comunista de China (PCCh), dos dinámicas paralelas parecen afianzarse. De una parte, al ritmo oficial, todo parece desarrollarse con plena normalidad. Dándose por desactivado el caso Bo Xilai y encauzada su gestión por la vía judicial y disciplinaria, la definición del asunto central del congreso fue abordada por el presidente Hu Jintao en un discurso pronunciado el 23 de julio ante la élite funcionarial del país. Si en el 2007 fue la democracia, en el 2012 sería el turno de la equidad, esperemos que con mejor fortuna que aquella, eternamente sumida en malabarismos retóricos. Por otra parte, la concreción de las personas que conformarán el núcleo de la quinta generación de líderes del país debió pactarse en el cónclave de agosto celebrado en el balneario de Beidahe, donde se habría dado forma a cierta refundación del consenso en una reunión alargada de la cúpula del país.

Esta normalidad se acentuaría con la observación atenta de la agenda interna e internacional. En la primera, la reciente multiplicación de giras de los máximos dirigentes por las provincias chinas trasladaría ese mensaje de unidad a la multitudinaria base orgánica del PCCh. La calma vendría igualmente ratificada por la reiteración de viajes internacionales de las primeras figuras del país.

El contraste de dicha normalidad con las especulaciones externas no podría ser mayor. A los intríngulis novelescos del caso Bo Xilai y sus hipotéticos apoyos fraccionalistas en el partido y en el ejército se sumaron recientemente las cábalas sobre la presunta debilidad política de Hu Jintao (concretadas en la destitución de su jefe de gabinete Liang Jihua), el controvertido estado de salud del vicepresidente Xi Jinping, el influyente intervencionismo del exlíder Jiang Zemin y su fiel Zeng Qinghong, conformando todo ello una atmósfera de incertidumbre e inestabilidad que reflejaría algo más que las habituales pugnas entre corrientes y grupos de interés, aumentando el nerviosismo sobre el presente y futuro de China en una coyuntura internacional poco propicia a la que se suma tanto la ralentización de su crecimiento económico como el aumento de las tensiones en su entorno marítimo territorial.

Celosa de una soberanía que en estos procesos se traduce en dosis ingentes de opacidad y secretismo, aunque China así lo quiera ya sea para medir la magnitud de nuestra ignorancia sobre su vida interna, calibrar el atrevimiento de las redes sociales tras las últimas advertencias respecto a la divulgación de rumores sin fundamento o simplemente para desviar la atención sobre lo principal de su agenda para los próximos años, lo cierto es que si tuviéramos que evaluar la política de comunicación del PCCh ni mucho menos pasaría el aprobado. Aunque tampoco, quizás, nuestras especulaciones.

Cuentan que en tiempos de la dinastía Song, un campesino trabajaba una parcela donde había un tronco de un árbol. Un día, una liebre se precipitó contra el tronco, se rompió el cuello y murió. Entonces, el campesino dejó su tarea y se dedicó a vigilar el tronco convencido de que más liebres podrían repetir la faena. Pero nunca más pasó y la gente se rió de él. Quienes aplican métodos de ayer para gobernar hoy se comportan como aquel hombre que vigilaba el tronco del árbol, asegura la moraleja de esta historia que bien podría aplicarse a la política informativa del PCCh, tan aquejada de viejos tics propios de otra época.

Tanto celo, a despecho de las proclamas democratizadoras de algunos dirigentes, incluido el primer ministro Wen Jiabao, además de reflejar la boyante primacía de la vocación autoritaria del liderazgo chino, hurta a la ciudadanía un elemental derecho básico cual es el de acceder a una información transparente y veraz.

Ni tan blanco ni tan negro, cabe imaginar que, sin perjuicio de las tensiones inevitables en un escenario como el habitual de gran responsabilidad para el PCCh, situado ante el reto de definir un modus operandi institucionalmente aceptable en ausencia de procedimientos electorales homologables para resolver su peculiar alternancia pero también en ausencia de líderes determinantes como en el pasado, en lo fundamental el proceso estaría encauzado. El consenso, con sus tiras y aflojas, debe prevalecer a toda costa pues de él depende la propia supervivencia política del PCCh.

Dice otra máxima china que la base del arte de gobernar consiste en una adecuada promoción de las personas de valía. Pese a los cientos de años transcurridos desde su formulación, esa convicción, más o menos agujereada, sigue formalmente vigente, y si bien los métodos de selección, en otra época centrados en los exámenes imperiales, han evolucionado, no tanto como para reconocer a la ciudadanía el elemental derecho a equivocarse en su elección. Como han demostrado Bo Xilai, Ling Jihua y tantos otros implicados en casos de corrupción, sólo al PCCh cabe tal privilegio.

Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *