La COVID-19 no hará al mundo menos dependiente de China

Es casi seguro que la recesión global provocada por la pandemia de COVID‑19 será mucho más profunda y prolongada que la que siguió a la crisis financiera global de 2008. Aunque muchos gobiernos se comprometieron a reforzar sus economías con medidas de estímulo fiscal y monetario inéditas (pese a niveles de deuda pública que ya son enormes) a lo más que pueden aspirar es a evitar un derrumbe económico. Pero si insisten en el aislacionismo (buscar culpables y alzar barreras, en vez de sostener la cooperación e integración económica internacional) puede que hasta eso sea imposible.

Especialmente importante es la integración entre Estados Unidos y China. Después de la crisis de 2008, la recuperación económica global obtuvo un fuerte impulso de la cooperación sinoestadounidense, que permitió sostener medidas de estímulo individuales (la flexibilización cuantitativa en Estados Unidos y un programa de estímulo fiscal a gran escala en China). Pero la crisis de la COVID‑19 estalló en un momento en que las relaciones bilaterales (así como la cooperación internacional más en general) están en su peor nivel en décadas, y Estados Unidos no ha mostrado ninguna inclinación a mejorar la situación.

Por el contrario, algunos políticos estadounidenses se aferraron enseguida a la crisis de la COVID‑19 para sostener que no está bien que un país (y sobre todo China) tenga un lugar tan central en las cadenas globales de suministro. Además, el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump pareció más interesado en recalcar a la opinión pública el origen chino del virus que en tomar medidas decididas para controlarlo. Esto debilitó en gran medida la voluntad y capacidad de las economías más grandes del mundo para organizar una respuesta coordinada.

La postura de Estados Unidos de desestimar el potencial de China para contribuir a la solución de la crisis es un error. También lo es esperar que la pandemia reste importancia a China en las cadenas globales de suministro.

Incluso aunque una regionalización y diversificación de las cadenas de suministro reduzca los riesgos, China conserva importantes ventajas competitivas en muchas áreas, por ejemplo electrónica y fabricación de maquinaria y equipamiento. No es posible reemplazarla, al menos no en lo inmediato.

No quiere decir esto que el papel de China en las cadenas globales de suministro no vaya a cambiar. Pero eso viene sucediendo hace una década, con el traslado de numerosos puestos de trabajo fabriles de poco valor agregado a países vecinos.

En vez de debilitar la posición de China, esto le permitió subir en la jerarquía del valor agregado. El delta del Yangtsé y la provincia de Guangdong (regiones que antes se dedicaban a la producción de indumentaria y calzado y el armado de componentes electrónicos) se han convertido en nodos de innovación en alta tecnología.

En tanto, China se ocupó de impulsar el consumo interno, lo que reduce su dependencia de la demanda extranjera. De modo que es posible que ahora el mundo dependa más de China que viceversa. Creo que la pandemia de COVID‑19 fortalecerá esta dependencia, en particular porque China lleva varios meses de ventaja a la mayoría de los países (al menos) en el control del virus y la reapertura de la economía.

Es verdad que las draconianas medidas de confinamiento implementadas por China han tenido un alto costo económico, que puede llegar a una pérdida de entre 8 y 10% del PIB en el primer trimestre. Pero también permitieron al país cortar los contagios justo cuando el virus comenzaba a llegar al resto del mundo. Ya a mediados de febrero, China empezó a trabajar para restaurar la producción, en un intento de estabilizar las cadenas globales de suministro.

Es así que China evitó la turbulencia bursátil que se ha visto en Estados Unidos, donde los contagios están en rápido aumento y las medidas de confinamiento apenas han comenzado. Gracias a la acción decidida del gobierno chino (lo que no niega algunos errores iniciales de las autoridades de nivel local) China puede ser el primer país en restaurar el crecimiento económico, cuando el resto del mundo estará atrapado en una recesión profunda.

A diferencia de lo sucedido después de la crisis de 2008, no parece que el gobierno de China necesite planes de aumentar su ya enorme nivel de inversión. Debería bastar con mantener los planes de inversión en infraestructura actuales (incluido el tendido de redes de distribución eléctrica de alta tensión, ferrocarriles interurbanos de alta velocidad y redes 5G) y tomar otras medidas para apoyar la recuperación económica y del empleo, por ejemplo subsidios y exenciones impositivas. Con un déficit fiscal menor al 3% del PIB, China puede sin duda permitirse esas medidas.

Estas inversiones ayudarán a China a extender el progreso reciente a más sectores de alta tecnología, incluido el análisis de macrodatos, la inteligencia artificial, Internet de las Cosas e Internet industrial, lo que profundizará su integración con la cadena global tecnológica de suministro. Ni siquiera un desacople entre China y Estados Unidos detendrá los intercambios de tecnología entre China y el resto del mundo.

Ni la resistencia de Estados Unidos ni la pandemia de COVID‑19 evitarán que China abra su sector servicios o se convierta en un destino de exportaciones cada vez más atractivo para las economías avanzadas y de mercado emergentes. De hecho, en un momento en que algunos tal vez sientan la tentación de aislarse, China sigue tan comprometida como siempre con la globalización. Las oportunidades de comercio, inversión y crecimiento generadas por este compromiso pueden ser una bendición para los demás países en medio de las dificultades que afrontarán después de la crisis de la COVID‑19.

Zhang Jun is Dean of the School of Economics at Fudan University and Director of the China Center for Economic Studies, a Shanghai-based think tank. Traducción: Esteban Flamini.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *