La COVID-19 le gana a Trump

Considerando el fuerte contraste entre el presidente estadounidense Donald Trump y Joe Biden, su supuesto contendiente demócrata, el resultado de las elecciones presidenciales en noviembre tendrá implicaciones trascendentales no solo para Estados Unidos, sino también para el resto del mundo. ¿Debemos entonces prepararnos para cuatro años más de gobierno de Trump, o hay cambios en camino?

En el entorno actual, extremadamente polarizado, es improbable que los votantes comprometidos con cada partido cambien de bando, pero esos votantes no son suficientes para definir la elección. Esto significa que los moderados, y especialmente quienes se consideran independientes, serán decisivos. Desde esta perspectiva, Trump parece estar en problemas.

Esto no era así hace tan solo cinco meses, cuando la crisis de la COVID-19 apareció en EE. UU. En ese momento, Italia —con sus hospitales saturados, un estricto bloqueo económico y una economía devastada— dominaba los titulares. En EE. UU. no había restricciones y su sistema de salud funcionaba sin problemas.

Esto parece haber creado la sensación de que EE. UU. estaba manejando bien la crisis. Como muestra la Tabla 1, los porcentajes de aprobación general de Trump aumentaron en marzo, con una participación significativa no solo de los republicanos y moderados, sino también de los demócratas independientes que estaban conformes con su respuesta ante el virus.

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Desde entonces, sin embargo, los contagios y muertes por la COVID-19 se dispararon en EE. UU. y el gobierno de Trump hizo poco para solucionar el problema. Por el contrario, hubo quienes desde el gobierno intentaron debilitar a Anthony Fauci, el principal experto en enfermedades infecciosas del país, y Trump se negó rotundamente a usar un tapabocas ridiculizando a Biden por hacerlo.

Mientras tanto el desempleo se disparó y, aunque se introdujeron ciertas protecciones para los trabajadores y las empresas, muchos prevén una oleada de desalojos cuando finalicen esas medidas. El PIB se redujo el 9,5 % en el segundo trimestre, o el 32,9 % interanual: su peor desempeño desde 1947.

No sorprende entonces que las actitudes de los votantes hayan cambiado radicalmente. Como muestra la Tabla 2, desde fines de marzo hasta mediados de julio los niveles de aprobación de Trump, tanto en términos generales como de su manejo de la crisis de la COVID-19, cayeron en todos los grupos. En el caso de los moderados, en ambos partidos ese desplazamiento fue de intermedio a grande. Para los independientes —cuyos patrones de voto son determinantes significativos del resultado en los estados clave para las elecciones— el cambio fue muy grande.

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Junto con la desaprobación de Trump y de su respuesta ante la COVID-19, también aumentó la cantidad de estadounidenses que planean votar por Biden en noviembre. La Tabla 3 muestra que desde fines de marzo a mediados de julio la cantidad de electores independientes con intención de votar a Biden aumentó un sorprendente 23 %. La cantidad de quienes se autodefinen como demócratas y apoyan a Biden también aumentó modestamente —un 4 %—, mientras que el número de republicanos que planea votar por Trump cayó un 3 %.

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La crisis de la COVID-19 no es el único factor que genera apoyo para Biden, pero es significativo. Si hacemos un análisis de regresión con los factores convencionales que explican las diversas cuestiones y dinámicas en juego, la crisis de la COVID-19 —que supuestamente incluye sus alcances sanitarios y económicos— explica aproximadamente el 20 % del cambio entre marzo y julio.

Del 84 % de los republicanos que aprueban la gestión de Trump de la COVID-19, el 97 % afirma que votará por él. Del 15 % que no estaba de acuerdo en julio, sin embargo, solo el 40 % planea votar por él, mientras que —como se ve en la Tabla 4— el 36 % planea votar por Biden: un aumento del 8 % desde fines de marzo.

Del 25 % de los moderados que aprueban la respuesta de Trump ante la COVID-19, el 85 % lo votará, pero del 75 % que no está de acuerdo, solo el 7 % planea votar por él.

En cuanto a los independientes, como se ve en la Tabla 4, el 68 % no estaba de acuerdo con el manejo de Trump de la COVID-19 en julio, un aumento del 25 % desde marzo. De ellos, el 64 % tiene la intención de votar a Biden. Solo el 11 % de los independientes en desacuerdo con el plan de respuesta de Trump ante la COVID-19 planea votar por él. Del 43 % de los independientes que se aprueban su plan de respuesta, el 80 % planea votar por Trump.

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En definitiva, Trump está perdiendo entre los independientes y los moderados debido a su manejo de la pandemia, pero tres meses es mucho tiempo en la política electoral y Trump parece estar intentando revertir la situación. A fines de julio retomó las sesiones informativas regulares sobre la COVID-19, comenzó a promover el uso de tapabocas y canceló las celebraciones de la Convención Nacional Republicana de agosto en Jacksonville, Florida.

Sin embargo dista de estar claro si esto será suficiente —y no solo porque Trump de todas formas continuó ofreciendo «hechos alternativos» sobre la COVID-19. Una de las principales lecciones del resto del mundo es que la respuesta rápida es fundamental para contener el virus y minimizar el daño económico. La reacción del gobierno de Trump es cualquier cosa menos rápida.

Otras lección es que limitar la movilidad en un país es fundamental para contener los brotes: cuando la COVID-19 sacudió al norte de Italia, el gobierno detuvo todos los viajes interregionales no esenciales para proteger a otras regiones de brotes similares. En EE. UU., por el contrario, se dejaron esas decisiones en manos de los gobernadores estatales y solo unos pocos de ellos impusieron restricciones tardías a los viajes.

Ahora que los brotes se están saliendo de control en varios estados, es necesaria una respuesta más férrea para proteger la salud pública. Los costos económicos dependerán en parte de cuán estrictas sean esas medidas, pero hasta que se contenga el virus es poco probable que mucha gente vuelva a sus actividades económicas normales y no hay dudas de que los líderes estadounidenses —empezando por Trump— enfrentan una dura decisión.

Ninguna de las opciones es atractiva. Un confinamiento devastaría a la economía, que ya está viniéndose abajo, mientras que lo más probable es que rechazar la cuarentena solo prolongue el sufrimiento. De cualquier manera, podemos decir que las pérdidas para Trump serán casi seguramente beneficios para Biden.

Trump puede afirmar correctamente que a diferencia de la crisis financiera mundial de 2008, la pandemia de la COVID-19 no fue resultado de fallas en la política interior, pero resultó exacerbada por ellas. El desempeño de EE. UU. frente al de muchos otros países desarrollados en cuanto a la pandemia es desfavorable, a tal extremo que la ya debilitada posición mundial del país sufrió un duro golpe. Aunque es posible que actualmente esta no sea una preocupación importante para la mayoría de los estadounidenses, esto podría cambiar si continúan sufriendo restricciones a los viajes internacionales. En todo caso, la pelea de Trump será cuesta arriba hasta noviembre.

Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics Emeritus and a former dean of the Graduate School of Business at Stanford University. David W. Brady is Professor of Political Science and Leadership Values at Stanford University and Senior Fellow at the Hoover Institution.

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