La COVID-19 y el contrato social chino

La COVID-19 y el contrato social chino
Kevin Frayer/Getty Images

El Partido Comunista de China (PCCh) convocó en octubre a su 20.° Congreso Nacional, principalmente para confirmar el control del presidente Xi Jinping sobre el liderazgo del país. Todo salió acorde a su plan: los cargos del Comité Permanente, principal organismo de gobierno del PCCh, solo quedaron a cargo de sus secuaces más devotos. Ahora que Xi consiguió un tercer mandato como secretario general —y, con ello, como presidente— por primera vez desde la época de Mao Zedong un solo hombre tiene el poder absoluto en China.

Desapareció así el concepto del liderazgo colectivo y acotado en el tiempo que introdujo Deng Xiaoping después de la muerte de Mao, una época en que China recién empezaba su exitosísima fase de modernización. Sin embargo, como lo demuestra la historia, el regreso al gobierno unipersonal en un país de 1400 millones de personas representa uno de los mayores riesgos para China y su condición de superpotencia en ascenso, solo superada por Estados Unidos.

Sí, con Xi el poder del régimen chino parece cada vez más ilimitado e irrestricto gracias a sus inversiones gigantescas en vigilancia masiva de última generación y sistemas de control social, sin embargo, la fortaleza del PCCh no se basa en una represión universal «inteligente» sino que es el resultado del tremendo éxito del partido en la modernización de China.

Hacia fines del siglo XX, China se integró a la economía mundial y se convirtió en su «banco de trabajo ampliado» y principal exportador. China aprovechó luego ese crecimiento para desarrollar una economía mixta extremadamente eficiente, con un sector privado en crecimiento que funciona junto al sector estatal tradicional controlado por el partido. El resultado fue espectacular: China registró sistemáticamente tasas de crecimiento anual altísimas que le permitieron sacar de la pobreza absoluta a cientos de millones de personas (especialmente en las regiones costeras) e integrarlas a una nueva clase media en crecimiento.

Con su riqueza también acrecentó su poder militar y buscó posiciones más dominantes en la frontera tecnológica. En tan solo unos pocos años, sus éxitos tecnológicos —provenientes en su mayor parte del sector privado de alta tecnología— la convirtieron en un rival serio para los gigantes tecnológicos estadounidenses. Durante unos pocos años a fines de la década de 2010 parecía que era solo una cuestión de tiempo que China reemplazara a EE. UU. como la mayor economía mundial y superpotencia tecnológica abrumadoramente dominante.

Pero entonces llegó el brote de la COVID-19 en Wuhán, a fines de 2019. A pesar de los esfuerzos de algunas de las autoridades chinas para ocultar la creciente epidemia, pronto se convirtió en un problema mundial: el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró que el brote se había convertido en pandemia y la economía mundial se estancó debido a los confinamientos que implementaron los países para evitar la difusión del virus.

Pero las estrategias a mediano plazo variaron de un país a otro, según sus tradiciones culturales e históricas. Las sociedades abiertas y democráticas occidentales, por ejemplo, abrazaron la transparencia y confiaron en el aislamiento voluntario y la rápida creación de vacunas eficaces. Tres años después, gran parte de sus poblaciones están vacunadas, aunque murió mucha gente.

Por el contrario, China estableció desde el principio medidas draconianas de contención. Con su política de cero COVID, implementó cuarentenas estrechamente supervisadas y obligatorias para todos los afectados por los contagios detectados. Durante mucho tiempo, esta estrategia pareció superar al enfoque occidental, hubo muchas menos muertes en China —y además, como se había aislado del resto del mundo, su economía interna se recuperó más rápidamente que las de EE. UU. y Europa—. Debido a ello, muchas personas en el mundo comenzaron a sospechar que las economías con regímenes autoritarios están mejor equipadas para esas crisis que las desordenadas democracias liberales y pluralistas occidentales.

Pero quedó muy claro que ese no es el caso, ahora sabemos que para implementar la política de cero COVID-19 china hubo que suspender el contrato social entre el PCCh y el pueblo. Da la sensación de que Xi pasó por alto que la China de hoy —al menos en las grandes metrópolis que impulsan la economía— no es la de las décadas de 1960 y 1970.

La nueva China sencillamente no es adecuada para las política que obligan a las autoridades a cerrar megaciudades completas sin aviso previo y dejar a menudo a los trabajadores en las fábricas durante semanas. Además, debido a la posición de China en la economía mundial, su aislamiento siempre le resulta costoso. No solo la política de cero COVID-19 creó trastornos enormes en las cadenas de aprovisionamiento internacionales, sino también un daño considerable al sector exportador chino.

Xi quería aprovechar la pandemia para demostrar la superioridad del sistema chino sobre el decadente Occidente. Sin embargo, eso implicó que por arrogancia nacionalista se negara a importar las vacunas occidentales de ARNm, muy superiores. Debido a que la enorme población china sigue desprotegida y sin una vacunación suficiente, eliminar las medidas de COVID-19 cero sin dudas sería riesgoso, pero también lo serían los interminables confinamientos. Unas pocas semanas después del 20.° Congreso del Partido estalló la frustración de la gente en las grandes metrópolis chinas. Los manifestantes portaban hojas de papel en blanco para condenar al régimen de censura del PCCh y la «revuelta de las hojas en blanco» se convirtió en un reguero de pólvora. Evidentemente Xi se excedió en su ambición.

¿Cómo es posible que un autócrata chino aparentemente todopoderoso entienda tan poco sobre el contrato social del que depende su poder? Con todas sus dificultades, la democracia liberal —con su transparencia y los límites que se impone a sí misma— volvió a demostrar que es más eficiente y resiliente que la autocracia. El imperio de la ley y la rendición de cuentas al pueblo no son debilidades, sino fortalezas contundentes. Donde Xi percibe una cacofonía de opiniones en conflicto y una libertad de expresión subversiva, Occidente encuentra una forma de inteligencia colectiva flexible que le permite hacer ajustes automáticos. Los resultados hablan por sí solos.

Joschka Fischer, Germany’s foreign minister and vice chancellor from 1998 to 2005, was a leader of the German Green Party for almost 20 years. Traducción al español por Ant-Translation.

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