La creatividad, el corporativismo y las multitudes

El crecimiento económico, como aprendimos hace mucho con las obras de economistas como Robert M. Solow del MIT, va impulsado en gran medida por el aprendizaje y la innovación y no simplemente por el ahorro y la acumulación de capital. En última instancia, el progreso económico depende de la creatividad. Ésa es la razón por la que el miedo al “estancamiento persistente” en las economías avanzadas actuales ha hecho a muchos preguntarse cómo se puede espolear la creatividad.

Últimamente, un argumento destacado ha sido el de que lo que más se necesita es el estímulo económico keynesiano: por ejemplo, el gasto deficitario. Al fin y al cabo, las personas son más creativas cuando están activas, no cuando están desempleadas.

Otros no ven relación entre el estimulo y el dinamismo económico renovado. Como dijo recientemente la Canciller de Alemania, Angela Merkel, Europa necesita “valentía y creatividad políticas y no miles de millones de euros”.

En realidad, necesitamos las dos cosas. Para poder promover el dinamismo, necesitamos el estímulo keynesiano y otras políticas que promuevan la creatividad: que fomenten en particular unas entidades financieras sólidas y la innovación social.

En su libro de 2013 Mass Flourishing, Edmund Phelps sostiene que debemos fomentar “una cultura que proteja e inspire la individualidad, la imaginación, la comprensión y la autoexpresión que impulsan la innovación autóctona de una nación.” Cree que la creatividad ha quedado asfixiada por una concepción pública denominada corporativismo y que sólo mediante la reforma de nuestras instituciones privadas, financieras o de otra índole, se puede restablecer la individualidad y el dinamismo.

Phelps subraya que el pensamiento corporativista ha tenido una historia larga y perdurable, que se remonta a San Pablo, autor de nada menos que catorce libros del Nuevo Testamento. Pablo recurrió al cuerpo humano (corpus en latín) como metáfora de la sociedad, con lo que sugería que en una sociedad sana, como en un cuerpo sano, se deben preservar todos los órganos y no permitir que muera ninguno. Como credo de política pública, el corporativismo ha llegado a significar que el Estado debe apoyar a todos los miembros de la sociedad, ya se trate de personas o de organizaciones, sosteniendo a las empresas con dificultades y protegiendo los puestos de trabajo existentes a la vez.

Según Phelps, el Papa León XIII propugnó una concepción corporativista en su encíclica de 1891 Rerum Novarum y el Papa Pío XI amplió esas ideas en su encíclica de 1931 Quadragesimo Anno, pero, al leer esas obras, no encuentro una declaración clara ni convincente de doctrina económica alguna, exceptuadas nociones básicas de equidad y de caridad cristiana.

En realidad, una búsqueda de libros en Ngrams muestra que el término “corporativismo” no empezó a popularizarse hasta mediados del decenio de 1930 y se generalizó en los decenios de 1970 y 1980. Parece que quienes más lo usaron fueron los críticos –y con frecuencia para denunciar la difunta concepción fascista– o quienes ensalzaban un “nuevo” corporativismo.

Actualmente persisten, desde luego, algunos elementos del pensamiento corporativista. Personas que podrían no insistir en que el Estado deba proteger a las empresas que tienen dificultades o a los trabajadores despedidos siguen sintiendo una solidaridad que con frecuencia podría propiciar esos resultados.

Históricamente, un importante acicate en pro del pensamiento corporativista fue el libro de 1895 Psicología de las multitudes de Gustave Le Bon, quien acuñó los términos “psicología de las multitudes” y “mente colectiva”. Para Le Bon, “un individuo en una multitud” –no sólo turbas encolerizadas en la calle, sino también otros grupos de personas psicológicamente interconectados– “es un grano de arena entre otros, agitado por el viento”.

Le Bon consideraba que las multitudes necesitaban dirigentes fuertes, para distanciarlas de su locura natural y transformarlas en civilizaciones de esplendor, vigor y brillo. Mussolini y Hitler se inspiraron en su libro e incorporaron a la ideología fascista y nazi sus ideas, que no murieron con esos regímenes.

Aun así, la palabra “multitud” ha cobrado un significado –y una valencia política– enteramente distintas en nuestro siglo. La externalización y la financiación colectiva han creado nuevas clases de multitudes, de un tipo que Le Bon nunca habría podido imaginar.

Como subrayó Le Bon, a las personas no les resulta fácil hacer grandes cosas individualmente. Necesitan actuar juntas dentro de organizaciones que reorienten la psicología de las multitudes, faciliten la creatividad y estén dirigidas por personas íntegras.

Sin embargo, cualquier tecnología organizativa semejante esta sujeta a error y requiere experimentación. Cuando se inició la Wikipedia externalizada en 2001, su éxito no fue evidente. Incluso uno de sus fundadores, Jimmy Wales, lo consideró un poquito difícil de creer: “Resulta bastante sorprendente que se pudiera simplemente abrir un sitio y que la gente fuese haciendo el trabajo”.

Cuando el Presidente Barack Obama firmó en 2012 la Jumpstart Our Business Startups (JOBS) Act de los Estados Unidos, que facilitaba una auténtica financiación colectiva de las empresas, se trataba también de un experimento. Muchos críticos dijeron que el resultado sería la explotación de inversores ingenuos. Aún no sabemos si es así ni hasta qué punto funcionará bien dicho experimento, pero, si la JOBS Act fracasa, no deberíamos abandonar la idea, sino intentar modificarla.

En última instancia, necesitamos instituciones económicas que de algún modo promuevan medidas creativas concertadas de una gran sección de la población del mundo. No deberían ser instituciones corporativistas, dominadas por unos dirigentes centrales, sino que su poder debería proceder de las dinámicas acciones de las multitudes modernas.

Algunas de dichas acciones habrán de ser perturbadoras, porque el impulso de las organizaciones puede llevarlas a traspasar los límites de su utilidad, pero también debe haber la continuidad suficiente para que las personas puedan confiar su carrera y su futuro a dichas organizaciones. El reconocimiento de la necesidad de experimentar y formular nuevas formas de organización no debe significar abandonar la equidad y la compasión.

Robert J. Shiller, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices. He is the author of Irrational Exuberance, the second edition of which predicted the coming collapse of the real-estate bubble, and, most recently, Finance and the Good Society. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *