La credibilidad de dos líderes

No es ni cómodo ni fácil estar en la oposición y, menos aún, cuando uno piensa que el Gobierno le corresponde por derecho natural y es preciso desalojar de él al adversario con la mayor urgencia. Éste es un objetivo difícil de alcanzar cuando no se reconocen ni la derrota propia ni las causas que la provocaron, y la estrategia de oposición se centra en la erosión de la legitimidad de origen y ejercicio del que gobierna renunciando a formular mejores propuestas. Los estudiosos del tema han descrito tres maneras de hacer oposición con fortuna. La primera consistiría en mostrar su coincidencia con los objetivos gubernamentales y su divergencia en las formas y procedimientos buscando el voto de centro. La segunda, en presentar un nuevo escenario con prioridades muy distintas con el fin de atraer nuevos votantes y constituir una nueva mayoría. La tercera, en reiterar sus objetivos tradicionales renovando los mecanismos y la manera de abordarlos para recuperar votos de uno u otro signo.

Para entendernos, la primera y la tercera de esas fórmulas llevarían a la oposición a competir por el centro. La segunda, a movilizar a su electorado y desanimar al adversario. Esta última ha sido la opción que adoptaron los dirigentes populares. Se desentendieron desde el principio de las políticas sociales y económicas, las que de verdad preocupan a los ciudadanos, para centrar su oposición en la política simbólica convencidos de que ése era el único flanco vulnerable del Gobierno. La autoría del atentado del 11-M, los papeles del Archivo de Salamanca, la enseñanza de la religión en las escuelas, la unidad de la patria, supuestamente amenazada por las reformas de los estatutos, la lucha contra el terrorismo y, finalmente, la enseñanza de la educación para la ciudadanía. La oposición no ha renovado ni sus prioridades, ni sus métodos, ni su discurso, pese a la sustitución de Aznar por Rajoy.

Su estrategia se ha orientado a sembrar dudas sobre la legítima victoria de Zapatero y descalificar globalmente su política y su figura ignorando los pasos que se han dado en el plano económico o social y en la ampliación de los derechos de ciudadanía y negando al Gobierno el pan y la sal en cuanto a su política antiterrorista. Los datos de este estudio confirman la gravedad de ese error. El PP se estanca. Si lo que se pretendía era sólo aguantar, todo en orden. Pero un porcentaje muy sustancial de sus votantes estaría dispuesto a votar a un partido de centro que se colocase entre el PP y el PSOE. Tal vez Gallardón, Piqué y Arenas deberían tomar nota. ¿O lo hará Rato si ninguno de ellos se decide?

Colocar en el centro del debate la política simbólica plantea muchos problemas. Tanto Fraga como Esperanza Aguirre se pronunciaron a favor de la devolución de los papeles del Archivo de Salamanca en distintos momentos. Rajoy, de cuya inocencia no ha dudado nadie, no sabe cómo explicar por qué hay que recurrir ante el Tribunal Constitucional el Estatut, y no el contenido idéntico de otros estatutos. Ni por qué lleva a cabo su radical oposición a la ley de la memoria histórica, que cuenta con el respaldo de un 60% de los españoles y la oposición de poco más de un 20%. Ni menos aún por qué su partido invoca el pacto antiterrorista mientras se niega a aceptar sus dos cláusulas principales, es decir, que la dirección de esa política corresponde al Gobierno y que, en ningún caso, podrán utilizarse las divergencias entre el Gobierno y la oposición para obtener réditos políticos. ¿Los ha obtenido alguien?

Junto a la política territorial, la lucha contra el terrorismo ha sido el gran caballo de batalla de esta legislatura. La opinión pública entiende que Zapatero debería haber contado con el apoyo de Rajoy y que éste debería haberle apoyado en lugar de boicotear su intento, aprueba masivamente el hecho de que Zapatero intentara negociar, aunque no consiguiera su propósito, y rechaza de plano la pretensión del PP de haber actuado en este punto de forma coherente. No se trata de culpabilizar a unos o a otros, sino de posiciones mucho más matizadas que ponen en duda la pertinencia de la estrategia del PP y dejan en el aire la pregunta de qué hubiera pasado si no se hubiera producido ese desencuentro entre los principales partidos. En una palabra, la frustración resultante no se ve compensada con el mínimo rendimiento electoral.

Nuestro estudio sugiere que existen otros ámbitos en que la oposición habría podido ser más rentable. La percepción de la situación económica es positiva y estable, y la gestión del Gobierno más bien favorable, sobre todo en algunos temas, pero ofrece también algunos flancos abiertos a la crítica y la formulación de propuestas alternativas que la oposición ha rehusado hacer hasta el momento. Tal vez se reserve para los meses venideros para abordar el sprint final con alguna o algunas sorpresas, aunque no sea eso lo que sugiere el hilo conductor del discurso de Rajoy en el debate sobre el estado de la nación y en sus posteriores manifestaciones donde de nuevo el objetivo central parece consistir en atacar la credibilidad del presidente del Gobierno.

Nuestro estudio confirma los datos de otros ya publicados acerca de la victoria de Zapatero sobre Rajoy en el debate sobre el estado de la nación y la mejor imagen que de aquél tiene la mayoría de los ciudadanos en relación con una serie de cualidades y atributos que esperan encontrar en los dirigentes políticos. Y, lo que es más serio, mientras la imagen del PSOE se mantiene estable, la del PP experimenta un marcado deterioro, las preferencias entre los dos primeros partidos se decantan abrumadoramente a favor de los socialistas y, mientras los ciudadanos se dividen prácticamente a la mitad entre los que confían y desconfían del presidente del Gobierno, la credibilidad del líder de la oposición se cifra en menos de un 30% en tanto que más del 70% de los entrevistados dicen desconfiar de él.

En resumen, el panorama que muestran estos datos al cierre del curso indica que el PP, pese a todo, resiste en su soberbio aislamiento sin conseguir avanzar, mientras el PSOE avanza ligeramente, quizá por el impulso que le imprimió la actuación de Zapatero en el debate y por su determinación al abordar el final de la legislatura introduciendo cambios significativos en su Gobierno que no han podido ser analizados aquí por coincidir su anuncio con el inicio de nuestro trabajo. Con todo, faltan ocho largos meses para las elecciones. En política, una eternidad, pero no necesariamente estática. Por estas fechas, en el 2003, los sondeos concedían al PP una ventaja de siete u ocho puntos.

Julián Santamaría Ossorio, catedrático de Ciencia Política en la UPM y presidente del Instituto Noxa.