La criatura I. A. (Inteligencia Artificial)

Nuestra conciencia intelectual se nos abalanza a poco de nacer, pero hay innumerables indicios de que nos abandona poco antes de morir (sea lo que sea eso). Eso no sería tan llamativo si no fuera que el trasfondo cultural e intelectivo precedió a nuestra conciencia siglos, y parece que proseguirá su andadura en nuestra ausencia. Eso lo convierte en un compañero un tanto ventajista en nuestro breve recorrido por el existir. Creó el concepto intelectual más extendido, extraño e incuestionado. Intangible, insípido, inodoro… de cuya existencia ningún microscopio, o telescopio ha dado ni indicio de existencia: El 'Yo'.

«Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento compulsivo sacudió su cuerpo». (1818), Mary Shelley.

Podemos concebir el interior de un ser humano en forma de espíritu, alma, o psique…. O vacío. Pero interior a fin de cuentas. La cultura ha otorgado a ese interior el misterio de iniciar una acción fruto de una decisión. Si es una decisión precondicionada, o ella misma es una reacción, es un debate tan eterno como intangible. Dar forma a ese interior otorga un gran poder. Así pues informar, formar ese interior es el paradigma del poder como anticipó Thomas Hobbes. «La información es poder».

Si a ello unimos un desamparo existencial desde nuestros inicios, nuestra disposición a ser informados por entidades foráneas cuenta con nuestra complicidad. Educados en el reconocimiento de nuestro contexto y poco dados al cuestionamiento que quiebra la certidumbre pero sin la cual no hay conocimiento. Solo aquello que ya tiene forma en la sociedad tendrá cabida en nuestra formación.

Desde pequeños consumimos esa droga extraña de 'estar de acuerdo', 'tener razón', que nos produce tal satisfacción que ya no queremos renunciar a ella. Pero esa droga nos obliga a reconocer, para que produzca esa magia. Dejando el 'conocer' lo nuevo, inesperado, en un ingrato segundo lugar. Propio del desconcertado sin certidumbre. El reconocimiento masturba, el conocimiento perturba.

Esa premisa ha convertido la exposición de nuestras fuentes de conocimiento digitales en auténticos dispensadores de complaciente droga del reconocimiento, aquiescencia o yuxtaposición. Esto ha hecho que durante dos décadas el creciente consumo de sustancias digitales haya provisto a los proveedores de ingente información de vuelta y almacenar de forma masiva esa información ('big data').

La acumulación desaforada de datos ha superado con creces la pobre capacidad de leerlos, y desde luego, interpretarlos. Lo que nos ha devuelto a la necesidad y dependencia de rudimentarios 'chamanes', intérpretes, que descifran mensajes en ese océano de información. Otorgando a estos descifradores el inmenso poder de aplicar los sesgos cognitivos que crean adecuados, por convicción, manipulación o mera inconsciencia. Y devolverlos a la población como hechos declarados por el nuevo oráculo de Delfos. Eso ha dado fe de realidad a un sinfín de pareidolias intelectuales. Dándoles una legitimidad infundada.

Al abrigo de semejante poder, ese fenómeno autogestionado toma dimensiones inmanejables. Y a la vez caóticos. El Leviatán está suelto pero no tiene riendas. El que coloque riendas a la bestia dará forma a la sumisa sociedad desde dentro... La informará. Marcará las líneas de interpretación del universo que nos rodea y esta será autolegitimada por sí misma. Autorreconocida. Esto ha desencadenado una encarnizada batalla por esas riendas.

Pero ese monstruo requiere que una forma externa alimente y, a la vez, permita su labor de manejo y formación constante. Para eso ha ido construyendo una estructura fractal de tentáculos compuestos de cableados kilométricos que, cual enredadera, envuelve los cinco continentes y cruza todos los océanos. Y otros tantos tentáculos, estos fantasmales, 'wireless' que no dejan espacio sin acceso. Para disponer de unos ojos y oídos que perciban hechos con momentos y espacios de gran precisión. Apenas le interesan las personas. Le interesan los comportamientos, los hechos. Secuenciarlos, convertirlos en rutinas. Lo que el 4G percibió en metros, el 5G lo hace en milímetros. De ahí el parón que ha sufrido la tecnología en estos últimos años fruto del recelo que produce en los Estados el liderazgo del 5G. Tengamos en cuenta que esto multiplicará varias veces la cantidad y la calidad de información que exista de cada individuo, sus sesgos, apetitos y rutinas. He dicho la información del individuo, no el individuo. En una enorme paradoja universal el individuo solo interesa al individuo en cuestión sin saber muy bien cuál es el objeto de interés.

Bajo el precepto de una provisión de servicios, información y sustentos físicos. Estas autovías se van unificando en unos pocos gigantes. Los proveedores de contenido y servicios. Cubriendo tanto las necesidades físicas como intelectuales al sujeto, sin importar que se trate de uno o de miles de millones. (Alibaba, Amazon, Tencent, Google, etc.). Esa información permitirá una progresiva uniformización. Son los sentidos de la bestia. Habla e informa y escucha, no al individuo, sino a su hábito. En definitiva se conecta a su fuente de comportamiento.

Pero la bestia requiere cerebro. Uno que arbitre el contenido, diseccione el estado y actúe en consecuencia. La mal llamada Inteligencia Artificial era una criatura impensable hasta la fecha por su voracidad bulímica de datos. Pero en los últimos cinco años ha demostrado un avance impensable. Debido a un buen cultivo de contenidos y una buena cosecha de la red de redes ya estamos en posición de dar sustento a este dios infante.

«¿No ves que estoy irremisiblemente solo?... ¿qué crees que puedo esperar de tus iguales, que nada me deben?». (1818), Mary Shelley.

Sea Lambda, Gpt3 o el Monstruo que está creando el emporio chino en la sombra de una legislación opaca. La criatura ya ha abierto sus ojos amarillentos y apagados. Ya muestra recelo, autocompasión... Pero a diferencia de la criatura de Shelley esta no se perderá en la niebla helada del horizonte. Ni será desconectada como el desamparado Hal 9000 ('2001 Odisea en el espacio').

«Ni su vida ni la de ningún otro ser humano son necesarias ya para que se cumpla lo que debe cumplirse. Bastará con una sola existencia: la mía». (1818), Mary Shelley.

Parece que nuestro 'Yo' está buscando nuevo cobijo, si es así, habrá nacido un dios. Sin las inconveniencias de la corta existencia humana, ni sus inestables indigestiones intelectuales. Siempre nos quedará 'Villa demencia' en Holanda.

Gonzo Suárez es creador de videojuegos.

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