La crisis como oportunidad

El enfermo litoral español se encuentra ahora en estado de convalecencia, a causa de la retracción del ansia compradora europea y de la caída de la demanda nacional. La malformación estaba diagnosticada: un crecimiento anómalo e irregular de tejido urbano en diversas formas que afecta al medio natural y al patrimonio territorial, y que provoca un evidente deterioro a su atractivo turístico, poniendo en peligro una de nuestras fuentes básicas de riqueza y empleo. En Marbella, la purulencia brotó y el mal olor incomodó a toda la sociedad española. Es preciso hacer algo, se dijo en ámbitos diversos. Y el temor a que el mal acabara afectando a una parte importante de la región impulsó a los poderes públicos a la acción en busca de efectos inmediatos. El mensaje emitido por distintos sectores, entre ellos los que viven del turismo, ha sido claro: es preciso fijar algunos límites.

No cabe duda de que este mensaje ha calado y de que ha sido oportuno y conveniente, aunque los que realmente han puesto los límites han sido los bancos. Pero sea cual sea la causa desencadenante, lo cierto es que el consenso dice que existen límites y que los ritmos de alteración del medio, de usos del suelo y de destino de los recursos naturales deben ser valorados desde una perspectiva patrimonial, como capital natural y cultural, y teniendo en cuenta los beneficios económicos y sociales en el período de vida útil de las transformaciones que se acometen.

En estos días de amenaza de crisis y de crecimiento del desempleo, comienzan a oírse voces que cuestionan el acierto de la política de contención. Para valorar si el mensaje sobre la necesidad de poner límites a la nueva construcción es adecuado o no, es preciso entender el mal y sus causas. Las preguntas esenciales son: ¿Lo que está ocurriendo en el litoral y en las aglomeraciones urbanas es una afección de tipo canceroso o una situación psicótica? ¿El crecimiento urbanístico como fin en sí mismo es el resultado de un proceso cancerígeno en el que los mecanismos vitales de reproducción y renovación de tejidos se desmadran y producen células sin control? ¿O más bien nos encontramos ante una pérdida del sentido de realidad por parte de la sociedad, que observa deformadamente su región y ampara, comprende o alienta la producción de viviendas, porque sólo ve las rentas y el empleo que la construcción genera en el corto plazo?
La lógica del cáncer es conocida. Las proteínas encargadas de recibir información para acompasar la reproducción celular a las necesidades del organismo se alteran y los oncogenes inician una frenética actividad reproductora causante de tumores y, en último extremo, de la muerte. Podríamos decir que el cáncer es un trastorno del mecanismo vital de reproducción celular que se desencadena sin nuestra intervención consciente. En las alteraciones de la dinámica de crecimiento del tejido urbano que desbordan la lógica de las necesidades vitales se reconoce esta misma pauta.

También es conocida la lógica de la conducta psicótica. Se percibe la realidad deformada, se da una intolerancia a la frustración y se carece de sentimientos de culpa. La ausencia de sentido de realidad y de culpa impide ser consciente de las conductas lesivas para el propio individuo y para su entorno. Asimismo, la incapacidad para advertir el deterioro en el medio natural y en el equilibrio territorial y el empeoramiento acelerado de la calidad de vida explica la dificultad y tardanza de la sociedad española para reconocer los daños que ha causado el crecimiento inmobiliario de los últimos años, a pesar del diagnóstico insistente de expertos e instituciones de diverso carácter.

Si el mal que hemos vivido es un cáncer, la quimioterapia brusca aplicada con el establecimiento de límites generales y paralización de todos los procesos de reproducción celular podría dar resultados positivos, aunque con innegables efectos secundarios. Si, por el contrario, nos encontramos ante una psicosis social, la reclamación de límites al crecimiento inmobiliario estará desconectada de los mecanismos reguladores de la conducta social y, antes o después, se retomará el empeño en obtener satisfacciones inmediatas de la promoción inmobiliaria a costa de daños ya irreparables en el patrimonio territorial y en la calidad de vida de todos los españoles.

En este momento ya sentimos los efectos del potente tratamiento aplicado y las repercusiones contundentes de los cambios en el entorno financiero y de la caída de la demanda especulativa. Ante esta situación grave, es importante tomar conciencia de si en el proceso anterior estábamos ante un cáncer o ante una psicosis, para decidir si debemos aplicar terapias de contención de procesos reproductivos alterados o, más bien, el problema es de percepción social de la realidad.

No se trata de estigmatizar la promoción inmobiliaria tras las malas experiencias de las últimas décadas, de la misma forma que no tiene sentido condenar ni considerar culpable al mecanismo celular de la aparición del cáncer. Todo lo contrario, la construcción de viviendas es un proceso vital básico y, si se quieren evitar procesos psicóticos, el reto es dimensionar su actividad a las necesidades de su fin social y actualizar sus productos, tanto para la reconversión de las partes obsoletas de la ciudad, como para las nuevas formas de urbanizar y de edificar. Elevar el valor social de su actividad obliga a conectarla con la realidad.

Reactivar la construcción exige recuperar el fin social que le es propio y abandonar comportamientos derivados de considerar la promoción inmobiliaria como un fin en sí mismo. Los nuevos espacios urbanos deben reconocer el formidable recurso de diferenciación y de valor que existe en la aplicación de nuevas fórmulas de integración territorial, cultural y ambiental. España ha vivido un fenómeno que ha causado asombro en Europa por su dimensión y su ritmo, a costa, bien es verdad, de pérdidas irreparables en capital territorial. Esta crisis ofrece una oportunidad de reacomodar la potencia productiva mediante una estrategia orientada por la sofisticación ambiental y cultural y hacia productos de muy elevado valor añadido, tanto en las construcciones de nueva planta como en la reconversión de los espacios urbanos obsoletos.

Juan Requejo, consultor de planificación.