La crisis da dinero

Este Alessio Rastani que ha aparecido en un programa de la BBC para afirmar que la crisis está llenando los bolsillos de unos cuantos puede que sea un farsante o un provocador, pero no ha hecho más que confirmar una sospecha muy extendida: que unos pocos van camino de hacerse indecentemente más ricos de lo que ya eran a costa de los sufrimientos y las apreturas de muchos. Siempre ha sido así y es de temer que seguirá siéndolo por bastante tiempo. Desde tiempo inmemorial, las crisis dan muy buenos beneficios, así en la Roma imperial como en la Unión Europea de Angela Merkel. Hay incluso casos de manual, muy estudiados por los historiadores y los economistas, episodios clásicos de enriquecimiento de una minoría muy pero que muy minoritaria. Ramón Carande echó las cuentas del buen negocio que fue para los banqueros la propensión del emperador Carlos V a andar siempre corto de numerario, y la afición a quebrar de Felipe II dio muy buenos dividendos a los prestamistas, aunque arruinó al reino. Es decir, que sacar tajada de las peores ocasiones se asienta en una larguísima tradición.

Por no seguir en los tiempos remotos de la navegación a vela, basta con dar un somero repaso al crash de 1929 para concluir que los nietos de los salteadores de entonces

-el tal Rastani y otros de su mismo árbol genealógico- tienen dónde inspirarse. Por ejemplo, es cosa sabida que el avispado J. P. Morgan ganó escandalosas cantidades al mismo tiempo que pobres tipos que habían perdido hasta la camisa se arrojaban al vacío desde los pisos superiores de los rascacielos de Nueva York o se descerrajaban un tiro en la sien.

No es ningún misterio que el presidente Franklin D. Roosevelt aflojó los estímulos a la economía durante la segunda mitad de los años 30, so pretexto de equilibrar el presupuesto, y que aquella decisión puso el New Deal a los pies de los caballos mientras algunos especuladores aventajados, promotores de la contención, amasaron una fortuna con movimientos de capital que lo fueron todo menos transparentes. Y es asimismo muy conocida la teoría según la cual el New Deal cuajó definitivamente gracias al programa de producción industrial intensiva conocido como segunda guerra mundial, dicho en palabras del Nobel Paul Krugman.

Hay un caso interesantísimo de enriquecimiento veloz que se remonta a los días del embargo de las exportaciones de petróleo decretada por los países árabes en octubre de 1973. Un ministro argelino, bebedor compulsivo de zumo de naranja, contaba en París la primavera del año siguiente que unos cuantos especuladores europeos se habían hecho literalmente de oro gracias a la falta generalizada de combustible. Decía más: aquellos personajes habían presionado a los productores árabes para que prolongaran la situación. De forma que mientras los automovilistas padecían toda clase de restricciones, la reina de Holanda circulaba en bicicleta y la industria estaba a un paso de la asfixia, ellos habían dado con la fórmula para montarse en el dólar.

Ahora mismo, los llamados bajistas, los compradores de acciones a crédito -sea o no legal esta práctica- y otros conocedores de los atajos para hacerse rico, tienen el mundo a sus pies, y la deuda pública de aquí y de otros lugares, por las nubes. Es decir, que el sindicato de los Rastani que en el mundo han sido, son y serán tiene el futuro asegurado. Es lógico que a Emilio Botín todo esto le parezca un disparate, es incluso tranquilizador. Es igualmente lógico que a ministros, profesores universitarios y ciudadanos sin otro título que el de personas honradas les parezca inmoral o amoral que el club de los Rastani ande sacando pecho, pero es lo que hay y no se ve la manera de acabar con este vergonzoso pandemónium, dicho sea sin ganas de desanimar a nadie. En todo caso, alguien debiera explicar cómo es posible curar a un enfermo sin liberarlo de las infecciones que lo atenazan.

Habita en esta crisis de nunca acabar una ambición tan desbocada, una avidez tan malsana de dinero que lo extraño es que haya llevado tanto tiempo la aparición en nuestra sala de estar de un Rastani dispuesto a confesar sin mayor sonrojo. La desfachatez de este sujeto sería increíble en un universo ideal adscrito al imperativo categórico kantiano, al prurito ético y a otras virtudes desaparecidas en combate. Pero en la dislocación que nos acogota, el gremio de los Rastani se siente como pez en el agua y uno de sus representantes no ha hecho más que descubrir un secreto a voces. (Quien dice Rastani dice esta lista extremadamente restringida de operadores financieros que campan por sus respetos y tienen la sartén por el mango).

¿Acaso alguien había llegado a la ingenua conclusión de que en el trance de la crisis todos salimos perdiendo? Es de temer que este pájaro entrevistado por la BBC no ha hecho mucho más que descubrirnos el Mediterráneo y nos ha confirmado nuestras peores intuiciones: pueden obtenerse beneficios de la manipulación de la crisis. La única condición para lograrlos es carecer de escrúpulos. Y esto último también era cosa sabida. ¿O no?

Por Albert Garrido, periodista.

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