En otros tiempos, Europa colonizaba pedazos de China. Hoy, China coloniza pedazos de Europa. De manera informal, por supuesto, y mucho más cortés que cuando la situación era al revés. El ascenso de China esclarece y al tiempo aprovecha el declive relativo de Europa.
El primer ministro chino, Wen Jiabao, que llegó a Europa el día 24, tenía previsto visitar Alemania, Reino Unido y Hungría. ¿Por qué Hungría? En parte, porque ocupa la presidencia de turno de la UE, pero también porque China dispone de grandes inversiones en el país y pretende hacer más, como en otros lugares del sur y el sureste de Europa. Un estudio que van a publicar Francois Godement y Jonas Parello-Plesner, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR en sus siglas en inglés), calcula que China hoy tiene el 40% de sus inversiones de la UE en Portugal, España, Italia, Grecia y Europa del Este. El último año, varias autoridades chinas han visitado asimismo España, Portugal y Grecia.
¿Por qué prestar tanta atención a la periferia? Porque en esos países se pueden hacer inversiones prometedoras, y esas economías periféricas, más pequeñas, son una forma sencilla de entrar en un mercado europeo único de 500 millones de consumidores. El mercado de la UE está mucho más abierto a los inversores chinos que el chino a los europeos. Además, hacer grandes inversiones en estos países tiene una compensación política. Cuanto más dependan económicamente de China, menos probabilidades habrá de que apoyen las acciones comunes de la UE que China considera hostiles a sus intereses fundamentales. No es demasiado cínico darse cuenta de que Pekín está construyendo una especie de lobby chino dentro de las estructuras de toma de decisiones de la UE, donde, al menos en teoría, el Estado más pequeño es igual que el más grande.
Con la eurozona en cuidados intensivos, a países como Grecia, España y Portugal también les gustaría que China comprase parte de sus desolados bonos del Estado. Aunque no conocemos las cifras exactas de las adquisiciones de bonos por parte de China, sí sabemos que los gestores chinos de fondos soberanos llevan un tiempo diversificando discretamente sus inversiones para no limitarse a los bonos del Tesoro estadounidense. Sus dirigentes políticos pronuncian palabras comprensivas y hablan de ayudar a la eurozona. La verdad es que a la economía china le perjudicaría que la economía europea cayese en picado.
China, que posee las mayores reservas extranjeras del mundo -alrededor de tres billones de dólares-, podría comprar la mitad de los bienes públicos privatizables de Grecia en un abrir y cerrar de ojos. ¿Deben desconfiar los griegos de unos chinos que llegan cargados de regalos? Ya lo dice el refrán: a caballo regalado no le mires el diente. Como explicó un destacado geoestratega chino a uno de los autores del informe que va a publicar el ECFR, con exquisita delicadeza oriental, "ustedes necesitan nuestro dinero".
No debemos mostrarnos paranoicos ni hipócritas. Si creemos en el libre comercio y los mercados, debemos llevar a la práctica lo que predicamos. (Yo voy a tener pronto un coche hecho por un fabricante de propiedad china. Se llama Saab). El problema no es que a los chinos les resulte demasiado fácil invertir aquí, sino que a los extranjeros les resulta demasiado difícil invertir allí. Pero no cabe duda de que el poder económico chino ya está introduciéndose hasta el corazón de Europa, ni de que eso se traduce en influencia política.
Para algunos vecinos asiáticos de China, su ascenso ha tenido consecuencias mucho peores. La potencia asiática pretende controlar los mares del Sur de China, hasta el punto de que ha dicho que es uno de sus "intereses fundamentales", y, en las últimas semanas, buques de la Marina china han cortado dos veces los cables de barcos vietnamitas de exploración petrolífera. Mientras que, en Europa, algunos siguen soñando con un mundo posmoderno de soberanía compartida, en el que la UE sea un modelo de gobernanza mundial, la geopolítica de Asia se parece cada vez más a la de la Europa de finales del XIX, no del XX. Unas potencias soberanas impacientes se disputan la supremacía, construyen armadas y ejércitos y luchan por controlar tierra (como Cachemira) y mar. Los intereses y las pasiones nacionales pueden más que la interdependencia económica.
Nunca olvidaré mi primera conversación, hace unos años, con uno de los principales expertos chinos en relaciones internacionales, Yan Xuetong. Hablandodel ascenso de China, observé que la transferencia de la supremacía mundial de Gran Bretaña a Estados Unidos a partir de 1945 era el único ejemplo que conocía de un gran traspaso hegemónico que no había ido acompañado de una guerra. "¿Qué quiere decir?", me interrumpió Yan, agitando las manos. "¡Claro que hubo una guerra! Solo que contra otro país...". Tenía razón. La guerra contra la Alemania nazi sirvió de catalizador del traspaso de hegemonía de Londres a Washington. Confiemos en que la historia no se repita. Pero sería muy sorprendente -por todos los precedentes históricos- que el ascenso de China no vaya acompañado, en algún momento de los 10 o 20 próximos años, por un conflicto armado con alguno de sus vecinos de menor tamaño. Podría ser Vietnam, por ejemplo, con la consiguiente cuestión de cómo reaccionaría Estados Unidos.
Junto a las dimensiones económica y militar del ascenso de China como potencia, existe un tercer aspecto: el político y cultural, el del poder blando. Yan Xuetong acaba de escribir un libro fascinante titulado Ancient Chinese Thought, Modern Chinese Power (Pensamiento chino antiguo, poder chino moderno). Está dedicado a examinar las enseñanzas del pensamiento político anterior a la dinastía Qin -es decir, anterior al año 221 antes de Cristo- aplicables al papel de China en el mundo actual. Yan sostiene que en aquellos pensadores chinos antiguos pueden distinguirse dos ideas opuestas sobre el poder del Estado: la hegemonía y lo que llaman la "autoridad compasiva". Con la "autoridad compasiva", la sabiduría, la virtud y la beneficencia de los gobernantes no solo satisface a sus ciudadanos, sino que atrae a otros, por lo que extiende su forma de gobernar más allá de sus fronteras.
Si bien Yan no parece rechazar del todo la mera hegemonía, afirma que China debe aspirar a esa forma más ambiciosa de poder, entre otras cosas, "renovando sin cesar el sistema político". Aunque se muestra un poco elíptico al llegar a este punto, también sugiere que "China debe incluir el principio moral de la democracia entre los principios que promueve".
Hay que dejar claro que la China de 2011 está muy lejos de ejercer esa "autoridad compasiva".
Desde los tiempos del gran reformista Deng Xiaoping, puede reivindicar el logro moral de haber sacado a cientos de millones de personas de la pobreza. Para los países en vías de desarrollo de todo el mundo, su modelo de capitalismo de Estado representa un desafío ideológico al modelo liberal de capitalismo de libre mercado, hoy desgarrado por la crisis.
El hombre que visita Europa, Wen Jiabao, es un número dos auténticamente atractivo y considerado, muy abierto a debatir las preguntas polémicas de extranjeros y popular incluso entre los insatisfechos jóvenes de su propio país. Sin embargo, en los dos últimos años, un Partido Comunista nervioso, que se encaminaba hacia la transición de poder en 2010, ha retrocedido a una forma que no tiene nada de compasiva, ni en el tratamiento de las minorías étnicas del país ni en el encarcelamiento del artista Ai Weiwei, que fue finalmente liberado hace unos días. Su reacción ante la primavera árabe ha sido de mayor preocupación de lo que, a juicio de la mayoría de los observadores, debería haber sido.
Ninguna de las tres facetas del poder chino -económica, militar y política- puede separarse de las demás. Todas están cambiando. Es deseable un diálogo crítico como el que quieren mantener David Cameron y Angela Merkel con el admirable señor Wen. Pero la realidad es que la influencia externa en la evolución de esta superpotencia emergente va a ser limitada. Por consiguiente, necesitamos poner nuestros propios asuntos en orden, vigilar la situación y tener esperanza.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.