Por Catherine Wihtol de Wenden, investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS/ CERI), Francia. Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 21/11/05):
La crisis de los barrios periféricos, saldada con dos semanas de violencias urbanas a partir del 3 de noviembre del 2005, ha sacudido con fuerza Francia y ha hecho que numerosos países extranjeros se pregunten sobre la validez del "modelo francés de integración" y sobre los factores de semejante fractura (entre ellos, Estados Unidos, criticados en el Hexágono por su gestión de los barrios pobres de Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina en septiembre del 2005).
Coches quemados, contenedores de basura incendiados, comisarías, centros comerciales, guarderías y equipamientos deportivos dañados en la periferia norte de París (el "93"), con algunas incursiones en el propio París (sobre todo, el distrito III), como también en Toulouse y la periferia lionesa especialmente. Estos daños se han añadido a los 70.000 casos de violencia urbana ocurridos desde enero del 2005.
Desencadenada a partir de la muerte inexplicada de dos adolescentes ocurrida el 27 de octubre en la subcentral eléctrica donde se habían refugiado tras intentar robar en la caseta de unas obras y ser seguidos por la policía, la cólera de los jóvenes periféricos se extendió como la pólvora hasta el punto de forzar la respuesta de los niveles más altos del Estado. Así, el presidente de la República declaró que "la ausencia de diálogo y la escalada de la falta de respeto conducirían a una situación peligrosa", antes de denunciar las discriminaciones. El primer ministro habló de "elementos de la mayor gravedad" y anuló su viaje oficial a Canadá; mientras que Azouz Begag, ministro de la Promoción de la Igualdad de Oportunidades y originario de la periferia lionesa (La Duchère, donde se considera "en casa"), se vio obligado a callarse tras serle reprochada su libertad de expresión. Más allá de su gravedad, la crisis ha dado ocasión a los políticos para interrogarse sobre los factores del malestar.
Se han avanzado las hipótesis más diversas: bandas organizadas, debilidad de los progenitores, poligamia, manipulación por grupos islamistas exteriores, sensación de ausencia de futuro, paro de los padres, discriminaciones y ruptura de la igualdad de oportunidades. También se han avanzado como factores importantes las declaraciones del ministro del Interior, cuando éste habló durante el verano de "limpiar la periferia a manguerazos" y de "chusma", y también las declaraciones de un diputado de la UMP hablando de "cabecillas de la economía paralela que no quieren que la República se instale en los barrios periféricos". El primer ministro ha decidido unas medidas de urgencia: un plan quinquenal de cohesión social, prefectos delegados para la igualdad de oportunidades y, a corto plazo, el establecimiento del Estado de emergencia con toque de queda (según un texto de 1955 aprobado en la época de la guerra de Argelia), formación profesional a partir de los 14 años (¿se renuncia a la enseñanza obligatoria hasta los 16 años?) y servicio civil voluntario con acompañamiento y formación, 100 millones de euros para la financiación de asociaciones cívicas encargadas de mantener el vínculo social y actuar en los barrios (asociaciones cuya financiación no había dejado de disminuir desde finales de los años ochenta). Por su parte, el ministro del Interior ha anunciado la expulsión de los extranjeros (se volverá a la doble pena, abolida por la derecha en el 2002), cuando resulta que la mayor parte de los delincuentes son franceses. De nuevo son objeto de debate la retirada de la nacionalidad francesa para los naturalizados (una medida practicada por el régimen de Vichy), el reagrupamiento familiar y la poligamia (prohibida desde la ley sobre Entrada y Residencia de Extranjeros de 1993, la llamada ley Pasqua). Más allá de la dimensión mediática y las decenas de condenas que han seguido a esta efervescencia, merece la pena esbozar algunos elementos de análisis:
- En la tradición de movilización de los jóvenes surgidos de la inmigración existe la costumbre de mostrar solidaridad con los muertos a consecuencia de situaciones en las que la policía está implicada, aunque sea de modo indirecto, como en Clichy-sous- Bois. La sensación de la discriminación policial forma parte, desde hace casi 25 años, del discurso de los jóvenes de los "barrios" y del de las asociaciones cívicas, como también la sensación de que los policías gozan de impunidad en el caso de los niños y los adolescentes muertos en los barrios periféricos en todo este tiempo. La policía forma parte del universo cotidiano de los jóvenes debido a los controles de identidad, las rondas, las identificaciones que "se tuercen" y terminan en privación preventiva de libertad o en el hospital. Crece la exasperación ante la identificación de árabes, musulmanes y delincuentes, y ante la falta de igualdad y de respeto que sufren a pesar de ser franceses: dos reivindicaciones planteadas desde finales de los años setenta por los jóvenes procedentes de la inmigración y que dieron lugar en 1983 a la "marcha de los beurs" (jóvenes magrebíes nacidos en Francia de padres emigrantes). También se ponen en tela de juicio la juventud de los policías, la falta de oficialidad y de formación ante las situaciones a las que deben enfrentarse. Ninguna de estas cuestiones ha recibido una respuesta pública.
- La política emprendida en 1990 -y que estuvo precedida de experiencias de desarrollo social de los barrios periféricos- puso el acento desde sus inicios en la territorialización de la lucha contra las desigualdades sociales. La rehabilitación del hábitat ha sido uno de los ejes clave de esa política ("dorar el gueto", como afirman algunos), en detrimento de la atención concedida a las trayectorias de los propios individuos: mantenimiento de la cartilla escolar, actividades de ocio específicas, discriminación en la contratación en función del nombre y la dirección (a veces, incluso por parte de empresas instaladas en las zonas francas). El resultado ha sido el confinamiento de los habitantes más frágiles en localidades-zonas de refugio que hacen que su futuro escolar, cultural, identitario y profesional se vea en gran medida determinado por el lugar de residencia. Buscando una mejora de la imagen de la periferia, se ha arraigado a los habitantes en un espacio del que pueden apropiarse, pero se ha provocado el enquistamiento de una situación ya minada por el paro. De este modo se ha reforzado la espiral de la relegación social, un fenómeno que combina la pauperización y la etnicización de los barrios y que ofrece escasas esperanzas de salida para la gran mayoría. Y el caso es que la mezcla social, la posibilidad de salir de la segregación de las periferias-guetos, constituyen la única salida para las poblaciones que aspiran a una promoción social y que buscan liberarse del determinismo de los lugares. Sólo los más marginales, atrapados entre los muros de la periferia a fuerza de fracasos, no se atreven a salir de su grupo de semejantes y buscan entre ellos un reconocimiento artificial. La dependencia de la opinión pública, real o supuesta, de la política de la integración ha tenido por efecto la respuesta de modo urgente a situaciones de crisis y la manifestación de un interés superficial a esa cuestión que "molesta", sin que se haya producido una mejora en la situación de las poblaciones. En cambio, algunos cuestionamientos han resultado infundados:- La crisis del modelo republicano de integración: si hay un modelo (porque, por suerte, las políticas locales son más pragmáticas), no porque ardan los barrios periféricos debe hacerse el mismo diagnóstico para todos los jóvenes surgidos de la inmigración. No todos están desocupados ni sienten la tentación de la economía paralela, el islamismo radical y la delincuencia urbana. Si bien se callan las discriminaciones, también ocurre en gran medida lo mismo con el ascenso silencioso y el acceso a la clase media (la beurgeoisie). Se trata de unas trayectorias de integración que no son espectaculares, pero que son de salida del mundo obrero gracias a la escuela (pública), el acceso a la universidad (periférica), el ingreso en el ejército o la policía, los oficios de la ciudad y el trabajo social, la profesionalización asociativa. Esas personas se "mueven", construyen puentes, se convierten en agentes, su fidelidad a Francia es total por más que no dejen de verse en tela de juicio a propósito de su integración y de su religión.
- La infiltración de los conflictos por el islam: la referencia al islam existe, es múltiple y constituye a veces un modo de salida de lo cotidiano. Sin embargo, la crisis de los barrios periféricos tiene sobre todo como fuente el paro masivo de los jóvenes y los padres, la sensación de abandono, la ausencia de perspectivas, más que la manipulación por parte de las redes islámicas procedentes del exterior. Algunas asociaciones musulmanas se han propuesto como mediadoras a cambio de paz social. Por más que algunos jóvenes hayan pedido a la policía que no entre en los "territorios ocupados" - en referencia a los palestinos que ven todos los días por medio de las antenas parabólicas que están en todas partes-, no se dedican a quemar coches en nombre de Alá, sino para expresar colectivamente su resentimiento y sus frustraciones frente a las desigualdades sociales, en una búsqueda de dignidad, de igualdad de derechos y oportunidades que les son negados. Sólo la salida de los barrios periféricos puede ofrecerles esa alternativa; en cambio, la territorialización de las políticas de integración los encierra en ellos. La etnicización del debate, su desplazamiento al terreno de la inmigración (hablando de expulsión, islam y poligamia), sólo pueden servir de distracción. No se ha anunciado nada en relación con las discriminaciones por parte de la policía, ni en relación con los fallos de la política municipal. Para esos franceses, las políticas públicas carecen cruelmente de ambición.