La crisis del euro del FMI

En las últimas décadas, el Fondo Monetario Internacional ha aprendido seis lecciones importantes sobre cómo manejar las crisis de deuda gubernamental. Sin embargo, en su respuesta a la crisis en Grecia, se ignoraron todas y cada una de esas lecciones.

La participación del Fondo en el esfuerzo por rescatar a la eurozona puede haber elevado su perfil y jugado a su favor en Europa. Pero su incapacidad, y la de sus accionistas europeos, para adherir a sus mejores prácticas puede terminar resultando un paso en falso fatal.

Una lección clave que fue ignorada en la debacle de Grecia es que cuando un rescate se vuelve necesario, se lo debe implementar de una vez y para siempre. El FMI aprendió esto en 1997, cuando un rescate inadecuado de Corea del Sur exigió una segunda ronda de negociaciones. En Grecia, el problema es inclusive peor, ya que el plan de 86.000 millones de euros (94.000 millones de dólares) que se está discutiendo hoy surge después de un rescate de 110.000 millones de euros en 2010 y otro de 130.000 millones de euros en 2012.

El FMI, por sí solo, está sumamente limitado. Sus préstamos están restringidos a un múltiplo de los aportes de un país a su capital y, según esta medición, sus préstamos a Grecia son superiores a cualquiera en su historia. Los gobiernos de la eurozona, en cambio, no enfrentan estas restricciones y, por ende, estaban en libertad de implementar un programa que habría sido sustentable.

Otra lección que se ignoró es que a los bancos no se los rescata. El FMI aprendió esto a base de cometer errores en los años 1980, cuando transfirió préstamos bancarios de cobro dudoso otorgados a gobiernos latinoamericanos a sus propios libros y a los de otros gobiernos. En Grecia, los préstamos de cobro dudoso emitidos por bancos franceses y alemanes fueron trasladados a los libros públicos, transfiriendo la exposición no sólo a los contribuyentes europeos, sino a todos los miembros del FMI.

La tercera lección que el FMI no pudo aplicar en Grecia es que la austeridad suele derivar en un círculo vicioso, en tanto los recortes del gasto hacen que la economía se contraiga mucho más de lo que se habría contraído de no haber existido. Como el FMI presta dinero en el corto plazo, existía un incentivo para ignorar los efectos de la austeridad a fin de alcanzar proyecciones de crecimiento que implicasen una capacidad de pago. Mientras tanto, a los otros miembros de la eurozona, en un intento por justificar un menor financiamiento, también les pareció conveniente pasar por alto el impacto calamitoso de la austeridad.

Cuarto, el FMI aprendió que lo más probable es que las reformas se implementen cuando son pocas y están cuidadosamente centradas en puntos específicos. Cuando un país requiere asistencia, los prestamistas se sienten tentados a insistir en una larga lista de reformas. Pero un gobierno aquejado por la crisis tendrá problemas para lidiar con múltiples demandas.

En Grecia, el FMI, junto con sus socios europeos, exigió que el gobierno no sólo recortara los gastos, sino que emprendiera reformas impositivas, del sistema de pensiones, judiciales y del mercado laboral, todas de amplio alcance. Y si bien las medidas que se necesitan con mayor urgencia no tendrán un efecto inmediato en las finanzas de Grecia, al FMI no le quedan muchas más opciones que insistir con los recortes del gasto a corto plazo que favorecen sus chances de cobrar -inclusive cuando esto implica que las reformas a más largo plazo resultan más difíciles de implementar.

Una quinta lección es que es improbable que las reformas resulten exitosas si el gobierno no está comprometido con su implementación. Cuando se percibe que las condiciones son impuestas desde el exterior, es casi una certeza que fracasarán. En el caso de Grecia, las consideraciones políticas internas llevaron a los gobiernos europeos a fingir que tenían al gobierno contra las cuerdas. El FMI también intentó demostrar que estaba siendo tan duro con Grecia como lo ha sido con Brasil, Indonesia y Zambia -aún si esto, en definitiva, resultaba contraproducente.

La sexta lección que el FMI ha pasado por alto es que rescatar a países que no controlan plenamente sus monedas conlleva riesgos adicionales. Como el Fondo aprendió en Argentina y África Occidental, estos países carecen de una de las maneras más fáciles de ajustarse a una crisis de deuda: una devaluación.

Al no haber podido alertar a Grecia, Portugal, Irlanda y España sobre los peligros de sumarse a un bloque monetario, el FMI debería haber considerado si era apropiado o necesario intervenir en la crisis de la eurozona. Su razonamiento para hacerlo pone de manifiesto los riesgos asociados con su decisión.

La razón más obvia para el accionar del FMI es que Europa no estaba pudiendo enfrentar sus propios problemas, y tenía el poder y la influencia para involucrar al Fondo. El director del FMI siempre ha sido europeo, y los países europeos cuentan con una participación desproporcionada de votos en el directorio del FMI.

Igualmente importante, sin embargo, es el hecho de que el FMI tomó su decisión al mismo tiempo que enfrentaba una crisis existencial. Históricamente, la mayor amenaza para el FMI ha sido la irrelevancia. Casi se lo declara redundante en los años 1970, cuando Estados Unidos hizo flotar el dólar, y recién fue salvado en 1982 gracias a la crisis de deuda mexicana, que lo impulsó al papel de socorrista financiero global.

Una década después, la relevancia del FMI había comenzado a esfumarse nuevamente, pero su resurrección vino de la mano del papel que jugó en la transformación de las economías del ex bloque soviético. Cuando se produjo la crisis del euro, el Fondo estaba trastabillando una vez más como consecuencia de la crisis del este de Asia, en tanto sus clientes que pagaban honorarios no hicieron nada a su alcance para evitar recurrir a él.

La participación del FMI en la crisis de la eurozona ahora les ha dado a las economías emergentes poderosas otra razón para sentirse decepcionadas. Después de que Estados Unidos obstaculizó sus demandas de una mayor participación dentro del Fondo, ahora se dan cuenta de que la organización ha estado obedeciendo las órdenes de Europa. Al FMI le resultará difícil recuperar la confianza de estos miembros cada vez más prominentes. A menos que Estados Unidos y la UE aflojen la cuerda, la puja más reciente del Fondo para ser relevante bien podría resultar la última.

Ngaire Woods is Dean of the Blavatnik School of Government and Director of the Global Economic Governance Program at the University of Oxford.

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