La crisis del euro

En mi nuevo libro Els plats trencats figura una selección de artículos, entre ellos el que escribí en enero del 2009 con el título Deu anys d’euro i futur incert. En aquel momento mencionaba la satisfacción por habernos integrado en la unión monetaria, que nos ponía a cubierto de las tensiones de los tipos de cambio de los años 90 con una moneda que en el 2006 ya superaba el número de billetes de dólar en circulación y que ya representaba el 27% del total de las reservas mundiales. Pero también advertía del futuro incierto que se perfilaba para la moneda única debido a la creciente disparidad entre las economías más sólidas (léase Alemania, la locomotora de Europa) y los PIGS (Portugal, Italia-Irlanda, Grecia y España), que ya entonces sufrían un diferencial de costes muy considerable a la hora de colocar su deuda pública en relación con el coste de los bonos alemanes.

Sin embargo, en tiempos de contracción las cosas pintan diferentes, y cuando Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, decía que las elucubraciones sobre el futuro incierto del euro eran calentones o imaginaciones alarmistas sin base ya no resultaba convincente. El euro era un refugio fuera del cual hacía mucho frío, pero también una exigencia de comportamiento responsable. Por eso, si un país se declaraba insolvente eso no significaría su inmediata retirada de la moneda única. Y acababa diciendo entonces, hace 15 meses, que el único peligro sería que, si el BCE no mantenía la ortodoxia y la credibilidad del modelo Bundesbank, Alemania optara por restaurar el marco y salir de la eurozona. O sea, no que nos echasen del euro, sino que la gran potencia nos dejase plantados. Contra esta terrible posibilidad, afirmaba que cuando los PIGS o un país importante entrase en riesgo de pánico generalizado por el efecto contagio, la reacción más natural sería la ayuda con créditos de la UE y la intervención del FMI junto a un plan de austeridad y de cesión temporal de la soberanía fiscal. Dije, por último, que, sin alarmismos apocalípticos, en todo caso sí habría que prepararse para una serie de rescates con condiciones muy severas.

Los hechos, desgraciadamente, se han producido exactamente tal como dije entonces. Y también tal como el ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schauble, nos avisó hace pocos días de por dónde podían ir las cosas. Primero, en la línea de hacer que la unión monetaria tenga más capacidad de confrontarse con las adversidades a través de una vigilancia de las políticas fiscales y económicas de los países miembros y de una coordinación más estrecha entre todos ellos. Segundo, con la finalidad de proteger la eurozona contra las eventuales turbulencias internas, es evidente que todos los países deben respetar el pacto de estabilidad y crecimiento y abstenerse de caer de nuevo en excesos que superen los límites de déficit establecidos. Alemania declara, pues, que los países infractores deberían ser sancionados con no recibir ayudas como los fondos de cohesión a los que durante tantos años ha recurrido España. Si queremos que el euro sea fuerte y estable por mucho tiempo, se deben cumplir las condiciones que en principio planteó Alemania antes de hacer la aportación de credibilidad y garantía que representaba el marco alemán ante la nueva moneda de todos. Son cosas que hay que recordar cuando la debilidad de los fundamentos económicos de algunos países miembros hace tambalear la confianza en el conjunto. Cuando la unión monetaria es solo un sistema de paridades fijas sin políticas fiscales unitarias, puede suceder que –como el peso argentino ligado al dólar– acabe siendo insostenible. También puede suceder que la UE adopte medidas de ayuda a los países de la Europa oriental excomunista, tal como hizo en el 2009, pero que, para los PIGS y aunque resulte una confesión de incapacidad, acabe pidiendo que sea el FMI el que venga a sacarnos del imbroglio.
De acuerdo con la información disponible a la hora de escribir estas líneas, parece que los criterios alemanes son los que se han impuesto en parte en Bruselas, en una clara demostración de inoperancia de la semestral y eclipsada presidencia española. La liquidez de emergencia aportada por los socios no podrá ser nunca algo seguro, el rescate automático estará prohibido, los países miembros podrán caer en insolvencia y no se van a permitir manipulaciones estadísticas ni la ocultación de los problemas que las entidades financieras tengan por culpa de las quiebras inmobiliarias, que, por ejemplo, en España posiblemente se disimulan. En todo caso, la disciplina es indispensable, porque la alternativa sería catastrófica. ¿Se imaginan un escenario tan dramático como el de una España expulsada del euro? Volveríamos a una peseta devaluada entre un 20 y un 30%. Seríamos, pues, un 25% más pobres. Los bancos y las cajas que ya no pueden ahora afrontar el retorno de la deuda externa tendrían que pagarla mucho más cara y el propio Estado se vería abocado a un corralito y la fuga de capitales se acentuaría más todavía. Ni pensarlo, ¿no?

Francesc Sanuy, abogado.