La crisis del PP y los nacionalistas

El Partido Popular continúa su convulsa travesía hacia el congreso que en Valencia deberá elegir a la nueva dirección y aprobar lo que se supone que ha de ser la orientación estratégica y organizativa para esta legislatura. Las cuatro semanas que todavía quedan hasta la reunión levantina se presentan al menos tan problemáticas como las vividas hasta ahora por una organización que si algo puede tener por seguro es que le espera una tarea nada fácil de recuperación de la confianza de todos aquellos que hoy contemplan con perplejidad lo que está ocurriendo.

Al inicio de este proceso que debería concluir en Valencia, tres factores llevaban a pensar que el PP podría afrontarlo con suficiente serenidad. En primer lugar, una única candidatura a la presidencia del partido -la de Mariano Rajoy- no desafiada por nadie; en segundo término, unos resultados electorales por encima del 40% frente al PSOE, al que no ha conseguido desbancar pero que no ha obtenido la mayoría absoluta; finalmente, un consenso estable entre las distintas corrientes ideológicas que convergieron en la refundación, y que cuajó sin tensiones durante los ocho años de gestión de gobierno. Y sin embargo, la imagen que ofrece el Partido Popular dista mucho de la de un proceso enmarcado en estos parámetros. La evolución de los acontecimientos sugiere más bien la imagen de una organización que hubiera sufrido un desplome electoral, con sus principales referencias en crisis, e invadida por un debate en varias direcciones sobre la confianza, un debate que puede ser todo lo sujetivo que se quiera pero que en política es fundamental.

La ausencia de una candidatura alternativa a la de Rajoy no puede ser interpretada sólo como mero asentimiento sino también como una invitación al candidato para realizar ese esfuerzo de integración -personal y afectiva- en el que ha residido la clave del éxito político del centro-derecha. Una invitación que se entendió contradicha por las referencias de Rajoy a 'su equipo' cuyo significado, real o presunto, fue debidamente exprimido por tertulias, columnas y editoriales. De la misma manera, el pragmatismo de Rajoy, que teóricamente le sitúa en una cómoda posición ante las corrientes ideológicas que tradicionalmente conviven en su partido, difícilmente encajó con su invitación a que conservadores y liberales cambiaran de aires en vez de reclamar para el Partido Popular la verdadera representación de tales opciones. Apelaciones genéricas a 'girar' al centro, que seguramente sin quererlo olvidan la posición adquirida por el PP bajo el liderazgo de Rajoy en ese segmento electoral, o las referencias de éste a 'moverse' sin más concreciones tampoco han ayudado a transmitir las certezas y la claridad de las apuestas estratégicas que el presidente de PP reclama para sí.

En este contexto es todavía menos comprensible que haya reventado en el PP un debate perfectamente inútil sobre el acercamiento al nacionalismo. Porque por más que se exhiba el texto de la ponencia política, los resultados en el País Vasco y Cataluña han generado en algunos sectores de PP una urgencia por buscar la forma de acomodarse a lo que creen que es un nuevo paradigma político que Zapatero ha hecho irreversible en ambas comunidades autónomas. Sin embargo, es más que dudoso que los afanes de renovación popular deban canalizarse en esa dirección cuando Ibarretxe acaba de certificar en Madrid la eterna derrota de 'los moderados' y vuelven las expectativas de sustitución democrática del nacionalismo vasco, para lo cual los socialistas, que le han cogido gusto a eso del voto útil, se disponen a morder en el electorado del PP al que intentan atraer presentándose como la mejor opción para una alternativa verosímil. Preocuparse en exceso por cómo acercarse a las sensibilidades nacionalistas, además de reclamar una explicación para saber en qué consiste, resulta una tarea mucho menos útil que poner en valor el papel del Partido Popular ante una futura alternativa al nacionalismo que los socialistas no pueden materializar por sí solos ni siquiera en la mejor hipótesis de resultados electorales. Es decir, que sin el Partido Popular no hay alternativa por mucha que sea la progresión electoral de los socialistas.

Pero es que, además, al interiorizar como un problema esencial el de los pactos con los nacionalistas, el PP -que, a mayor abundamiento, gobierna sin problema con Coalición Canaria- se atribuye en exclusiva una limitación que hoy recorre todo el espectro político. Hoy todos tienen dificultades para pactar. Los nacionalistas se sienten, con razón, vampirizados por sus acuerdos con el PSOE, para el que han estado trabajando toda a legislatura anterior formando un cordón sanitario frente al PP que les ha terminado por ahogar electoralmente a ellos. El Partido Socialista parece ser consciente de sus excesos pasados y de los costes en los que incurriría con una reedición de sus acuerdos con los nacionalistas, como ha querido dejar claro Rodríguez Zapatero al renunciar a la investidura en primera vuelta para alardear de una precaria libertad de acción frente a las presiones nacionalistas.

Los pactos con los nacionalistas que han sido una parte muy sustancial de la práctica política de nuestro sistema democrático obedecían a un modelo que se ha roto en la pasada legislatura, al romperse el consenso PSOE-PP que mantenía las exigencias de aquéllos dentro de límites asumibles. Al abrir la estructura constitucional del Estado a la negociación con los nacionalistas vascos y catalanes con exclusión del PP, el PSOE ha convertido los acuerdos con los nacionalistas en una aventura de coste impredecible, tanto que el propio Zapatero quiere tomar distancias frente a sus alegrías pasadas. El entendimiento con los nacionalistas vascos y catalanes no es un problema exclusivo del PP, es un grave problema del propio sistema democrático en la medida en que aquéllos reclaman como contrapartida la capacidad para disponer de la estructura constitucional del Estado. Y es un problema, desde luego, para los propios nacionalistas. En ese sentido, el Partido Popular, por ejemplo, en vez de darse siempre por aludido cuando surge este tema, debería recordar la suerte que ha corrido CiU desde que le ha dado por ir al notario para certificar que no pactará con la formación de Rajoy.

El PP no debería plantearse más problemas que los que ya tiene, ni hacer análisis superficiales de sus resultados, en unos casos demasiado triunfalistas, en otros demasiado derrotistas, ni mucho menos confiar en el arbitrismo de las soluciones aparentemente fáciles. Puede y debe reclamar su papel central en el sistema político, su fuerza electoral contrastada y un bagaje político y de gobierno que en vez de ser fuente de perplejidad debería ser un activo de futuro.

Javier Zarzalejos