La crisis es inevitable en América Latina, la desigualdad no

La expansión pandémica de la covid-19 en América Latina ha generado una crisis sanitaria prontamente acompañada por una crisis económica y social de envergadura. La Cepal anuncia “la peor contracción de la actividad económica que la región haya sufrido desde que se iniciaron los registros” y cabe preguntarse si esta borrará el otro episodio clave de la historia económica de este siglo: a saber, la reducción de la desigualdad a escala continental. América Latina aún se encuentra entre las regiones más desiguales del planeta, pero, contra la tendencia global, la concentración del ingreso parece haber disminuido durante los primeros quince años del siglo XXI. A pesar de ser una caída moderada, es un episodio único en la historia económica del continente.

Se debate, entre historiadores económicos, si los altos niveles de concentración económica observados en Latinoamérica han sido una constante desde la época colonial. O si, por el contrario, fue durante la primera globalización, entre 1870-1914, que esta realmente se disparó. Más aún, no está claro si la región entera experimentó una reducción de la desigualdad entre la primera guerra mundial y la década de 1960 o si mantuvo sus niveles durante todo el siglo pasado, mientras que en la gran mayoría de países desarrollados bajaba la desigualdad.

Lo que sí sabemos con mayor certeza es que, desde la década de 1960, la desigualdad se incrementó en toda la región. En ese contexto, el período reciente de reducción de la desigualdad es el único episodio de trayectoria positiva de los últimos 60 años y, potencialmente, el único evento de esta naturaleza en más de un siglo. Sin embargo, los grupos cuyas condiciones de vida mejoraron durante este proceso, son a su vez los más amenazados por esta crisis.

Un avance tan importante como frágil

Es crucial distinguir si un cambio distributivo se debe a que algunos ganaron lo que otros perdieron, o si los ingresos de algunos simplemente crecieron más rápido que los de otros. La investigación que ha medido la reciente caída en la desigualdad latinoamericana, ha encontrado su causa principalmente en el crecimiento acelerado de los ingresos más bajos.4 Es decir, si bien los ingresos de todos los grupos sociales crecieron durante el periodo, los más bajos lo habrían hecho a mayor velocidad, lo que se aprecia al observar - en el Gráfico 1 - cómo la participación del 50% más pobre en el total del ingreso se incrementó. Esta hipótesis se ve reafirmada por una creciente literatura basada en registros tributarios (que captan mejor las rentas altas que las encuestas a hogares). La reducción de la desigualdad no vino de la mano de una caída del ingreso de los más ricos, sino de una mayor igualación del ingreso dentro del 99% de menor poder adquisitivo.5

Las explicaciones de este fenómeno aún son discutidas, pero algunos elementos clave fueron la implementación de políticas redistributivas (facilitadas por el boom de los precios de las exportaciones latinoamericanas), junto con un proceso de formalización de los mercados laborales y crecimiento del empleo y los salarios. Pero, aunque haya crecido la clase media en la región, no por ello dejó de ser vulnerable a choques negativos, como diversos trabajos ya señalaban incluso antes de la crisis. Las estimaciones de contracción económica para la región van del -4,6% del Banco Mundial al -5,3% de la Cepal. Esta última prevé también un aumento de 3,4 puntos en la tasa de desempleo y la entrada de 28,7 millones de personas a la pobreza. Son los sectores que se encuentran en paro, los informales y aquellos ingresos bajos e inestables que están más desprotegidos: asalariados informales, cuentapropistas, no remunerados y desempleados. Y gran parte de estos grupos se encuentran sobrerrepresentados en los hogares de menores ingresos, que ya eran considerados vulnerables antes del impacto de la pandemia.

De esta forma, se configura un escenario en el que los grupos que experimentaron un mayor crecimiento relativo en sus ingresos y lideraron la reducción de la desigualdad, son justamente los más expuestos, arriesgando la destrucción abrupta de quince años de progreso. Al respecto, la Cepal pronostica un crecimiento de entre 1% y 2% del Gini [el índice más común de dispersión de rentas] en 2020, lo que representa un crecimiento sin precedentes en un plazo tan acotado de tiempo. Pero no es el único desenlace posible, aún en este escenario adverso.

Evitar el crecimiento de la desigualdad: una decisión política

Los desafíos de esta crisis —que asocia contracciones de oferta (cuarentena) y demanda (desempleo)— son notables. No solo se necesitan medidas sanitarias, también es crucial preservar la liquidez de los canales de pagos y evitar quiebras y despidos masivos. Trece países de la región han anunciado paquetes fiscales, entre 0,2% y 4,7% del PIB según datos oficiales, lo cual demuestra grandes diferencias de respuesta.

América Latina no tiene la misma cobertura social ni la misma capacidad fiscal que los países desarrollados. Aun así, varios países están montando políticas para proteger a los grupos más vulnerables. Es impostergable potenciar la cobertura de sistemas de protección social y reorientar la política fiscal para distribuir mejor los costos de la crisis; utilizar nuevo dinero público para asegurar vínculos laborales y movilizar trabajadores desempleados hacia actividades necesarias; hacer más progresiva la carga tributaria, gravando con mayor incidencia las rentas y el patrimonio de unas de las élites económicas con mayor capacidad ociosa en el mundo. No es necesario inventar la pólvora: estas son avenidas conocidas, pero en este contexto se hace urgente recorrerlas. Frenar la caída de los grupos de menores ingresos no es solo un mandato ético, es la única manera de preservar la modesta pero histórica reducción de la desigualdad latinoamericana. Si no sostenemos la demanda de estos grupos, que son considerables en volumen, será mucho más difícil evitar los círculos viciosos provocados por una demanda deprimida.

Latinoamérica recibirá un golpe muy duro en el corto plazo: es inevitable. Pero que se vuelva más desigual, no está escrito en piedra. No hay nada mecánico en esto. Dejar que el ajuste sea procesado a costa de quienes no tienen cómo blindarse es una decisión eminentemente política.

Mauricio De Rosa, Ignacio Flores y Marc Morgan son investigadores del World Inequality Lab.

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