La crisis española y el caso griego

Todos coincidimos en que la economía española está muy mal y todos vemos cómo la bolsa española se hunde ante la falta de señales de política económica que permitan pensar que seremos capaces de salir de la angustiosa situación de desempleo, desequilibrios estructurales y falta de crecimiento en que estamos.

Es con este telón de fondo con el que me gustaría explicar que Grecia puede ser el ejemplo a seguir por España como ya lo fue en el pasado.

La dictadura de los coroneles griegos cayó en 1974 abriendo el camino de cómo un país que asumía la democracia veía las puertas de la Comunidad Europea abiertas a su deseo de entrar en ella. Tomando ejemplo de Grecia, el Portugal posterior a la revolución de los claveles y la España de la transición posfranquista pudieron seguir el camino iniciado por los griegos para llegar a entrar en la entonces llamada Comunidad Europea.

La Comisión Europea llegó a establecer, en aquel entonces, un documento único analizando paralelismos y lo que Grecia, Portugal y España debían aceptar para poder entrar en la Europa que entonces contaba solamente con nueve miembros.

En este semestre de desdibujada presidencia española del Consejo de la UE, volvemos a ver a Grecia, Portugal y España embarcados en un mismo barco –junto a Irlanda– navegando por las aguas revueltas que les supone el haber caído en situaciones económicas difíciles, con un déficit presupuestario excesivo y con graves desequilibrios coyunturales y estructurales en sus respectivas economías, y con la imposibilidad de devaluar la moneda para poder exportar más como consecuencia de estar en el euro, así como falta de entendimiento entre el Gobierno y los agentes sociales para acometer reformas estructurales dolorosas, pero necesarias.

Grecia ha llegado a una situación límite –incluida la mentira estadística–, con un déficit presupuestario de casi un 13% del PIB y con una deuda del 177% del PIB, y el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, planteándose, incluso, acudir en su ayuda aunque, a última hora, no lo ha hecho –como sí lo ha hecho con Hungría y con Letonia–, por la sencilla razón de que Grecia forma parte de la zona del euro y va a poder contar con el respaldo y la asistencia técnica de las instituciones europeas.

A partir de esta cruda realidad, Grecia nos está mostrando el camino de lo que hay que hacer para intentar recuperar la confianza de Europa y de los mercados financieros mundiales, muy escamados por los desastres de liquidez e insolvencia de los dos últimos años. Tras negociar con el comisario europeo saliente para Cuestiones Monetarias, Joaquín Almunia, Grecia fue a Davos para tranquilizar a los operadores mundiales allí reunidos y asegurarles que el Gobierno que había llegado al poder en octubre –después de ganar unas elecciones anticipadas– asumía la impopularidad que siempre suponen los planes de ajuste para reducir el déficit público y conseguir la estabilidad: congelación de los salarios de los empleados públicos mejor remunerados, recortes sociales, aumentos de impuestos, reducción del gasto público innecesario, reformas estructurales para mejorar la productividad, etcétera. Davos acogió bien el mensaje explicado por boca de su primer ministro, George Papandreou –en un correcto inglés– y su ministro de Economía, George Papaconstantinou.
Esta semana pasada los griegos han convencido a la Comisión Europea de que aplicarán a rajatabla su plan de austeridad –por impopular que sea para sus electores– para evitar tener que caer en un serio plan de rescate. De alguna manera, Grecia ha tenido que reconocer que «dejarse gobernar» por los técnicos de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y de Eurostat es mejor que seguir en una nave a la deriva.

Esto debería servir de ejemplo a España. José Luis Rodríguez Zapatero no consiguió transmitir tranquilidad sobre la economía española a los líderes financieros mundiales reunidos en Davos y al presentar a la Comisión Europea su Actualización del programa de estabilidad: España, 2009-2013 para reencauzar el défict público y para tratar de conseguir una economía mas competitiva, ha resultado que las presiones de los subvencionadísimos sindicatos ha hecho retirar medidas que a cualquier economista del Gobierno o de la oposición le parecen necesarias para que España no vaya cayendo más y más en el pozo de la crisis, un pozo, por cierto, en el que en algunos aspectos estamos peor que Grecia: desempleo del 10% contra el 20%, decrecimiento del PIB en el 2009 del -0,7% allá contra -3,7% aquí y burbuja inmobiliaria omnipresente aquí y no allá.

Mejor sería, pues, que nos dejáramos guiar –salvando las distancias– por el ejemplo griego tal como hicimos en 1975.

Francesc Granell, catedrático de Organización Económica Internacional de la UB.