La crisis existencial de la ONU

El 24 de octubre las Naciones Unidas celebrarán el 75.° aniversario de su fundación en 1945, cuando entró en vigor la histórica Carta de las Naciones Unidas; lamentablemente, lo hará en un momento en que el multilateralismo parece estar más en peligro que nunca.

La pandemia de la COVID-19 inauguró una nueva era de desglobalización. El aislacionismo y proteccionismo son cada vez más patentes: muchos gobiernos enfatizan a voces la soberanía, el nacionalismo y la independencia, mientras cuestionan los tratados y acuerdos comerciales. La ONU tiene entonces muy buenas razones para preocuparse por la continuidad de su preeminencia.

En su discurso para la Asamblea General de la ONU el 22 de septiembre, su secretario general, António Guterres, llamó a la COVID-19 el «quinto jinete» de un posible apocalipsis mundial. El surgimiento del coronavirus, su rápida difusión en todo el mundo y la creciente cantidad de muertes que está dejando a su paso (que ya superan el millón de personas), junto con el miedo generalizado que ha producido, fueron acompañados por una dramática contracción del comercio mundial y la recesión más calamitosa desde la Gran Depresión en la década de 1930. Cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible ha quedado fuera del alcance de un mundo que sufre un colapso económico y disfunciones sociales.

La ONU enfrenta una crisis existencial en la que sus mayores defensores de antaño desafían la premisa misma del multilateralismo, sobre la que se fundó la organización. Con el presidente Donald Trump, Estados Unidos se está retirando del multilateralismo, lo que llevó recientemente al presidente francés Emmanuel Macron a denunciar la falta de voluntad estadounidense para mantenerse como «garante en última instancia» del sistema internacional. El reciente anuncio de Trump sobre su intención de retirar a EE. UU. de la Organización Mundial de la Salud puede presagiar el desmoronamiento del sistema multilateral construido con tanto esfuerzo después de la Segunda Guerra Mundial.

Pero Europa también se vio sacudida por las presiones relacionadas con la pandemia, ese continente alguna vez fue considerado como el arquetipo de las virtudes de la integración regional, pero la solidaridad europea rápidamente se desplomó bajo la arremetida de la pandemia. La garantía de la libertad de circulación en la zona de Schengen fue una de sus primeras víctimas.

De hecho, los estados miembros de la Unión Europea alzaron las barreras ante la primera señal del virus. A Italia, primer centro del brote de la COVID-19 fuera de China, sus vecinos de la Unión Europea le negaron equipos médicos: introdujeron controles a las exportaciones en vez de mostrar solidaridad con sus socios europeos en dificultades. Llevará mucho tiempo recuperar la credibilidad del multilateralismo en la UE.

La amenaza al orden mundial multilateral se ve acentuada por las crecientes tensiones chino-americanas, aun cuando los liberales bienintencionados advierten que China aprovechará el abandono de la ONU por Occidente para asumir el liderazgo del sistema multilateral, pero el multilateralismo chino es en gran medida retórico. Su modus operandi preferido, evidente en el programa insignia de inversión trasnacional en infraestructura del presidente Xi Jinping, la iniciativa de «La Franja y la Ruta», es buscar acuerdos bilaterales desiguales —sin la supervisión multilateral de un organismo independiente de la ONU— gracias a los cuales los países socios queden en una situación de dependencia y endeudamiento.

Cuando la OMS trató de ejercer su papel de supervisión en Wuhan en los inicios de la pandemia, China la rechazó. Lejos de poner de relieve la capacidad del sistema multilateral para combatir colectivamente una emergencia de salud, la COVID-19 dejó en claro la menguante legitimidad de las instituciones internacionales.

La respuesta de la OMS ante la pandemia mostró que muchas instituciones mundiales y sus agencias están politizadas, son manipuladas por las principales potencias, y carecen de propósitos y liderazgo independientes. China, uno de los miembros líderes de la OMS, prefirió salvaguardar sus intereses nacionales antes que proteger la salud pública mundial.

No es la única área en que el nacionalismo y la mentalidad económica pueblerina han quebrado el orden internacional de posguerra y reducido la capacidad de la ONU para la acción colectiva. Tal vez el fracaso global más grave esté relacionado con la mitigación del cambio climático, aunque alguna vez solo fue prioritario para los científicos y los activistas, el impacto del calentamiento global es actualmente más visible y devastador que en cualquier otro momento de la historia. Hoy día, los migrantes climáticos superan en número a los refugiados que huyen de conflictos o buscan oportunidades económicas. Aunque muchos líderes mundiales se refirieron al cambio climático en la reciente Asamblea General, no se renovó el compromiso con un esfuerzo común para enfrentarlo, aun cuando la década de 2020 será decisiva para ello.

Dado que el mundo tiene dificultades para gestionar su riesgo existencial más apremiante, no sorprende que otros sistemas de la política internacional también hayan caído en un punto muerto. Las normas del siglo XX relacionadas con el comercio, la conectividad, la innovación, la paz y la seguridad se han convertido en foros de un perverso comportamiento estatal unilateral. El Consejo de Seguridad de la ONU sufre un impasse debido a diferencias fundamentales entre sus miembros permanentes.

Ciertamente, la ONU aún desempeña tareas fundamentales en todo el mundo: aproximadamente 95 000 soldados, policías y personal civil sirven en más de 40 misiones políticas y operativos de la ONU para mantener la paz; pero la mora en las contribuciones al presupuesto para mantener la paz de la ONU, de poco más de 8000 millones de dólares, alcanzaron los 1700 millones de dólares durante el último año fiscal. De igual modo, hay una deuda de 711 millones de dólares en las contribuciones estimadas para el presupuesto general de la ONU.

Los países en vías de desarrollo siguen siendo la base principal de la ONU: la organización trabaja para ellos, funciona como «multiplicador de fuerzas» para sus voces en el escenario mundial y enmarca los desafíos que enfrentan como una responsabilidad colectiva de todos. Cuando un país como la India clama por una reforma de la ONU, está reconociendo que la institución funcionó lo suficientemente bien en una amplia gama de cuestiones como para que valga la pena reformarla. El multilateralismo protege a quienes de otro modo quedarían expuestos a la depredación en un mundo desigual.

Pero la COVID-19 sacudió a la ONU. Si el sistema hubiera funcionado eficazmente, se hubieran encendido las alarmas mundiales en cuanto apareció el coronavirus, se hubieran identificado y publicitado las mejores prácticas para limitar su difusión, y se hubiera alentado a todos los países a adoptarlas.

Por el contrario, la pandemia reveló un mundo de estados nación trabados en una competencia destructiva de suma cero. Cuando la crisis actual termine, la ONU debe liderar al mundo en el aprendizaje de lecciones sobre lo que ocurrió, y evaluar la forma en que se pueden fortalecer y reformar de manera radical los sistemas y las instituciones internacionales para impedir que se repita. De lo contrario, el 75° aniversario de la ONU puede llegar a ser recordado como el momento en que un virus letal destruyó la propia idea de nuestra humanidad común.

Shashi Tharoor, a former UN under-secretary-general and former Indian Minister of State for External Affairs and Minister of State for Human Resource Development, is an MP for the Indian National Congress. He is the author of Pax Indica: India and the World of the 21st Century.

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