La crisis global y el fin de una era

Es sabido que la profunda crisis financiera, económica, política y social que se extiende por el mundo, se debe a la codicia de una minoría, al cansancio del consumo de la mayoría, a la desacertada política de los gobiernos en general y a las tensiones sociales internas de los países debido a las desigualdades tan tremendas (norte-sur) de nuestro hemisferio.

La gota que colmó el vaso fueron las hipotecas subprime, junto a otros productos de ingeniería financiera. Todo un entramado basado en la creencia de que el boom inmobiliario en Estados Unidos y en Europa, especialmente en España, así como el consumo, seguirían creciendo indefinidamente. Cuando los grandes bancos de inversión no tuvieron dinero para más préstamos, empezaron a mezclar en paquetes los títulos subprime y los primes, y los vendieron a otros bancos del mundo globalizado. Trataban así de cumplir con las Normas de Basilea, que exigen a los bancos de todo el mundo que tengan un capital mínimo de dinero en relación con sus activos.

Los gobiernos, alegremente instalados en la bonanza económica, no se enteraban del engaño de los bancos, que habían inventado los paquetes y las titulaciones donde estaba todo mezclado y vendido a los cinco continentes, porque para algo estaba la globalización en pleno auge. Luego se conocerían, al destaparse el fraude mundial, como activos tóxicos.

Lo peor de todo es que las ventas eran masivas y generalizadas, y nadie podía saber lo que había de bueno y de malo dentro de esos paquetes. Es decir, la cuantía de activos tóxicos que ronda por el mundo puede estar entre 500.000 y 800.000 millones de dólares como mínimo, pero sin tener ninguna certeza. La codicia por ganar más no ha tenido límites. Se prestaba al máximo, pensando sólo en los altos intereses que se iban a cobrar.

Es paradójico que las Normas de Basilea, diseñadas para controlar el sistema financiero internacional, han sido manipuladas por altos ejecutivos con la conducta negligente de muchos gobernantes.Y así ha ocurrido que, entre otras, se hayan hundido en quiebra técnica AIG, la mayor compañía aseguradora del mundo, y las gigantescas instituciones hipotecarias Fannie Mae y Freddy Mac. Tratando de evitar males mayores, los gobiernos están rescatando con dinero público a las empresas. Pero hay que comprender que los estados no pueden inyectar dinero indefinidamente, ya que, como bien se recuerda en Alemania, se podría producir una inflación descontrolada similar a la que se produjo en la República de Weimar, lo que motivó el acceso del régimen nazi al poder. Y es que la creación ilimitada de dinero es una irresponsabilidad.

Esta enorme y profunda crisis global necesita respuestas globales. En primer lugar, es fundamental una buena cooperación entre Estados Unidos y China. El gigante asiático ha conseguido mucho poder en muy poco tiempo, y le interesa la prosperidad de la economía global, ya que tiene todavía por delante un difícil camino por recorrer. En segundo lugar, es imprescindible también una relación de entendimiento fluido entre Europa y EEUU, ya que en la actualidad asistimos a un verdadero desafío geopolítico por parte de Rusia, que trata de cercar a muchos países de la Europa del Este, utilizando la distribución de la energía que necesita el Viejo continente como una medida de presión, para recuperar parte del poder hegemónico perdido. Para contrarrestar esta presión, y para salir cuanto antes de la crisis global, Europa necesita una política energética unificada, con redes de distribución propia y una autoridad reguladora continental, por encima de los poderes de los estados. El déficit crónico europeo de gas y petróleo debería ser suplido con una acertada planificación de energías renovables, y también de construcción de centrales atómicas de última generación, que ofrecen completa autonomía.

Estamos sin duda ante el final de una época, en la que las instituciones internacionales han perdido la eficacia que pudieron tener al momento de su creación. Puede decirse que la era del petróleo está llegando a su ciclo final, como también la de los motores de combustión, tanto en automóviles como en otro tipo de maquinarias, que podrían ser sustituidos por motores eléctricos, menos contaminantes y más idóneos en el mundo actual.

Y, desde luego, se hace imprescindible una mejor distribución de la riqueza a escala planetaria, poniendo en explotación grandes recursos que se encuentran en Africa y en algunos países de América del Sur, y que originarían una menor presión de las migraciones hacia Europa y Estados Unidos, al mismo tiempo que originaría un sustancial aumento del consumo de bienes y servicios a escala internacional, cuando estas masas de población que hoy viven en la pobreza accedan al circuito de trabajo, salarios justos, producción y consumo. Hay que comprender que mientras una quinta parte de la población mundial vive en la abundancia, las otras cuatro o cinco partes de esa población viven en la más extrema pobreza. El cambio al final de esta época, deberá consistir por tanto en una mayor solidaridad global.

En la reunión que el G-20 celebrará en Londres la próxima semana se debería afrontar una nueva ordenación de la comunidad internacional.Ello requeriría la reinvención o supresión de todos los organismos internacionales de matriz económica que se crearon a partir de los acuerdos de Bretton-Woods de 1944, poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estos y otros organismos han cumplido su función, pero la realidad es que hoy en día no tienen ninguna eficacia, aparte de estar excesivamente burocratizados.

Pero, al mismo tiempo, sería valiente y necesario acometer la refundación de las Naciones Unidas, creada en 1945 en la Conferencia de San Francisco, en la que participaron sólo 50 estados -hoy hay más de 200-. El desajuste en el Consejo de Seguridad, en el que sólo cinco grandes miembros permanentes controlan Naciones Unidas, y en la Asamblea General, donde estados exiguos como Andorra o la Isla de Granada tienen el mismo peso que Estados Unidos y China, es patente. La situación actual no debería mantenerse por más tiempo. Si a esto añadimos la proliferación de organismos dependientes del Consejo Económico y Social, tan innumerables que no se pueden mencionar, y que tienen una ineficacia total, precisamente en lo económico y en lo social, se comprenderá la necesidad de suprimir toda esta maraña de órganos para poder acometer a escala global los graves problemas financieros, económicos, sociales, laborales y de toda índole que es necesario plantearse y resolver con urgencia.

En la cumbre del G-20 se va a tratar con especial interés el tema de los paraísos fiscales, territorios donde se ocultan grandes masas de dinero procedentes de la especulación, del narcotráfico, de la trata ilegal de seres humanos y de otras prácticas odiosas.El primer paraíso fiscal lo creó Estados Unidos a su conveniencia en Panamá, en 1927, con la Ley nº 30, que establecía la posibilidad de crear empresas opacas con un registro sui generis, en el que figuran personas físicas o testaferros, que impiden conocer los verdaderos propietarios de sus cuantiosos bienes. A este paraíso fiscal le siguieron otros muchos en Europa, como Mónaco, Andorra, Liechtenstein, por citar sólo tres.

En el área del Caribe, hay muchísimos más, como Bahamas, Caimán, Aruba, Anguila. En Africa, Djibouti; y así hasta un total de 53 paraísos fiscales repartidos por todo el mundo. Controlar los flujos de dinero de estos microestados es una necesidad imperante para evitar la ocultación de grandes masas de capital de procedencia, en la mayoría de los casos, ilegal. Pero además de abordar el nuevo tratamiento de los paraísos fiscales, la comunidad internacional, a través del G-20 y algunos otros estados de importancia indiscutible, deben acometer la creación de organismos que controlasen los balances consolidados de grupos bancarios y de compañías multinacionales, que operan libremente en el mundo globalizado.

Debería controlarse el comercio internacional de las materias primas, estableciendo una especie de IVA mundial, que sería cobrado y controlado por el organismo que sustituya al Banco Mundial y al FMI. Los ingresos por la recaudación de dicho IVA deberían ir directamente, en forma de inversión controlada y vigilada, a los países subdesarrollados. También debería ser una tarea primordial para los dirigentes mundiales el control de la industria armamentística de forma efectiva, limitando las ingentes cantidades de dinero que se dedican hoy en día a armas, y controlando su comercio a determinados países potencialmente conflictivos.

Estamos, en definitiva, en el fin de una era y en el nacimiento de otra de mayor solidaridad y seguridad, que requiere cambios profundos, para procurar salir lo antes posible de esta grave crisis cuyos perjuicios alcanzan en mucha mayor medida a las clases bajas y medias de los cinco continentes. Y puede que para ello sea necesario limitar la aparentemente infalible ley del libre mercado. Esa libertad debe de ser vigilada estrechamente, para así evitar que los ahorros de pequeños y medianos inversores, las viviendas como única propiedad y los pequeños depósitos bancarios de un gran número de personas, que no tienen culpa de nada y que durante años se han dedicado de forma ardua y honrada a su trabajo, se vean en peligro.

Manuel Trigo Chacón, catedrático de Derecho Internacional y autor, entre otros libros, de Los Estados y las Relaciones Internacionales. Historia documentada.