La crisis iraquí desborda a EEUU

Los choques entre las tropas norteamericanas y los insurgentes en todo Irak, las maniobras políticas en Estados Unidos sobre su presencia allí y las repercusiones de esta presencia por todo el mundo no dejan ninguna duda de que las esperanzas puestas por la Administración de Bush en un gran cambio de opinión se han visto frustradas. El reciente aumento de tropas norteamericanas no ha hecho más que aumentar las sombrías estadísticas de víctimas militares, muertes civiles y devastación generalizada. El Congreso norteamericano aprobó con reparos los fondos para una presencia continuada de las tropas sin exigir una fecha de retirada. Pero a pesar de reivindicaciones de victoria, hay informes en los medios que indican que el equipo de Bush entiende que sus políticas actuales en Irak han cubierto un ciclo.

Según parece, la Administración está barajando una reducción de tropas en Irak del 50% el próximo año, así como un cambio en su cometido, para pasar de misiones de combate a las de apoyo y formación. Existe un renovado interés en las recomendaciones del Grupo de Estudios sobre Irak Baker-Hamilton, que hace solo unos meses fueron desoídas completamente. La Administración ha iniciado, además, consultas con los vecinos de Irak: Irán y Siria. O sea, que incluso aquellos que gustan de persistir en sus errores y falsas ilusiones se están viendo forzados a resistir o, por lo menos, a reestructurar sus políticas.

Pero ¿estamos ante un auténtico cambio hacia mejor? ¿Se intuye alguna luz al final del túnel? No. La clave para comprender la situación --tal y como aparece hoy y como apareció hace uno, dos o tres años, o como apareció, en fin, desde el primer día de la invasión-- es sencilla: Irak está ocupado por las fuerzas norteamericanas. Este hecho no ha sufrido alteración ni con la creación de un Parlamento en Irak, ni con la elección de un nuevo Gobierno, ni con el establecimiento de una relativa calma en algunas partes del país. Hay millones de iraquís que entienden la ocupación como una humillación nacional. Esto alimenta conflictos sectarios, guerra civil y una inestabilidad continuada.

El presidente Bush culpa a los terroristas (quienes, por cierto, no tenían entrada en Irak antes de la invasión) y urge a los vecinos de Irak y a la comunidad internacional a cooperar en la estabilización del país. De hecho, la mayor parte de socios internacionales de Estados Unidos --no solo los miembros de la llamada "coalición de los dispuestos", sino también aquellos que condenaron la invasión-- están decididos a cooperar. En la conferencia celebrada recientemente en Sharm el Sheij (Egipto), se acordó condonar la deuda iraquí, que ascendía a 30.000 millones de dólares. Una decisión apoyada por China, Arabia Saudí, España y algunos países más. Rusia ya accedió a condonar gran parte de la deuda de Irak hace más tiempo. Por lo tanto, no hay motivo para acusar a los miembros de la comunidad mundial de no comprender la importancia de un Irak estable. La Administración del presidente Bush, sin embargo, parece utilizar esta actitud aparentemente constructiva para finalidades de autoservicio. Mientras pide a sus socios que ayuden a Irak, se niega a llevar a cabo la única cosa que realmente ayudaría a ese país: desarrollar una estrategia para la retirada.

Los norteamericanos añadirán cada vez más presión a su Gobierno para hacer exactamente esto. Mantener un cierto número de tropas norteamericanas en Irak por un periodo razonable sería bien visto por la mayoría de iraquís, así como por la comunidad internacional. Pero solo si se reconoce que la ocupación ha terminado. Un reconocimiento de este tipo solo puede ser alcanzado si la normalización de Irak se convierte en una auténtica iniciativa internacional, con Estados Unidos dispuesto a ceder algunos aspectos de esta tarea que considera esenciales.

La retirada norteamericana de Irak es inevitable. Pero ¿no sería mejor retirarse cuando los grandes actores, dentro y fuera de Irak, se pongan de acuerdo en los temas clave? Temas que no incluyen solamente cómo retirarse sin causar demasiado dolor, sino también cómo irse para acercarse a una reconciliación nacional y cómo asegurar la paz y la seguridad de la región.

De entrada, y para conseguir un poco de orden, puede que a lo mejor sea necesario sustituir a las tropas norteamericanas con soldados de otros países cuya presencia no cause resentimiento en la mayoría de iraquís. Unas tropas que deberían recibir la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La ayuda de la comunidad internacional podría ser también necesaria para contribuir al avance del proceso político en Irak, que actualmente se encuentra encallado hasta el punto de entrañar un riesgo real de desmembración del país. Nadie debería temer la internacionalización de la solución de los problemas iraquís. Hacerlo beneficiará, en última instancia, a todas las partes.

En 1985, se necesitó un cambio de liderazgo en la Unión Soviética para reconocer el error de enmarañar a la URSS en el conflicto afgano. Ese nuevo liderazgo soviético --con mi persona como presidente-- se fijó la meta de retirarse de Afganistán mientras urgía a otros países a que ayudaran en asegurar la paz y la estabilidad. Desgraciadamente, el Gobierno norteamericano optó por olvidar sus promesas, como ya había hecho en otras ocasiones. En vez de cooperar con todas las fuerzas afganas responsables, incluyendo al presidente Mohamed Najibulá, Estados Unidos favoreció a los representantes de ciertos elementos en Pakistán. Habíamos avisado a nuestros socios norteamericanos de los peligros a largo plazo de jugar a este juego, pero parecieron desconocer las consecuencias. Finalmente, cuando Rusia se retiró de los asuntos afganos, el camino hacia el extremismo quedó abierto de par en par. El culatazo a esas decisiones tan aciagas llegó la mañana del 11 de septiembre del 2001 con los atentados en Nueva York y en Washington.

Algunos argumentarían en contra diciendo que las analogías históricas, ya sea con la guerra de Vietnam o con las crisis de Afganistán, solo son aplicables en parte. Es cierto que cada conflicto tiene sus características únicas, pero muchas de las lecciones son idénticas. Hay que pensar larga y concienzudamente antes de intentar arreglar cualquier problema militarmente. Decir que todos los demás medios pacíficos se han agotado, a menudo no tiene base: siempre hay una alternativa al alcance de la mano. Pero si una gran potencia comete el error de comprometerse en un conflicto armado, no debería empeorar las cosas y rehusar de forma arrogante hacer caso a los avisos de que las consecuencias de su intervención pueden ser duras.

Finalmente, y muy importante: hay que entender desde un principio que al final deberá haber una solución política para estos conflictos. Búsquese, pues, honestamente, pensando no solo en el interés propio, y enfóquese con años por delante, no solo meses.

Mijail Gorbachov