La crisis, la tele y el pintalabios

Una de las secuencias más impresionantes de la película Blade Runner es cuando el replicante Roy Batty, un androide Nexus 6 de última generación, agota sus últimos instantes de vida recordando los fenómenos extraordinarios que ha visto después de haber llegado a los lugares más recónditos de la galaxia. "He visto cosas que vosotros no creeríais --dice Roy Batty, mientras una lluvia fina y constante moja su pelo rubio platino--. He visto naves en llamas más allá de Orión y rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhaüser".
Es una secuencia magnífica. Resulta impactante la magnificencia y la gravedad con la que Rutger Hauer da vida al androide moribundo y, especialmente, la cara de perpleja alucinación con la que le escucha Harrison Ford en la piel del desconcertado y desconcertante Deckard.

Si me permiten un juego, imagínense por un momento que yo soy el androide y ustedes son Deckard. No estamos en lo alto de una azotea, no llueve, ni hemos estado zurrándonos de lo lindo, pero con la misma incomprensible solemnidad les digo que he visto cosas que ustedes no creerían. He visto un puñado de hombres perdidos en la selva africana aprendiendo a vivir y a comportarse como gorilas, parejas de novios compitiendo para ganar una boda de un millón de dólares, solteros de sangre azul buscando pareja para ofrecerle amor, castillo y título nobiliario, famosos que, en lugar de bailar, aprendían a dirigir orquestas... He visto también a un grupo de adolescentes problemáticos pasando 10 días internos en una cárcel de máxima seguridad conviviendo con presidiarios de larga condena. He visto concursos en los que no gana el más sabio, ni el más inteligente, ni el más rápido, ni el más fuerte, sino que está pensado para premiar a la persona que sea más normal y más vulgar. He visto gente que quería dejar la adicción a la droga pasando el mono ante las cámaras. He visto, por último, gente que quería pasar miedo, mucho miedo y que para lograrlo se apuntaba al último reality lleno de gritos y de sustos, ideado por una mente privilegiada explorando los límites más perversos y sádicos de la imaginación.
Todas estas maravillas no las he descubierto viajando por el espacio ni en ninguna galaxia lejana, lo vi en Cannes hace pocos días. En el Mipcom, en el mercado de televisión más importante que se celebra en el mundo. Es la televisión que nos espera. Este año, a pesar de la crisis, más de 13.000 profesionales de más de 100 países corrían arriba y abajo por el palacio del Festival como buscadores de setas descubriendo las últimas tendencias, buscando desesperadamente alguna novedad y compitiendo para adquirir el formato más atrevido y más gamberro.

La crisis, que todo lo amenaza y que nos lleva a vivir con el corazón encongido, también afecta y mucho al mercado televisivo. Por un lado, dicen --no es preciso ser demasiado profeta para ello-- que la gente saldrá menos y pasará más tiempo en casa. Por tanto, verá más horas la televisión. Buena noticia. Pero, en cambio, el descenso del consumo impactará directamente en la capacidad de inversión publicitaria. Por tanto, habrá menos dinero para quemar en la parrilla de las cadenas. Mala noticia. Tendremos que prepararnos para más televisión, pero, probablemente, más barata.

El negocio de la televisión mueve cifras millonarias en todo el mundo. Ello es así porque este medio sigue siendo la principal ventana para comunicar mensajes y para dar a conocer ideas, hechos, historias y personas a un público amplio. Solo en España, el año pasado, en ingresos publicitarios, el mercado televisivo movió 3.400 millones de euros. La progresión de este mercado en los últimos cinco años había sido tan espectacular, que las dos principales cadenas comerciales, Tele 5 y Antena 3, eran consideradas como las más rentables del mundo y el Gobierno español otorgó dos nuevas licencias en abierto, Cuatro y La Sexta, que reclamaban su legítima y suculenta porción del pastel.

Ahora, cuando las cosas no pintan tan bien, les toca un ejercicio de responsabilidad para afrontar una nueva situación en la que no pueden renunciar a asumir el papel de servicio público que es intrínseco en el negocio de la televisión en abierto.

El descenso de los ingresos publicitarios será todo un reto para las cadenas y las va a obligar a redefinir objetivos e, incluso, a redefinir el público al que se dirigen. Dicen los expertos que la caída de inversión no será igual para todos los productos anunciables. La gente pasará más tiempo en casa y, por tanto, algunos productos, como los destinados al consumo en el hogar o los productos de belleza e higiene se prevé que incluso puedan tener incrementos de contratación. Es curioso, dicen, que cada vez que se produce una crisis suben las ventas de pintalabios. Un toque de carmín y un poco de imaginación dan para mucho, además el pintalabios no es caro y aumenta la autoestima. Este es precisamente el papel que debería tener también la televisión: hacernos sentir mejor.

Volviendo a Blade Runner, el androide decía antes de morir: "Todos estos recuerdos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia". Visto lo visto en Cannes, no creo que sea demasiado grave que se pierdan los recuerdos de la televisión futura. Son imágenes que navegarán de forma eterna por el internet infinito y podremos consultarlo en horas perdidas en el Youtube. Y, si no, cerramos la tele, desconectamos de internet y nos abandonamos, llenos de esperanza, al universo que nos abre un pintalabios.

Francesc Escribano, periodista.