La crisis racista nos da una alegría

Sarkozy, Francia, expulsión indiscriminada de gitanos. Por una vez que la Unión Europea (UE) plantea de verdad una cuestión ideológica delicada relacionada con la legislación comunitaria, hemos asistido a un espectáculo agridulce. Por un lado, lo decepcionante: cobardes titubeos de la Comisión Europea, aunque el presidente Barroso, que inicialmente intentó restar importancia al abuso que comete la poderosa Francia, al final encaró la gravedad de la situación. En paralelo, una lamentable actuación defensiva conjunta de varios miembros de ese lobi de jefes de Estado y de Gobierno (con Zapatero incluido) que se llenan la boca de europeísmo en los discursos y luego, en la práctica, defienden a ultranza sus intereses nacionales ante cualquier iniciativa comunitaria que no les convenga, sea justa o no.

Cuando los políticos optan por tocar la tecla de la xenofobia, suelen hacerlo con disimulo y medias palabras. Intentan que los electores ultras les entiendan y se alegren, y que ellos puedan negar lo que hacen en la práctica. Sarkozy va tan lanzado contra los gitanos rumanos y búlgaros que su Ministerio del Interior ni siquiera utilizó la hipocresía cautelar. Por eso ha sido pillado con un documento policial interno que ordena explícitamente actuar contra los gitanos -no contra los delincuentes que puedan existir en ese colectivo- que viven en campamentos. Tal como lo formula el escrito, ordena una carga genéricamente contra la etnia. Racismo puro y duro, en definitiva.

He aludido a dos aspectos negativos de la reacción de la UE, pero este asunto es llamativo y excepcional por lo contrario. Viviane Reding, la comisaria europea de Justicia, se dio cuenta de la fuerza política y legal de la prueba técnica de xenofobia que suponía el documento y presentó una denuncia formal. El equipo de Sarkozy corrigió entonces la circular, pero ya era tarde.

El pulso es espectacular. Francia optó por la estrategia de llamar la atención sobre el dedo que apunta a la Luna: denunció como excesivo y ofensivo contra su honor patrio el contundente discurso que hizo Reding cuando presentó la acusación. La maniobra de distracción fue bastante efectiva: creó la sensación de que la comisaria pronunció palabras que nunca dijo. Reding se limitó a decir que había gente «expulsada de un Estado miembro de la UE solo por pertenecer a determinada minoría étnica», y, atención al párrafo vituperado: «Es una situación que pensaba que Europa no tendría que volver a ver tras la segunda guerra mundial». Una campaña de desinformación impulsada desde Francia indujo a creer, a quienes no conocían la textualidad, que había comparado explícitamente a Francia con los asesinos nazis de Auschwitz y las deportaciones hacia la muerte, cuando Reding se refería a la existencia de deportaciones masivas y públicas por razones de raza. El tema escuece en Francia por una mancha en su imagen: muchísimos funcionarios franceses de Vichy fueron cómplices directos de los alemanes en aquellos desmanes.

Analicemos los matices porque la xenofobia existe también en nuestro país. El posible delito comunitario de Sarkozy es criminalizar a todas las personas de un grupo, el de los gitanos, cuando en la UE las leyes solo pueden aplicarse individualmente. Se puede actuar contra los delincuentes gitanos concretos por el hecho de ser delincuentes, pero no genéricamente contra grupos, salvo que judicialmente se haya demostrado que todos y cada uno de los miembros de ese grupo hayan delinquido. La circular policial es genérica contra los gitanos oriundos de Rumanía y Bulgaria: está clara la raíz xenófoba.

En este incidente hay un segundo plano. Es una novedad que Bruselas proceda con coraje contra un gran país por vulneración de derechos fundamentales. Resulta llamativo que este país sea Francia, tradicional defensora de los derechos humanos, pero Sarkozy vulnera precisamente ese antecedente y la UE, una institución por encima de Francia, ha de plantearlo.

Asimismo, en el debate han vuelto a surgir los ramalazos nacionalistas. Sarkozy bromeó invitando a Luxemburgo, el país natal de Reding, a acoger a los gitanos que él no quiere. Trasladó subliminalmente la cuestión europea al plano de las naciones, donde Francia mira por encima del hombro a Luxemburgo. Si la comisaria hubiese sido alemana o británica, no se habría atrevido a la broma. Pero hay que subrayar que el trasfondo de intereses nacionalistas llega más lejos y nos afecta directamente. No se entiende el apoyo de Zapatero a Sarkozy en esta deriva racista si la desvinculamos de las relaciones bilaterales de Francia y España, con los favores que les debemos en la esfera del terrorismo.

A la espera del desenlace, nos hemos de alegrar de que una comisaria defienda sin complejos los derechos de las personas ante de la fuerza y la presión de los estados. Pero debemos lamentar lo lejos que estamos todavía de una verdadera cohesión política en este club básicamente económico que es la UE, donde los líderes de los países más poderosos actúan como si estuviesen en su casa.

Antonio Franco, periodista.