La crónica lluvia química de Siria

El fracaso de la comunidad internacional para poner fin a la guerra civil siria es una tragedia, especialmente para los habitantes de ese país, que sufren desde hace tanto tiempo. En cierto sentido, la acción multilateral ha logrado un impacto claramente positivo: la eliminación del programa de armas químicas del gobierno sirio. Sin embargo, persisten los informes que indican que el uso de armas químicas —incluida la mostaza sulfurada (habitualmente conocida como gas mostaza) y las bombas de gas de cloro— continúa contra civiles en Siria.

No podría haber más en juego. Los causantes de esos ataques deben ser identificados y juzgados. Dejar sin castigo el uso de armas químicas no solo podría revertir uno de los pocos avances promisorios del conflicto sirio, sino que amenaza también con socavar las normas internacionales sobre el uso de gases tóxicos y agentes nerviosos, aumentando la posibilidad de que sean utilizados en ataques terroristas.

En agosto de 2013, misiles cargados con el mortífero gas sarín golpearon Guta, un suburbio controlado por los rebeldes cerca de Damasco. Horribles imágenes de mujeres y niños que morían agónicamente movilizaron al consenso internacional contra el uso de este tipo de armas. En octubre de 2013, después de la adhesión de Siria a la Convención sobre Armas Químicas, una misión conjunta de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas y las Naciones Unidas fue asignada para eliminar el arsenal químico de ese país y sus instalaciones de producción.

Menos de un año más tarde, la misión logró lo que ninguna intervención militar podría haber hecho: la amenaza estratégica de las armas químicas sirias fue efectivamente eliminada. Aún continúan los trabajos para aclarar ciertos aspectos sobre la declaración inicial del gobierno sobre su programa de armas, pero 1300 toneladas métricas de armas químicas, entre las que había mostaza sulfurada y precursores de mortales agentes nerviosos han sido registrados y destruidos bajo la atenta mirada de los inspectores de la OPAQ.

No se puede permitir que se dé marcha atrás con este logro. La Convención sobre Armas Químicas es uno de los esfuerzos de desarme más exitosos de la humanidad. Desde 1997, 192 países han aceptado regirse por sus disposiciones y se ha destruido el 91 % de las armas químicas declaradas en el mundo. El continuo uso de armas químicas en el conflicto sirio no solo causa terribles sufrimientos entre la población civil del país; genera además el riesgo de erosionar la credibilidad de la Convención.

Una misión de investigación establecida por la OPAQ en abril de 2014 encontró una «confirmación convincente» de que se usó «sistemática y reiteradamente» un producto químico tóxico —muy probablemente gas de cloro— como arma en poblados al norte de Siria. Fue sobre la base de estos hallazgos que el Consejo de Seguridad de la ONU acordó en agosto de 2015 crear un mecanismo conjunto de investigación de la OPAQ y la ONU y asignarle la tarea de identificar a los responsables del uso de armas químicas en el conflicto.

No podemos permitir que el velo de la guerra genere un velo de responsabilidad. Los autores de los ataques químicos deben ser responsabilizados, quienesquiera que sean. Los investigadores internacionales asignados a Siria aportan un conocimiento crítico para esta importante misión. Es fundamental que los líderes políticos expresen su confianza en su imparcialidad, les permitan llevar adelante su trabajo sin obstrucciones y no cuestionen sus conclusiones. Una vez que los responsables del uso de armas químicas hayan sido identificados, la comunidad internacional debe asegurarse de su enjuiciamiento para dar una clara señal sobre la inviolabilidad de la prohibición mundial.

Las continuas acusaciones de uso de armas químicas en Siria y el norte de Irak por actores no estatales son particularmente preocupantes, ya que dan lugar a la posibilidad de que se usen productos químicos tóxicos en ataques terroristas. La producción agentes nerviosos es un proceso complejo, pero los extremistas pueden usar fácilmente productos químicos tóxicos industriales —como el gas de cloro— si los poseen. Un ataque convencional contra una instalación química es otro riesgo potencialmente devastador, que no está fuera del alcance de las capacidades de un grupo terrorista bien financiado.

Casi dos décadas después de que la Convención sobre Armas Químicas entrara en vigencia, ese tratado enfrenta una gran prueba. La amenaza de que se usen gases tóxicos o agentes nerviosos en un conflicto entre países ha sido completamente eliminada. De no castigar su uso en la guerra civil Siria nos arriesgamos a socavar el régimen que nos ha traído al umbral de un mundo libre de armas químicas.

Ahmet Üzümcü is Director-General at the Organisation for the Prohibition of Chemical Weapons. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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