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La cruzada de los jóvenes cubanos: emigrar o desafiar a la Revolución

Un pasajero del ferrocarril de Cuba mira el paisaje en el trayecto de Ciego de Ávila a Santa Clara, en marzo de 2015. créditoRamón Espinosa/Associated Press
Un pasajero del ferrocarril de Cuba mira el paisaje en el trayecto de Ciego de Ávila a Santa Clara, en marzo de 2015. créditoRamón Espinosa/Associated Press

El sábado 11 de mayo, un cordón policial del Ministerio del Interior nos encerró a un grupo de amigos que veníamos de la marcha por los derechos de la comunidad LGBTI. Minutos antes, miembros de las fuerzas policiales vestidos de civiles habían reprimido un evento que hasta ahora desde hace doce años el régimen le había admitido a esa comunidad. Era una manifestación pacífica y organizada al margen del gobierno. Solo logró recorrer siete cuadras.

Las escenas violentas que pusieron fin a la marcha independiente dejaron al desnudo la gran dicotomía de los jóvenes a sesenta años del triunfo de la Revolución en Cuba: largarse de la isla para no sufrir las consecuencias de la dictadura —autoritarismo, represión y un modelo económico fallido— o quedarse y empezar a abrirse paso desafiando al régimen.

Ese es el dilema de Cuba: hoy es la nación más envejecida de América Latina. Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), los ciudadanos mayores de edad representan el 20,1 por ciento de los habitantes y para 2030 casi un tercio de la población tendrá 60 años o más. Mientras tanto, los jóvenes siguen siendo expulsados por el sistema totalitario: de 2008 a 2016 salieron de la isla alrededor de 16.895 jóvenes al año. Y muchos de los que decidimos no marcharnos, sufrimos represión.

Es una derrota innegable para el régimen castrista que sus jóvenes huyan del país. Así que ahora estamos ante un futuro en pausa: o la dictadura cae o la isla terminará siendo una nación de ancianos.

El proyecto revolucionario de Fidel y Raúl Castro envejeció viendo cómo sus líderes se perpetuaron en el poder. El sistema nunca se desprendió de las doctrinas ortodoxas heredadas de la extinta Unión Soviética. Con el fracaso de la Revolución, nacieron brotes de descontento ciudadano, especialmente entre los jóvenes.

Los jóvenes que se quedan y dan la pelea deben asumir la marcha LGBTI como su primera victoria: la determinación de continuar una cruzada abierta contra un gobierno autoritario. Si lo hacemos y continuamos alzando la voz, se ve una posibilidad de futuro para Cuba.

Aunque la mayoría del pueblo sigue acatando los preceptos como soldados, han comenzado a brotar pequeños islotes de emancipación.

La llegada de internet en 2015 a las plazas públicas de todo Cuba, a través de antenas wifi y su posterior masificación en diciembre de 2018 con la tecnología 3G en los teléfonos móviles, provocó que el 56 por ciento de los 11,2 millones de habitantes de la isla esté ahora conectado a la red. Internet ha reconfigurado la sociedad al otorgarle a la ciudadanía la posibilidad de expresarse libremente en sus plataformas. Emergió así una narrativa alternativa a la voz oficialista impuesta por años: el empoderamiento de la ciudadanía en internet ha supuesto que esa inconformidad salga del espacio virtual y se concrete en la vida real.

El primer síntoma de la naciente sociedad civil se evidenció cuando en enero de 2019 un tornado devastó varios municipios de La Habana. La población, sin el consentimiento del partido que dirige todos los aspectos de la vida cubana, se volcó hacia las zonas afectadas para solidarizarse con los damnificados.

Luego, en febrero, se realizó un referendo constitucional después de 43 años. A pesar de una amplia campaña del gobierno en favor del “Sí”, las cifras de desacuerdo resultaron inéditas: más de dos millones de cubanos, votaron “No”, anularon su voto o lo dejaron en blanco.

A esa cronología del disenso han seguido pequeños actos de insurrección. Cientos de personas marcharon para exigirle al Estado una ley que proteja a los animales y sancione su maltrato. Grupos ecologistas han comenzado a organizarse en las redes sociales para limpiar espacios públicos. Las detenciones arbitrarias, los secuestros y el acoso a periodistas independientes, opositores y activistas de la sociedad civil dejaron de pasar desapercibidos.

Pero ese impulso ciudadano, liderado en buena medida por quienes decidimos quedarnos en la isla, no deja de ser minoritario.

Y es que es bien difícil emprender un proyecto de vida en una nación donde el salario básico ronda los 30 dólares mensuales, donde el gobierno regula con decretos desde la creación artística hasta la cantidad de mesas y sillas que puede tener un restaurante, donde una persona puede sentirse privilegiada si encuentra en los estantes de un mercado papel higiénico, un paquete de salchichas o un cartón de huevos.

Ni siquiera la derogación de la política “pies secos, pies mojados” decretada por el expresidente de Estados Unidos Barack Obama en 2017 detuvo el flujo migratorio. Los cubanos dejaron de montar los armatrostes con los que se lanzaban al mar en busca de las costas de la Florida, pero siguieron emigrando: estos días la mayoría de los expulsados asume la riesgosa aventura que significa entregarse a los coyotes del corredor de Centroamérica para llegar a los puestos fronterizos de México y de ahí brincar al sueño americano.

Un mapa interactivo de la Organización Internacional para las Migraciones de Naciones Unidas informa que 1.558.312 cubanos residen actualmente en otras latitudes. La historia revolucionaria ha sido la del éxodo, de todos, pero en especial de los jóvenes.

Fidel Castro dijo alguna vez: “Ser internacionalistas es saldar nuestra propia deuda con la humanidad”. Paradójicamente, la Revolución terminó cumpliendo con el deseo del dictador. Cuba se volvió una de las mayores empresas exportadoras de capital humano del mundo. Los profesionales se forman gratis en las universidades de la isla y luego el propio país no les da la posibilidad de desarrollarse ni de expresarse libremente sin violencia.

El reemplazo generacional del país está en riesgo. Sin las capacidades y el aporte de los jóvenes es imposible pensar en salir de la crisis sistémica por la que transita Cuba. Después de robarse el futuro de la nación, los ancianos octogenarios que dirigen la isla no tendrán a quién dejarle su legado.

En las manos de los jóvenes está la posibilidad de enderezar el camino torcido de la Revolución. Seguir alzando la voz y marchar contra el longevo sistema revolucionario es la única opción para cambiar el futuro.

Abraham Jiménez Enoa es periodista y director de la revista El Estornudo.

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