La cuenta regresiva del cambio climático

Parece que se ha convertido en un rito de las negociaciones climáticas en las Naciones Unidas llegar al borde del colapso antes de que, rozando el plazo final, se logre un acuerdo intenso y lleno de polémica. Aún así, la complicada conclusión de las conversaciones de este año en Doha, en que cerca de 200 países acordaron extender el protocolo de Kyoto, no ha hecho más que fijar el escenario para negociaciones todavía más dramáticas en 2015, cuando se debe alcanzar un nuevo acuerdo global.

El acuerdo que se acaba de cerrar tiende un puente entre el régimen climático antiguo y uno nuevo que aún está por definirse. Al extender por otros ocho años el Protocolo de Kyoto , que limita parte de las emisiones de gases de carbono de los países desarrollados, el acuerdo de Doha mantiene un marco legal internacional de importancia vital y, al mismo tiempo, preserva reglas que costó mucho alcanzar sobre los límites de las emisiones y el comercio entre países.

Sin embargo, el acuerdo también confirma que en 2020 el tratado de Kyoto se reemplazará con uno nuevo, en el que se eliminará la anticuada distinción binaria entre países "desarrollados" y "en desarrollo" y se requerirán compromisos de todos los países de modo proporcional a sus niveles de desarrollo.

Le decisión a la que se arribó en Doha recalca que todo nuevo gobierno debe esforzarse por cumplir el objetivo de la ONU de limitar el calentamiento global en 2 grados centígrados. De hecho, generará la revisión de los objetivos de emisiones de cada país, con el fin de cerrar la brecha entre los compromisos en pie actualmente y las reducciones necesarias para mantenernos por debajo del umbral de los dos grados. Asimismo, el acuerdo crea un nuevo mecanismo de compensación para los países que están sufriendo las peores consecuencias del cambio climático.

Más aún, se creó una plataforma única de negociaciones y se fijó el año 2015 como nuevo plazo para alcanzar un acuerdo, lo que representa un logro mucho más significativo de lo que han reconocido la mayoría de los comentaristas y gobiernos.

La última conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático se celebró en Copenhague en diciembre de 2009. En sus preparativos se llevó a cabo una campaña global de presión a los gobiernos que, entre otras cosas, convirtió a las conversaciones en una cumbre de presidentes y primeros ministros. Aún así, no se pudo llegar a un acuerdo global legalmente vinculante, lo que hizo que los inversionistas perdieran confianza en una economía fundada en las bajas emisiones y retrasó en varios años los posibles avances.

Muchos temen que algo parecido pueda ocurrir en 2015, puesto que las condiciones parecen incluso menos idóneas. Preocupadas por la crisis, las principales economías del mundo muestran pocos signos de desear comprometerse a nuevas reducciones de las emisiones. Además, la ansiedad pública acerca del empleo y los niveles de vida ha pasado a llenar el espacio de los temores sobre el cambio climático que dieron bríos al movimiento de 2009.

A las organizaciones ambientalistas no gubernamentales les inquieta el que el aumento de las expectativas pueda elevar las posibilidades de que se acabe en fracaso, dañando así las iniciativas en los niveles nacionales para desarrollar economías basadas en bajas emisiones de carbono. Pero esto corre el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida: si las expectativas son bajas, las conversaciones no pueden sino fracasar.

Si bien hoy la atención de los líderes políticos no está centrada en el cambio climático, un evento internacional de grandes dimensiones puede atraerla como lo hizo la conferencia de Copenhague. Y el año próximo, cuando el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático comience a publicar su última evaluación de las evidencias científicas, seguramente la perspectiva de que se desboque el cambio climático acabará por movilizar a la sociedad civil.

De hecho, la situación actual -caracterizada por el aumento de las emisiones globales de gases de carbono- ya equivale a un fracaso, y la tendencia apunta a que en menos de una década el objetivo de los dos grados puede quedar fuera de nuestro alcance. La única esperanza es que se gatille un movimiento internacional de acción inmediata, como el que antes de la conferencia de Copenhague impulsó a los grandes emisores de gases de carbono del mundo (incluidos Estados Unidos y China) a definir umbrales de emisiones.

La experiencia de Copenhague ofrece algunas lecciones valiosas. La primera es que, puesto que los países se comprometen en lo internacional solo cuando sus ciudadanos están preparados para hacerlo, es crucial elevar la presión interna para reducir las emisiones. Cada una de las grandes economías debe reconocer que invertir en el "crecimiento respetuoso del medio ambiente" puede crear empleos e impulsar el desarrollo económico.

Más aún, la lucha contra el cambio climático debe volver a convertirse en una cruzada moral que se dirija especialmente a lo emocional. Después de todo, si cruzamos el umbral de los dos grados estaremos condenando a las generaciones futuras a las consecuencias más nefastas del calentamiento global.

Tercero, los países en desarrollo deberían impulsar el debate sobre un nuevo acuerdo global, a fin de asegurar la igualdad de condiciones y proteger su derecho al desarrollo. Las medidas de protección ambiental se deben ver como una manera de mejorar el bienestar de los más pobres (quienes más necesitan que se llegue a un acuerdo) más que como una carga.

Finalmente, el involucramiento de los jefes de estado y gobiernos debe complementar el proceso de la ONU, en lugar de suplantarlo. El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha convocado a una cumbre mundial sobre el cambio climático en 2014, que ahora debe convertirse en el foco de la presión pública para que se alcance un acuerdo en 2015.

El camino hacia un entendimiento internacional lo suficientemente sólido como para mantener el calentamiento global por debajo de los dos grados estará lleno de obstáculos. Pero se puede lograr si los ciudadanos presionan lo suficiente a sus gobernantes y las autoridades demuestran visión y liderazgo. Ha comenzado la cuenta regresiva al año 2015.

Michael Jacobs is Visiting Professor in the Grantham Research Institute on Climate Change and the Environment at the London School of Economics. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *