La cumbre de Cardiff

Reza el dicho popular, «el hombre propone y Dios dispone». No sé en qué medida el Altísimo ha tenido mano en este suceso, pero de lo que no hay duda es de que la próxima cumbre de la Alianza Atlántica, que se celebrará en Cardiff hoy y mañana, 5 de septiembre, se va a desarrollar bajo parámetros bien distintos a los previstos por sus organizadores. La idea era escenificar el fin de una guerra, la de Afganistán, tratando de lavarse las manos ante su más que previsible final. Una nueva época comenzaba y se trataba de fijar sus nuevas coordenadas. Sin embargo, la evolución de las crisis ucraniana y la deriva de los acontecimientos en Oriente Medio han echado por tierra toda tentación de triunfalismo. La Alianza tiene problemas muy serios ante sí y tiene que demostrar capacidad para afrontarlos.

Como si de una anciana se tratara a los problemas de antaño se suman los achaques de hoy. Nació con el fin de garantizar el compromiso norteamericano frente a la amenaza soviética. Con el tiempo los europeos fuimos dando por descontado esta garantía, que además permitía criticar cuanto se quisiera a la potencia americana y reducir nuestro gasto en defensa. En la guerra de Kosovo se hizo evidente que esa falta de inversión dificultaba seriamente la interoperabilidad de los sistemas. Se habló hasta la saciedad del problema, los estados miembros se comprometieron en la cumbre de Praga en 2002 a resolverlo..., pero el tiempo pasó y el gasto en defensa continuó siendo demasiado bajo. Llegó la crisis económica y con ella la imposibilidad de gastar más, se quisiera o no.

Una alianza es un conjunto de estados que comparten una amenaza y adoptan una estrategia para contenerla o derrotarla. Si buena parte de los estados miembros carecen de las capacidades suficientes ¿qué sentido tiene estar con ellos? Esa pregunta se la hacen muchos, pero no es la única ni la más preocupante. Si los miembros no perciben de la misma manera la amenaza ¿por qué seguir juntos? Si reconociendo la amenaza no están de acuerdo en la estrategia ¿qué objeto tiene mantener la Alianza?

La Alianza Atlántica es un caso excepcional en la historia, porque desde su momento fundacional optó por asumir un fin positivo, la defensa de la democracia, frente a otro negativo, la contención de la amenaza soviética. Buscaba pervivir por encima de las circunstancia históricas. Un propósito encomiable, pero difícil. Tras el fin de la Unión Soviética muchos de los estados liberados se fueron integrando, pero con ello las fronteras de la Alianza crecían al tiempo que las posibilidades de mantener la necesaria cohesión disminuían. Sin una amenaza inminente la Organización evolucionó hacia un club de seguridad, dedicado a estabilizar conflictos lejanos mientras se trataba en vano de fijar una estrategia común frente al islamismo.

La figura carismática del presidente Obama ha venido a marcar con su personalidad estos últimos años. Para los europeos su acceso al poder supuso un alivio: Estados Unidos dejaría de pedirles más y más compromisos de intervención diplomática o militar. Su voluntad por salir de Afganistán e Irak era tan firme como la de evitar que su país se viera involucrado en más campañas costosas y prolongadas. Sin embargo, el más europeo de los presidentes norteamericanos ha sido el que más ha criticado a sus admiradores, cansado de que sus aliados entiendan la Alianza como un mecanismo para parasitar al contribuyente norteamericano. Con él Estados Unidos ha dado en gran medida la espalda a Europa, concentrándose en las relaciones bilaterales con aquellos países que están dispuestos a asumir responsabilidades.

Pero la política internacional no es solo cuestión de capacidad, también lo es de liderazgo. Obama ha fracasado en el intento de dotar a su país y al conjunto de la Alianza Atlántica de una estrategia para hacer frente a las amenazas, retos y riesgos de nuestro tiempo. Y, no nos engañemos, sin liderazgo norteamericano la Alianza es un buque sin rumbo.

Rusia ha provocado una guerra civil en Ucrania, que en realidad es una invasión dirigida a dividir el país, como antes hizo en Georgia. A la gravedad del hecho se suma el temor a que más adelante intente reconquistar los estados bálticos ¿Qué hacer? El Islam árabe continúa avanzando con decisión hacia una crisis generalizada, al tiempo que Irán no ceja en su empeño de dotarse de capacidad nuclear. Los europeos rechazaron la estrategia propuesta por Bush, se alegraron de que Obama optara por la retirada y ahora se encuentran ante los resultados de su indecisión. La guerra se extiende desde Pakistán hasta Nigeria y pocos parecen entender que este proceso tendrá graves consecuencias para nuestra seguridad.

En Cardiff es poco probable que celebren el éxito de Afganistán. Los jefes de estado o de gobierno aliados tendrán ante sí el reto de restablecer los fundamentos de la Alianza en el momento más delicado de su existencia: una estrategia para contener el expansionismo ruso y otra para estabilizar el Mundo Árabe y su vecindario afectado así como un compromiso creíble de aumento del gasto en capacidades militares. La Organización hará un gran esfuerzo por tratar de convencernos de que los acuerdos serán importantes. Sin embargo, lo más probable es que las diferencias entre las posiciones de unos y de otros y la voluntad de evitar compromisos fuera de Europa lleve a acuerdos insuficientes.

Donald Rumsfeld nos adelantó que en el futuro, nuestro presente, las alianzas no serían permanentes, sino caso a caso. La OTAN seguirá existiendo, pero con un carácter más instrumental. El Tratado de Washington será el marco jurídico, la Organización la «caja de herramientas», pero las alianzas lo serán «a voluntad». Del multilateralismo pasamos a redes tramadas mediante acuerdos bilaterales en un marco regional.

España es país de frontera. Lo que está ocurriendo o pueda ocurrir en el Magreb y en el Sahel nos afecta y mucho. La desestabilización de la región supondría inmigración incontrolada y radicalismo islamista, riesgos militares además de poner en peligro nuestros intereses económicos en la región, que son muchos e importantes. Tenemos que prevenir acontecimientos actuando de forma decidida, inteligente y con nuestros aliados y amigos. De la misma forma que se ha optado por un entendimiento con Alemania en lo relativo a la política económica y monetaria, en materia de seguridad nuestros compañeros de viaje obvios son Francia, Estados Unidos, Portugal, Italia y Gran Bretaña y con ellos debemos concertar una posición común. La situación de nuestras Fuerzas Armadas es preocupante, como consecuencia de posponer reformas organizativas y de reducir drásticamente el gasto en capacidades. No es posible continuar así.

La Alianza no puede dar la espalda al problema, como no puede inhibirse de lo que está ocurriendo en Ucrania. Los aliados deben ser solidarios, pero la Organización tendrá que arbitrar nuevos procedimientos para atender a las distintas necesidades estratégicas. La Alianza tiene razón de ser, es un buen instrumento para afrontar el futuro pero de manera muy distinta a como la hemos conocido. La uniformidad de antaño, consecuencia de una única amenaza, no volverá, por lo menos en un tiempo previsible.

Florentino Portero, analista del Grupo de Estudios Estratégicos.

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