La cumbre del clima de París

Hoy 30 de noviembre, empieza en París la Cumbre del Clima: vigésimo primera Conferencia de las Partes (COP-21), según la terminología de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que se firmó en 1992 en Río de Janeiro. Y en ese encuentro en la Ciudad de la Luz, de trece días de duración, previsiblemente se acordará un nuevo protocolo del citado Convenio Marco; para sustituir al de Kioto en 2020, después de los trámites de ratificación que habrán de sucederse.

En la Convención Río-92, se aceptó definitivamente que la subida de temperatura del planeta y el consiguiente cambio climático, tienen un carácter antropogénico cada vez más evidente. En línea con lo previsto por diversidad de estudios científicos, desde los trabajos de Svante Arrhenius a finales del siglo XIX, hasta Wallace Broecker; el primero en emplear, en 1975, la expresión «calentamiento global». Un fenómeno que se produce a causa de las emisiones de los gases de efecto invernadero (GEI), principalmente CO2, NOx, y metano; que generan en la Tierra efectos de calentamiento similares a los que se producen en los invernaderos de la producción agrícola.

A partir de tales apreciaciones, y con cálculos cada vez más sofisticados, la previsión es de lo más preocupante: si no se cambian los modelos energéticos, al final del siglo XXI, se superaría en 6,5ºC el valor termométrico de la era preindustrial; desencadenándose probablemente situaciones climáticas irreversibles, según los estudios del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), grupo de estudios de casi mil científicos de todo el mundo, dependiente de la Organización Meteorológica Mundial.

¿Y cuáles son esas situaciones que podrían hacerse irreversibles y que van evidenciándose cada vez más?: la fusión de hielos polares y glaciares de todo tipo, con la consiguiente subida del nivel del mar; la menor salinidad de los océanos, con posible desviación de las corrientes marítimas del tipo de la del Golfo; la acidificación de los mares, con fuertes pérdidas de biodiversidad; la desertificación creciente, la mayor presión de incendios de bosques húmedos tropicales, así como las interacciones, imposibles de apreciar, hoy por hoy, de tan prolijos procesos.

Naturalmente, frente a tales predicciones, sigue habiendo «negacionistas», que incluso hipervaloran el CO2 como «gas de vida», y que se permiten recomendar que sigamos quemando, indefinidamente, combustibles fósiles, en una más que temeraria actitud de «business as usual». En tanto que en el otro extremo, algunos piensan que cualquier medida que pueda tomarse de cara al futuro, ya será inútil; porque lo que se ha hecho para frenar las tendencias en curso es demasiado poco (too litle) y demasiado tarde (too late), una idea que se simboliza en la expresión TL2.

Y precisamente entre los partidarios de ese TL2, está el ecólogo James Lovelock, científico que trabajó durante muchos años en la NASA, y autor de la hipótesis de que la Tierra es prácticamente un organismo que se autorregula. Y a quien se debe la predicción de «la venganza de Gaia», según la cual la perversidad ecológica humana será castigada implacablemente por la propia Madre Naturaleza; como se decía antes.

Sin embargo, frente a negacionistas y a radicales del TL2, cabe contraponer que las medidas de mitigación, recorte de emisiones de GEI, y de adaptación al cambio climático, son buenas per se; a efectos de un máximo recurso a las energías alternativas, la conservación de la biodiversidad, una atmósfera más limpia y saludable, y, a la postre, una calidad de vida muy superior a la que de otro modo podremos tener.

En todo ese contexto, la Conferencia del Clima de París es un intento de superar el fiasco que se produjo en un encuentro anterior, Copenhague-2009, en el que se había previsto llegar a un acuerdo similar al que ahora se pretende. Y que entonces resultó imposible, por la falta de entendimiento entre China y EE.UU., y a causa de la crisis económica mundial que se había iniciado un año antes.

Sin embargo, el hecho de que hoy existan expectativas mucho mejores que en Copenhague, no significa que el cónclave de París tenga asegurado el éxito: todavía están trabajando en contra los lobbies de los hidrocarburos (carbón, petróleo, gas natural), como también podrá suceder que la priorización de otros objetivos relegara el cambio climático, de nuevo, a un segundo plano.

En cualquier caso, para la Conferencia de París se han formulado los compromisos de unos 170 países (que suponen el 94 por 100 de los GEI emitidos), incluyendo el acuerdo crucial entre EE.UU. y China; que nunca participaron en Kioto, a pesar de ser los más contaminadores, con casi el 50 por 100 mundial. Como también podría estar a punto de acordarse que el nuevo tratado sea vinculante, con el aditamento de revisar los compromisos iniciales cada cinco años, para cumplir el señalado objetivo principal de no más de 2ºC de subida de temperatura.

Hay mucha tela que cortar en París, donde en el aeropuerto de Le Bourget se situarán más de 50.000 personas, a no ser que las restricciones por los actos terroristas del 13-N signifiquen una exclusión de ONG y otros observadores que proyectan asistir a una Cumbre que está apoyada por el G-7, el G-20, la UE como adalid. Y también por la Encíclica «Alabado seas» del Papa Francisco, verdadera Summa Ecologica.

Por lo demás, hay una cosa bien clara, también a favor: ya está en curso la transición de una sociedad energéticamente todavía dependiente en un 80 por 100 de los combustibles fósiles, a otra en que toda la energía proceda del viento, el sol, la biomasa, los sistemas geo y maremotriz, etcétera.

Por todo lo indicado y mucho más, no cabe sino desear que en los próximos días todo lo proyectado permita prever que el Navío Espacial Tierra, en el que navegamos todos, adoptará su rumbo para arribar al puerto de la racionalidad, de modo que el planeta azul pueda ser, de verdad, un hábitat hospitalario para todos.

Ramón Tamames, miembro del Club de Roma y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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