La Cumbre del G-20 y ½

De acuerdo, José Luis Rodríguez Zapatero va a sentarse entre los miembros del G-20 en su reunión en Washington. Pero si el Gobierno está dispuesto a perder el decoro, eso no significa necesariamente que el país, España, los españoles, tengamos que renunciar también a lo que de dignidad nacional nos quede. Máxime si cuando nos ceden lo que nos ceden se debe más al peso de don Emilio Botín y sus inversiones en el extranjero que al del propio presidente de Gobierno. Después de mendigar por los cuatro rincones del mundo, la España de Zapatero estará en la cumbre de hoy, 15 de noviembre, pero hay que tenerlo bien claro: de prestadillo y en una silla que no le corresponde y a la que llega de la peor de las maneras. ¿Alguien se puede imaginar a Nicolás Sarkozy aceptando el hueco que le prestara España para asistir a una cumbre internacional? ¿Desde cuándo aceptarían Brown o Putin ser invitados por la gracia de otro mandatario extranjero?

En España se ha hecho demasiadas veces un objetivo el estar aunque no supiéramos muy bien ni para qué ni cómo. Y esta reunión sobre la crisis financiera no ha sido ajena a ello. Rodríguez Zapatero se ha empleado a fondo, quizá por primera vez, para conseguir una invitación. Todos sabemos de los más de 38.000 kilómetros que ha hecho, de sus peticiones a Francia, el Reino Unido, China y Brasil, de las plegarias en Washington, pero ninguno conocemos para qué quiere estar, cuáles son sus propuestas para esta cita que, como gusta de exagerarse, servirá para refundar el capitalismo. Nada ha dicho al respecto. Todo lo más, que seguiremos lo que diga Europa.

Pero tan importante es estar como saber estar. El presidente español, orgulloso del éxito de su diplomacia pedigüeña, cree que ha sacado a España del aislamiento en la que la sumió Franco. Veremos. De momento convendría recordar que España ya se sentó en el G-8, aunque fuera por presidir la Unión Europea. Condición temporal que en nada tiene que envidiar al préstamo galo actual. Al menos aquello era institucional y no derivaba de la disposición de nadie. Rodríguez Zapatero que tanto ridiculizó en su momento la aspiración de Aznar de incorporar a España al G-8 ahora se muere por salir en la foto. Pero el poder internacional no es una foto fija, es una película y ahí España no juega ningún papel, porque no simpatiza con ningún personaje, salvo los malos... ¿de verdad podemos creernos los españoles que el Gobierno ha actuado en estos cinco años como para que contemos más en el mundo? Que estemos o no en Washington es irrelevante si el Gobierno no está dispuesto a hacer otras muchas cosas.

Pero quizá lo más grave no sea como ha actuado el presidente, dispuesto a hacer el ridículo internacional, sino que su miseria se hará más patente cuando no tenga nada que aportar para la solución de una crisis que ha negado sistemáticamente y que, cuando la llega a admitir, culpa al presidente americano de su origen, alcance y consecuencias. Ya se sabe, sea lo que sea, son siempre los neocons los responsables de todo lo malo.

A pocas horas de este supuestamente importante cónclave, seguimos sin conocer cuáles son las recetas del Gobierno para sacarnos de esta crisis. Europa parece ser siempre la solución, pero hasta el momento Europa ha reaccionado de una forma bastante dispersa para desmayo de los muy europeístas: hay una salida Brown, hay un plan Sarkozy y hay una opción Merkel. Nadie habla, que se sepa, de una solución Zapatero. El mínimo común denominador que define la política de la UE ha sido darse cien días para dar con las medidas que puedan llegar a adoptarse. Poco parece importar que para entonces la situación de la economía financiera y real sea insostenible. Particularmente en aquellos países peor preparados para protegerse de su impacto. Como, por desgracia, es el caso de España.

En política pocas cosas hay inevitables. Todo es el producto de decisiones, actuaciones o la falta de las mismas. Y si España está en crisis no es por culpa de Bush, que quede claro. Es por culpa del Gobierno que se ha negado con empecinamiento a adoptar las reformas necesarias para volver nuestro sistema productivo más flexible y competitivo. La crisis en España es mucho más que una simple crisis financiera o del ladrillo. De ahí que si no se acometen las reformas imprescindibles, la sufriremos más y por más tiempo que nuestros vecinos, por no hablar de América, ese país que acaba de descubrir Rodríguez Zapatero.
El presidente español, sonriente de tener su sitio entre los que hoy son grandes y los que seguramente lo serán mañana, es feliz con estar en Washington para que la voz del progresismo esté debidamente representada. ¿Pero eso qué significa? ¿Que será capaz de oponerse a la idea de los fondos soberanos de Sarkozy, su anfitrión real? ¿Qué le dará la vuelta al mito de Robin Hood para darle lo de los pobres -a golpe de subida de impuestos- a los ricos banqueros para que puedan seguir acumulando sus beneficios? ¿En eso se va a quedar la refundación del capitalismo?

La izquierda y en particular la izquierda radical que lidera Rodríguez Zapatero acumula demasiados mitos anticapitalistas. Esta crisis no ha sido y no va a ser el equivalente para el capitalismo de lo que la caída del muro de Berlín fue para el socialismo. Por mucho que se diga, aquí no ha fallado el mercado, lo que ha fallado es precisamente el Estado en tanto que garante de un mercado eficaz y funcional. Rodríguez Zapatero y sus acólitos lo han entendido todo al revés, con el riesgo de que lo que consigan es reforzar precisamente todos esos mecanismos que no han servido sino para colocarnos en la situación en la que estamos. Y no es culpa de los banqueros que han caído en los préstamos de alto riesgo, sino de la exigencia política de hacer accesibles bienes a quienes no podían de todas a todas pagarlos. La cultura del progresismo, de la satisfacción instantánea, la igualdad de todos y de la deuda de la sociedad con los desfavorecidos, ha estado en el origen de esta crisis y estará en la mala salida a la misma. ¿Hace cuánto tiempo que no escucha aquella frase de «estoy ahorrando para...»?

Es muy sencillo decir que el Fondo Monetario Internacional no ha funcionado correctamente -cosa que no hace desde 1973, dicho sea de paso- y que ahora hay que investirlo con nuevos poderes; es fácil culpar a las zonas grises de la economía financiera. Pero, en realidad, los verdaderos culpables han sido los reguladores nacionales que no han sabido o no han querido cumplir con sus obligaciones. Pero eso ahora no importa. Lo verdaderamente importante es que Rodríguez Zapatero rompiera el aislamiento internacional al que él mismo nos ha llevado. La izquierda española siempre denunció a Franco por haber pactado su retorno a la comunidad internacional a cambio de ceder unas cuantas bases a los Estados Unidos allá por 1953. Y a América por legitimar a un dictador por razones geoestratégicas. Pues bien, ahora que España va a estar en Washington, no se podrá cuestionar a los americanos porque España se haya quedado al margen. Pero sí se puede preguntar cuál es el precio que Rodríguez Zapatero está dispuesto a pagar por su capricho. España no va a salvar nada. Ni Rusia, China y Arabia Saudí van a refundar el capitalismo en Washington. Que nos quede claro. La presencia de España tiene poco que ver con la crisis y sí mucho más con maquillar los entuertos de nuestro presidente. ¿Satisfecho? No, avergonzado de que se haya perdido la dignidad nacional.

Rafael L. Bardají