La Dama de Hierro, la libertadora

Toda prisión es sitio de duelo. Pero quizá la amarga ironía que supone que yo me haya enterado de la muerte de Margaret Thatcher en este lugar encierra una metáfora adecuada, ya que su muerte me hizo recordar la sociedad de mi juventud, una sociedad encarcelada cuya liberación se la debemos en gran medida a Thatcher.

Para muchos de los que crecimos en la Unión Soviética y en sus satélites de Europa del Este, Margaret Thatcher será siempre una heroína. No solo abrazó la causa de la libertad (en particular, la libertad económica) en Gran Bretaña y en Occidente, sino que al calificar a Mijaíl Gorbachov como un hombre “con el que se puede negociar” (en un momento en que casi todos los líderes democráticos tenían serias dudas sobre sus políticas de perestroika y glasnost), se convirtió en el catalizador esencial para el desbloqueo de nuestras sociedades gulag.

De hecho, para todos aquellos que en el mundo ex comunista intentaron construir una sociedad libre con lo que quedó del naufragio del totalitarismo, la “Dama de Hierro” se convirtió en un icono secular. Cualidades como su coraje y su perseverancia (no estaba allí para que la obligaran a “dar la vuelta”) nos dieron un ejemplo viviente de liderazgo inquebrantable en momentos de peligro político. Su fidelidad a sus principios y su determinación absoluta de luchar y luchar por una causa justa han sido para mí una fuente indudable de inspiración.

Una de las mayores alegrías de mi vida política fue cuando hace algunos años tuve oportunidad de compartir con Thatcher un almuerzo tranquilo en Londres y expresarle mi gratitud por haber reconocido que en nuestros países había una oportunidad para la libertad y tomar la iniciativa diplomática de ayudar a que se hiciera realidad. Mientras ocupé el puesto de primera ministra siempre tuve presente una frase suya: “No soy una política de consenso; soy una política de fuertes convicciones”. Su riguroso sentido de cuál es el auténtico deber de los políticos fue para mí una fuente de ánimo cada vez que tuve que librar alguna batalla política, ya que nuestra responsabilidad como líderes no es conservar el cargo, sino usar nuestro poder para mejorar las vidas de la gente y aumentar el alcance de su libertad.

Cuando Thatcher expresó por primera vez que creía en el potencial de las reformas prodemocráticas de Gorbachov, yo tenía 24 años, acababa de terminar la universidad y estaba comenzando mi carrera. Casi no había esperanzas de que mi vida pudiera ser mejor que la de mi madre y, lo más triste de todo, menos esperanzas aún de que yo pudiera crear una vida mejor para mi pequeña hija.

La decisión de Thatcher de abrazar la causa de nuestra libertad me galvanizó. La gran escritora disidente Nadezhda Mandelshtam había imaginado un futuro en el que solo podríamos “esperar contra toda esperanza”; y sin embargo, apareció una líder que imaginó un futuro donde en vez de miseria y corrupción tendríamos libertad y oportunidades. Todavía me maravillo al pensar que ella fue capaz de recoger del suelo la esperanza abandonada de la liberación, cuando nadie (ni siquiera Gorbachov) podía siquiera imaginar que fuera posible.

Pero por supuesto, Thatcher entendía de libertad, porque la llevaba en el alma. Era evidente que nadie la obligaría a dar la vuelta, ni tampoco a aceptar órdenes o a conformarse con la vida limitada que aparentemente su sociedad le tenía reservada. En una Gran Bretaña donde todavía era habitual que el destino de cada uno dependiera de la clase social, la hija de un tendero llegada del norte se abrió camino hasta Oxford y brilló allí como estudiante de química.

Después, tuvo el atrevimiento de entrar en un ámbito reservado a los hombres, el de la política. Al convertirse en primera ministra de Gran Bretaña (primera mujer en ocupar ese cargo en toda la historia del país), impulsó las ambiciones de incontables jóvenes mujeres de todo el mundo (incluida yo misma). Su ejemplo nos alentó a soñar en grande.

Y como mujer, Thatcher sabía que lo que traía a los pasillos del poder era inigualable. Como dijo al asumir el cargo en 1979: “Cualquier mujer que comprende los problemas de la administración de un hogar está más cerca de comprender los problemas de la administración de un país”. Esa combinación, hija del sentido común, entre valores familiares e integridad fiscal fue un ejemplo para todos los gobernantes electos que la siguieron.

Por supuesto, entiendo bien que muchos en Gran Bretaña sintieran que la revolución económica y social que Thatcher puso en marcha los había dejado atrás. Pero el sentido del thatcherismo, tal como yo lo entendí desde la distancia, siempre se redujo a crear condiciones en las que cualquiera pudiera esforzarse y alcanzar sus sueños. Que es lo que yo y todos los demócratas de Ucrania queremos para nuestro país: una sociedad de oportunidades bajo el imperio de la ley (no bajo el dictado de camarillas y oligarcas), en una Europa abierta.

La historia habla por sí misma. Antes del gobierno de Thatcher, a Gran Bretaña se la consideraba “el enfermo de Europa”, un país aquejado de regulaciones asfixiantes, alto desempleo, huelgas constantes y déficit presupuestario crónico. Cuando se retiró, 11 años después (fue la primera ministra que más tiempo ocupó el cargo desde que Lord Liverpool lo dejó en 1827), Gran Bretaña era una de las economías más dinámicas de Europa y del mundo. Por eso hoy todos somos thatcheristas.

Yulia Timoshenko, twice Prime Minister of Ukraine, has been a political prisoner since 2011. Traducción: Esteban Flamini.

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