La debacle vacunatoria europea

La debacle vacunatoria europea
Georgi Paleykov/NurPhoto via Getty Images

En la Unión Europea se ha desatado una tormenta por la compra de un suministro insuficiente de las vacunas contra la COVID‑19 aprobadas. Stéphane Bancel, director ejecutivo de la empresa farmacéutica estadounidense Moderna (cuya vacuna obtuvo aprobación poco después de la de Pfizer/BioNTech), afirma que la UE confió demasiado en las «vacunas de los laboratorios europeos».

¿Priorizó la Comisión Europea apoyar a la industria farmacéutica local antes que la protección de vidas humanas? En realidad, la cuestión no es tan sencilla. Contra lo que Bancel pretende hacernos creer, la UE en realidad no compró suficiente de su propia vacuna. Al fin y al cabo, la que más se está aplicando en Occidente la desarrolló una empresa alemana, BioNTech, o sea que es una vacuna europea (aunque las pruebas y parte de la producción se hicieron en sociedad con Pfizer en Estados Unidos y con Fosun Pharma en China).

No es que no se hayan comprado suficientes dosis de la vacuna estadounidense, sino que la UE se quedó de brazos cruzados mientras Estados Unidos y otros países acumulaban dosis de una vacuna desarrollada y producida en un laboratorio alemán. La UE no es culpable de proteccionismo, sino de rigidez institucional. Su falta de coordinación de los intereses nacionales explica la lentitud de las campañas de vacunación en muchos países europeos. Mientras algunos países consideraron excesivo el precio de la vacuna basada en ARNm de BioNTech, otros tuvieron dudas respecto del uso de una nueva tecnología genética y otros no se dieron cuenta de la urgencia de la situación, convencidos de que lo peor de la pandemia ya había pasado.

Y también es posible que cierta rivalidad entre fabricantes de vacunas europeos haya inhibido a la UE de comprar por adelantado más dosis de la vacuna alemana (a diferencia de lo que hicieron Estados Unidos y otros países). BioNTech es una pequeña startup de Maguncia y tenía pocas chances de hacerse oír por encima de los cabildeos ante la Comisión Europea de las grandes farmacéuticas europeas establecidas.

Cualquiera haya sido la razón, ya es un hecho que el suministro de vacunas en Europa está muy demorado. Mientras en julio y agosto Estados Unidos, el Reino Unido, Japón y Canadá competían por asegurarse grandes lotes de la vacuna de BioNTech, la UE hizo sus primeros pedidos solamente a Sanofi y AstraZeneca (las dos empresas luego admitieron dificultades en los ensayos clínicos). No fue sino en noviembre (cuando los periodistas comenzaban a hacer preguntas punzantes) que la UE concluyó un primer acuerdo para la compra de un lote de la vacuna de BioNTech, al que siguieron otras (incluida la de Moderna) en diciembre y principios de enero.

La demora en los pedidos se traslada a las entregas: los fabricantes están atendiendo por orden de llegada, y necesitan tiempo para construir nuevos sitios de producción. De allí que en los medios europeos abunden imágenes desoladoras de centros de vacunación vacíos que se quedaron sin suministros y unidades de cuidados intensivos que no dan abasto. Una sensación de horror inminente se adueñó de una población europea atemorizada. A este ritmo, la UE no tendrá chances de alcanzar antes del verano boreal a Estados Unidos, el RU, Israel y otros países que van adelantados con la vacunación.

La UE sostiene que en un primer momento optó por diversificar los pedidos, porque no había modo de saber cuáles serían las vacunas candidatas que funcionarían. Pero es una excusa barata, ya que tampoco compró a ninguno de los fabricantes una cantidad ni remotamente suficiente para poder vacunar a la población ante la eventualidad (apreciable en aquel momento) de que sólo se aprobara una de las candidatas.

Para la UE, correr el riesgo de comprar dosis suficientes para dos tercios de la población a cada uno de los seis fabricantes con los que negoció implicaba un gasto de apenas 29 000 millones de euros (35 000 millones de dólares). Para poner esa cifra en perspectiva, es el ingreso que viene perdiendo la economía europea en sólo diez días de la crisis de la COVID‑19. Y ahora que en lugar de una hay dos vacunas que resultaron muy efectivas, la UE hubiera terminado con un excedente de dosis de alta calidad que podría donar a unos 300 millones de personas en los países en desarrollo.

La culpa por esta debacle vacunatoria europea no es atribuible a ninguna persona en particular. Pero lo sucedido debería poner en claro que delegar la compra de vacunas a la Comisión Europea fue un error. El Artículo 5 del Tratado de la Unión Europea somete al bloque al principio de subsidiariedad, por el cual las acciones de carácter político son competencia de los estados miembros, excepto allí donde pueda demostrarse que una acción supranacional será más eficiente. Pero llegado el momento de asegurar una provisión abundante de vacunas se cometió un olvido deliberado de este principio. No había ni necesidad legal ni justificación económica convincente para la planificación central en la compra de las vacunas. Si los gobiernos nacionales hubieran podido comprar vacunas en forma independiente y en competencia directa con el resto del mundo, aunque tal vez les resultaran ligeramente más caras, las habrían ordenado mucho antes para no quedarse afuera. Y esos pedidos adelantados hubieran permitido a los fabricantes invertir más en ampliar sus capacidades de producción.

Al final, la planificación central y el cabildeo de los fabricantes establecidos causaron la debacle vacunatoria europea. Ahora los europeos tendrán que vivir con las consecuencias de una tragedia que podía evitarse.

Hans-Werner Sinn, Professor Emeritus of Economics at the University of Munich, is a former president of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry’s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs. Traducción: Esteban Flamini.

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