La débil recuperación de Latinoamérica

Latinoamérica ha regresado a la senda del crecimiento económico con proyecciones de alrededor del 1% en 2017 y del 2% en 2018. Además, si bien estuvo dos años en recesión, la solidez de las instituciones y las políticas permitieron moderar la caída. De hecho, la mayoría de países lograron mantener crecimientos aceptables, lo que recuerda que hay que hablar de Américas Latinas. No obstante, la recuperación es débil, en un contexto socio-político movido. Latinoamérica acumulará cinco años de alejamiento a los niveles de ingreso de las economías más desarrolladas, en un momento político clave, dado que entre 2016 y 2018 se habrán celebrado 15 elecciones presidenciales.

Este es momento de política, no de políticas. De gobiernos que cumplan con sus socios comerciales, con sus ciudadanos, y en especial con sus jóvenes, como fue reclamado en el Foro Económico Internacional para América Latina y el Caribe 2017, organizado por el Centro de Desarrollo de la OCDE, el BID y el Gobierno francés.

La región precisa de gobiernos que cumplan con sus socios comerciales, con apertura e integración. La OCDE ha llamado a resetear la globalización, apostando por el multilateralismo y la apertura, y simultáneamente implementando medidas para proteger a aquellos afectados negativamente. Afortunadamente, Latinoamérica se ha distanciado de las tendencias en los países del G20, quienes han aprobado desde 2012 más de 1.725 restricciones al comercio según Global Trade Alert. Ha intensificado la agenda con nuevos socios como China, e internamente, dos de las principales plataformas regionales de comercio, Alianza del Pacífico y Mercosur, muestran su voluntad de acercamiento, augurando avances en cooperación aduanera, apoyo a PYMES y cadenas regionales de valor.

La región precisa de gobiernos que cumplan con sus ciudadanos, con eficiencia, apertura y visión. La confianza de los latinoamericanos en sus instituciones, tradicionalmente limitada, se ha debilitado. Hoy ocho de cada diez ciudadanos de la región creen que la corrupción está extendida en su gobierno, seis de cada diez están insatisfechos con su sistema de salud y casi cinco de diez con la educación, y solo cuatro de cada diez confían en las elecciones. La eficiencia exige simplificar los trámites a ciudadanos y empresas aprovechando la tecnología, como recientemente muestra Perú, donde las entidades estatales solo podrán solicitar una vez el documento de identidad a sus ciudadanos porque sus agencias estarán interconectadas. La apertura pasa por involucrar a los ciudadanos en decisiones, aumentar la transparencia de las cuentas públicas —como la iniciativa Conozca en qué se gasta su dinero en Costa Rica, que permite acceder a información en tiempo real sobre el gasto público— y establecer órganos de lucha contra la corrupción. Los Estados han de ser más innovadores y visionarios ante un futuro en el que la revolución tecnológica, la transición demográfica y el cambio climático definen nuevas demandas. Los laboratorios de innovación social para avanzar en la digitalización en Uruguay o en Rio de Janeiro, y el uso de big data para proveer mejores servicios, como están comenzando a implementar Buenos Aires o Bogotá en transporte, o Brasil en salud, son buenas prácticas.

La región precisa de gobiernos que cumplan con sus jóvenes, con educación de calidad y oportunidades de empleo formal y emprendimiento. Latinoamérica es una región joven: uno de cada cuatro ciudadanos —163 millones— tiene entre 15 y 29 años. Sin embargo, cuatro de cada diez jóvenes no estudian, no trabajan y no se capacitan (‘ni-ni-nis’) o si trabajan lo hacen en el sector informal. Esta situación es peor para mujeres (la mitad son ni-ni-nis o informales), y para jóvenes de hogares de ingreso medio y bajo (siete de diez jóvenes de hogares pobres están desconectados). La vulnerabilidad se está transmitiendo de padres a hijos e hijas, y ello impactará en toda su trayectoria laboral. Lo bueno es que sabemos qué funciona; educación combinada en aulas, capacitación en el trabajo y servicios de búsqueda de empleo (como ProJoven en Brasil y Perú, Jóvenes en Acción en Colombia); apoyo al emprendimiento reduciendo barreras de entrada (como la Ley de Emprendedores de Argentina que permite crear empresas en un día), desarrollando instrumentos financieros flexibles (como Ruta N en Colombia o Start-Up en Chile); mentoría y fortalecimiento de vínculos con redes comerciales como la Alianza del Pacífico. La economía de la región (medida por su PIB) podría incrementarse inmediatamente un 3%, el equivalente a una Guatemala, si todos los jóvenes ni-ni-nis e informales encuentran un empleo formal.

Gobiernos que cumplan con sus socios comerciales, con sus ciudadanos y con los jóvenes son indispensables en la agenda de Productividad e Inclusión. Solo así se logrará traducir la desconfianza, e incluso las protestas en cambio real. Y solo así se convencerá a ciudadanos y empresas de que cumplir con las reglas y pagar impuestos merece la pena. No es fácil, ¿pero qué es fácil en los tiempos que vivimos? Y se puede.

Ángel Melguizo es jefe de la unidad de América Latina y el Caribe del Centro de Desarrollo de la OCDE

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