La debilidad fundamental de la economía global

Cuando Lehman Brothers se declaró en quiebra hace diez años, repentinamente se obscureció el tema de quién debía que a quien, quién no podía pagar sus deudas, y quién sería el próximo en caer en quiebra. El resultado fue que los mercados de crédito interbancarios se congelaron, Wall Street entró en pánico y muchas empresas quebraron, no sólo en Estados Unidos sino a lo largo y ancho del mundo. Mientras los políticos se esforzaban por responder a la crisis, los expertos en economía se preguntaban si la “Gran Moderación” que trajo consigo la baja volatilidad del ciclo económico desde la década de 1980 se estaba convirtiendo en otra Gran Depresión.

En retrospectiva, la complacencia durante el período previo a la crisis fue claramente desmesurada. Y, sin embargo, poco ha cambiado en el periodo posterior a la misma. Sin lugar a duda, se nos dice que el sistema financiero es más simple, más seguro y más justo. Pero, los bancos que se beneficiaron del dinero público ahora son más grandes que nunca; los instrumentos financieros opacos están una vez más a la orden del día; y los fondos de bonificación de los banqueros están reventando de llenos. Al mismo tiempo, la “banca en la sombra” no regulada o insuficientemente regulada se ha convertido en un negocio de 160 millones de millones de dólares estadounidenses. Ese tamaño es igual a dos veces el tamaño de la economía mundial

Gracias a los millones de millones de dólares de liquidez que los principales bancos centrales han inyectado a la economía mundial en la última década, los mercados de activos se han recuperado, las fusiones de empresas se llevan a cabo a todo vapor y las recompras de acciones se han convertido en un punto referencial de perspicacia gerencial. Por el contrario, la economía real se ha visto salpicada por efímeros episodios de optimismo y por charlas intermitentes sobre riesgos a la baja. Y, aunque los formuladores políticas se dicen a sí mismos que los altos precios de las acciones y de las exportaciones impulsarán a los ingresos promedio, el hecho es que la mayoría de las ganancias ya han sido capturadas por los que se encuentran en la parte superior de la pirámide.

Estas tendencias apuntan a un peligro aún mayor: una pérdida de confianza en el sistema. Adam Smith reconoció hace mucho tiempo que las percepciones de fraude eventualmente socavarán la legitimidad de cualquier sistema basado en reglas. La sensación de que quienes causaron la crisis no sólo se salieron con la suya, sino que también se beneficiaron de ella, ha sido una creciente fuente de descontento desde el año 2008, debilitando la confianza pública en las instituciones políticas que aúnan a ciudadanos, comunidades y países.

Durante el repunte mundial sincronizado del año pasado, muchas personas en la clase dirigente económica se apresuraron a opinar demasiado pronto cuando comenzaron a hacer pronósticos de tiempos más soleados. Con la excepción de Estados Unidos, las recientes estimaciones de crecimiento no han alcanzado las proyecciones anteriores, y algunas economías incluso se han desacelerado. Si bien China y la India siguen en el buen camino, la cantidad de economías emergentes bajo presión financiera ha aumentado. A medida que los principales bancos centrales hablan de la normalización de la política monetaria, amenazas de la fuga de capitales y depreciación de la moneda quitan el sueño a los formuladores de políticas de estos países.

El principal problema no es solo que el crecimiento es tibio, sino que está conducido principalmente por la deuda. A principios del año 2018, el volumen de la deuda mundial había aumentado a casi $250 millones de millones – cifra tres veces más alta que la producción mundial anual – desde el nivel de $142 millones de millones en el que se encontraba una década atrás. La participación de los mercados emergentes en la deuda mundial aumentó del 7% en el año 2007 al 26% en el 2017, y el crédito a las corporaciones no financieras en estos países aumentó del 56% del PIB en el 2008 al 105% en el 2017.

Además, las consecuencias negativas del ajuste restrictivo de las condiciones monetarias en los países desarrollados probablemente serán más severas, dada la desconexión entre las burbujas de activos y las recuperaciones en la economía real. Si bien los mercados bursátiles están en auge, los salarios han permanecido estancados. Y, a pesar de la expansión de la deuda tras la crisis, el ratio entre la inversión y el PIB ha estado cayendo en las economías avanzadas y se ha mantenido plano, es decir sin cambios, en la mayoría de los países en desarrollo.

Hay una gran factor “desconocido que es conocido” que se cierne sobre este frágil estado de las cosas. La guerra comercial del presidente estadounidense Donald Trump no reducirá el déficit comercial de Estados Unidos ni retrasará el reloj tecnológico de China. Lo que hará es alimentar la incertidumbre mundial si las respuestas ‘ojo por ojo’ escalan. Peor aún, esto está ocurriendo justo cuando la confianza en la economía mundial comienza a tambalearse. Para aquellos países que ya están amenazados por una mayor inestabilidad financiera, el daño colateral de una interrupción del sistema de comercio mundial llegaría a ser significativo e inevitable.

Sin embargo, contrariamente a la sabiduría convencional, este no es el comienzo del fin del orden liberal de la posguerra. Al fin y al cabo, el desenmarañamiento de ese orden comenzó hace mucho tiempo, con el surgimiento del capital libre, el abandono del pleno empleo como objetivo de las políticas, la desvinculación de los salarios de la productividad y el entrelazamiento del poder corporativo y político. En este contexto, las guerras comerciales se entienden mejor como un síntoma de una hiperglobalización no saludable.

De manera análoga, las economías emergentes no son el problema. La determinación de China de hacer valer su derecho al desarrollo económico ha sido recibida con una sensación de inquietud, y hasta con abierta hostilidad, en muchas capitales occidentales. Sin embargo, China se ha inspirado en el mismo libro de jugadas estándar que usaron los países desarrollados cuando trepaban por la escalera económica.

De hecho, el éxito de China es exactamente lo que se vislumbró en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Empleo del año 1947 en La Habana, reunión en la que la comunidad internacional sentó las bases para lo que se convertiría en el sistema de comercio mundial. La diferencia en el discurso entre entonces y ahora da testimonio de cuán lejos el actual orden multilateral se ha desplazado de sus objetivos originales.

Al principio, la crisis de Lehman realmente provocó un renacimiento del espíritu multilateral de la posguerra; pero resultó ser un hecho efímero. La tragedia de nuestros tiempos es que justo cuando se necesita una cooperación más audaz para abordar las desigualdades de la hiperglobalización, el repique de los tambores del “libre comercio” ha ahogado las voces de los que piden una restauración de la confianza, la equidad y la justicia en el sistema. Sin confianza, no puede haber ninguna cooperación.

Richard Kozul-Wright, Director of the Division on Globalization and Development Strategies at the United Nations Conference on Trade and Development, is the author of Transforming Economies: Making Industrial Policy Work for Growth, Jobs and Development.

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