La decadencia de LaLiga y la pérdida de poder blando de España

Hace poco me decía un amigo profesor (croata para más señas y muy aficionado el fútbol) que había dejado de ver los resúmenes de la liga española este año por primera vez en la última década. Citaba como razones principales la marcha de Messi y Ronaldo; la imparable decadencia del Barcelona; la escasa renovación de los jugadores del Real Madrid; el hecho de que Modric y Rakitic, dos croatas, se hayan hecho mayores; e incluso la ausencia de entrenadores carismáticos que ofrecieran algo nuevo como supuso el tiki taka en su tiempo.

Tampoco había visto el último Clásico y, lo peor, había perdido interés por leer las noticias sobre España, un país que le resultaba interesante en buena parte por tener dos equipos como Real Madrid y Barcelona, que batían en el aspecto económico y deportivo a los millonarios equipos de la todopoderosa liga inglesa.

Me preguntó qué estaba pasando en España actualmente, donde en algún momento había seguido de cerca el procés, y yo le dije que, desde una perspectiva global, nada importante en realidad. La lucha contra la pandemia iba bien, pero no por una gestión particularmente buena del Gobierno sino por la decisión de la ciudadanía de vacunarse masivamente. El resto de lo que sucede en España tiene un componente muy doméstico y, en el concierto internacional, nuestro país es un peso medio, nada más.

Según un análisis del Real Instituto Elcano acerca de la presencia de España en la prensa internacional durante 2017-2018, 140.000 de las 400.000 noticias publicadas sobre nuestro país fueron sobre fútbol (más del triple, por ejemplo, que las publicadas sobre el proceso independentista catalán). Eso da una idea de la importancia que tiene la liga de fútbol en la proyección de España y su capacidad de seducción hacia el resto del mundo.

Esta aproximación también se conoce como poder blando (soft power), un concepto acuñado por el politólogo estadounidense Joseph Nye a comienzos del siglo XXI, que vincula, más allá de tener una economía grande o un ejército poderoso, la capacidad de los países para influir en la escena internacional por la autoridad que genera la admiración que suscitan sus valores, actuaciones, prosperidad o excelencia. Por ejemplo, pese a ser países pequeños y poco poderosos, los países escandinavos gozarían de una buena cuota de poder suave porque su estilo de vida, la ausencia de conflictos relevantes o su prosperidad son admirados por la mayor parte del mundo. Tener poder blando implica atraer atención por aspectos positivos, paso previo a la obtención de otros beneficios tales como turismo, inversiones económicas o consumo de productos de marcas españolas. Y en un mundo tan ruidoso, la economía de la atención está cada vez más disputada.

Nos guste o no, el fútbol es una fuente de poder suave. En su momento, se cuantificó en un 0,7% la subida del Producto Interior Bruto en aquellos países que ganaban el Mundial de Fútbol. Aun reconociendo que son especulaciones, lo cierto es que la percepción y la atención del país organizador y ganador mejoran considerablemente.

En un deporte tan global, hipercompetitivo y mercantilizado como el fútbol, ganar o ser relevante transmiten valores positivos acerca del país en el que juegan equipos poderosos o tiene un equipo nacional potente. España ha transmitido solvencia y excelencia cuando ganó el Mundial con un juego atractivo de toque y control. Real Madrid y Barcelona transmiten pasión, rivalidad, pero también profesionalidad, forjando instituciones de ámbito mundial en la que países con mayor presencia internacional y renta per cápita, como Reino Unido, Francia o Alemania, también desean sobresalir. Cualquiera que haya cogido un taxi en cualquier parte del mundo y haya dicho que venía de España sabrá la fascinación que provocan, sobre todo, el Real Madrid o el Barcelona a los aficionados al fútbol de todo el planeta. No por casualidad, Real Madrid y Barcelona se encuentran entre las marcas españolas más conocidas en el mundo.

La capacidad de seducir y generar poder blando de un país se basa en parámetros como el desarrollo económico, el nivel de vida o la educación y la ciencia. Objetivamente, y desde una perspectiva global, España no está mal en todos ellos, pero tampoco destaca especialmente o lidera ninguno. En un mundo de entretenimiento digital, de pantallas, en el que lo viral lo es todo, los valores asociados al fútbol llegan con rapidez, regularidad y contundencia.

El poder suave, y no digamos su primo hermano, la marca país, se construye a través de historias, relatos, conversaciones e «imágenes en las cabezas», diría Walter Lippmann, más que mediante campañas publicitarias, por muy brillantes y onerosas que sean. ¿Quién ve esos vídeos con cocineros y deportistas famosos para promover la marca España? Uno de los últimos, Spain for sure, tan comentado en España, tiene solamente 129.000 vistas en YouTube y la mayoría de los comentarios son de españoles. Son campañas de consumo doméstico.

El fútbol está lejos de ser, como diría la diputada de En Comú Podem Aina Vidal «11 hombres que dan golpecitos a una pelota». Eso es no haber entendido su potencia y que es, probablemente, la principal religión civil de este tiempo. Por eso nos interesa a todos que LaLiga vaya bien, que haya jugadores importantes, que el Barcelona vaya bien, que el Madrid fiche nuevas estrellas, que se juegue bonito y que se ganen campeonatos europeos y mundiales. El fútbol genera atención, paso previo a la monetización y a que la gente se sienta más a gusto en su propia piel, porque también es una cuestión de identidad individual y colectiva.

Si la palabra relato está ya demasiado manoseada y denostada, utilicemos la palabra historia. El fútbol ofrece a España la posibilidad de generar buenas historias varias veces a la semana, de seducir, de atraer la mirada del mundo. Eso es bueno para la economía y bueno para la autoestima general. Por eso debería preocuparnos la decadencia de nuestra liga y la pérdida de atención fuera de España.

César García es profesor de Comunicación Estratégica en la Universidad Estatal del Estado de Washington.

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