La decisión del Banco Central Europeo

«Por sorpresa y sobreactuando», esta es la receta que algunos analistas, inversores y líderes políticos aconsejan adoptar para que las decisiones dirigidas a los mercados sean eficaces y provoquen un cambio de tendencia, desde la aversión al riesgo a la recuperación de la confianza.

Las palabras del presidente del Banco Central Europeo del pasado 26 de julio se produjeron, en efecto, por sorpresa, y fueron también más allá de lo que razonablemente se podía esperar. Después de varias semanas con una fuerte tensión sobre los tipos de interés de España e Italia, Mario Draghi había venido sosteniendo que el BCE no estaba para resolver los problemas financieros de los Estados. Así lo manifestó, por ejemplo, el jueves 5 de julio en la habitual declaración que se produce tras la reunión del Comité Ejecutivo del Banco.

Diecinueve días después, sin embargo, Mario Draghi afirmó desde Londres que el BCE estaba «dispuesto a hacer lo que fuera necesario para preservar el euro», y remató: «Créanme, será suficiente». Con tan solo 14 palabras, 14 mágicas palabras, según se ha dicho, cambió la tendencia en los mercados. En solo dos días, la prima de riesgo de España descendió 50 puntos básicos y la Bolsa subió un 10%.

Pero si bien esas 14 palabras fueron las que coparon los titulares, considero aún más relevantes las que añadió Draghi para fundamentar esa disposición a hacer lo que fuese necesario. Dijo que actuaría «en el momento en que las primas de riesgo dañen el funcionamiento de la política monetaria». Esta aseveración es novedosa y trascendental. Hasta ahora, nunca el BCE había reconocido de manera tan expresa y directa que el tipo de interés al que se financian algunos países de la eurozona afecta a la estabilidad monetaria.

La estabilidad monetaria es competencia del BCE, y si ésta se ve perturbada por las primas de riesgo de los Tesoros nacionales, el BCE estaría compelido a actuar en los mercados de deuda soberana. Y parece evidente que un coste excesivo de financiación, en un contexto de nulo crecimiento económico y de ajuste fiscal, obtura la adecuada transmisión monetaria que el Banco Central está obligado a garantizar. Los tipos de interés a los que se financian los Tesoros marcan las posibilidades de financiarse de la economía en general, de las entidades financieras y no financieras. Con primas de riesgo elevadas, la economía pierde la capacidad de financiarse, y si no hay liquidez no hay crédito, y si no hay crédito hay recesión, y si hay recesión cualquier esfuerzo de consolidación fiscal, por duro que sea, está condenado al fracaso.

El BCE ha inyectado liquidez a las entidades financieras en diversas ocasiones, la última en diciembre de 2011, con volúmenes muy importantes, pero no se ha logrado extenderla a la economía real, algo que no se producirá hasta que la liquidez absorba el exceso de oferta de deuda de países como España e Italia.

Si el BCE responde el jueves con una decisión coherente con las palabras de su presidente, la situación en los mercados de deuda podría cambiar sustancialmente y las expectativas económicas también. Siempre he defendido que el BCE es la única «división» capaz de ganar la batalla de la trampa de liquidez. Así lo he tratado de exponer en un reciente artículo (The Times, 13 de julio) y así lo reclamé durante años en el Consejo Europeo junto con otros mandatarios de la eurozona.

Hasta ahora, el BCE no ha desplegado toda la capacidad que tiene o que debe tener un Banco Central con todos los poderes, entre los que se encuentra, como uno de los más característicos, el de ejercer de prestamista de última instancia, tal y como actúan la Reserva Federal en Estados Unidos y el Banco de Inglaterra en Gran Bretaña. Ambos Bancos Centrales, operando como prestamistas de última instancia, han sido decisivos para la recuperación de la liquidez, la estabilidad monetaria y la capacidad de financiación de sus Tesoros.

En la Eurozona, por el contrario, no hemos contado con un prestamista de última instancia que, con el poder ilimitado que detenta un Banco central, redujera los tipos de interés de los Tesoros nacionales con problemas. Y cualquier alternativa a una actuación como ésta que adoptara el BCE a modo de sucedáneo no funcionaría. Si éste hubiera desplegado desde el principio la misma energía que la Reserva Federal, no sufriríamos la crisis de deuda soberana que hoy sufrimos.

Sé que no es fácil que este nuevo papel de nuestro Banco Central sea asumido por todos. El euro es una moneda joven y su Banco Central también. Apenas tienen 10 años de existencia en el marco del proceso de construcción de una moneda común entre diferentes y muy antiguos Estados soberanos, hasta hoy diecisiete, inédito en la historia. Esto es verdad, pero aunque el euro sea (todavía) una moneda de 17 Estados o una moneda sin Estado, no podrá sobrevivir sin un Banco central que ejerza todas las facultades propias de estas decisivas instituciones para el devenir de las economías contemporáneas.

La concepción del papel del BCE ha pivotado hasta el momento sobre el control de los precios de los bienes y servicios. Nada hay que objetar a esa función esencial. El control de la inflación es, y seguirá siendo, determinante para defender el valor del euro y lograr una economía competitiva. Además, el BCE ha hecho una política de fijación de tipos oficiales del dinero casi siempre correcta. Y digo casi siempre porque las subidas de tipos de julio de 2008 y las dos de la primavera de 2011 no fueron, en mi opinión, adecuadas. No había entonces riesgo de una escalada inflacionista, dada la atonía económica y los datos de inflación subyacente. Tampoco se acaba de entender que en el actual contexto el tipo oficial se mantenga en el 0,75% y no se haya reducido aún más.

Al igual que en julio de 2008 y en la primavera de 2011, no existe hoy ningún riesgo inflacionista apreciable que desaconseje la inyección de liquidez y la expansión monetaria con una actuación contundente en los mercados de deuda soberana. Los países con problemas graves de deuda necesitan el regreso de los inversores foráneos y éstos solo volverán si perciben con claridad que el euro cree en sí mismo, algo que a su vez solo ocurrirá si se ve al BCE actuando como prestamista de última instancia en toda su amplitud.

Es cierto que el BCE ya ha intervenido en los mercados de deuda, pues adquirió bonos en el mercado secundario (se estima que por un importe de 210.000 millones de euros), pero siempre lo ha hecho como sin querer hacerlo, y con volúmenes limitados si los comparamos con los que ha movilizado la Reserva Federal en EEUU y el Banco de Inglaterra. Así no se genera el mensaje que tienen que recibir los inversores: no se ha hecho una intervención con convicción, por un tiempo suficiente y en una cuantía necesaria.

Discrepo de quienes opinan que con ella se trata sólo de ganar tiempo, hasta que las demás políticas económicas, europeas y nacionales, surtan efecto. Porque lo que está en juego ahora, y tan perentoriamente, es más que eso, o, si se quiere, la condición de todo eso. Lo que está en juego es la expectativa misma de la recuperación económica. Y esa expectativa no se abrirá hasta que el BCE no se comporte de un modo consecuente con las últimas afirmaciones realizadas por su presidente. Además -es cierto-, para que esa recuperación sea sostenible hará falta proseguir con esas otras políticas de reforma y consolidación fiscal, orientándolas al crecimiento. Pero sin el disparo de salida del BCE, sin la confirmación de su nuevo papel, no saldremos de ningún modo de esta recesión y del deterioro acumulado que conlleva.

Tampoco cabe, desde mi punto de vista y el de mi propia experiencia, invocar, para rechazar una intervención más decidida del BCE, el argumento del riesgo moral, del riesgo de que los países con problemas aflojen la tensión de las tareas nacionales a acometer. No es serio pensar así, no a estas alturas. España lleva al menos tres años realizando esfuerzos de consolidación fiscal y de reformas sin precedentes, en condiciones muy difíciles, de débil crecimiento o de recesión, con un gran sacrificio colectivo y con una situación social marcada por el alto nivel de desempleo. Y ya sabemos bien que sin liquidez para que la economía reciba oxígeno, los ajustes y las reformas no podrán cumplir sus objetivos. El sufrimiento, además de creciente, seguiría siendo estéril.

Se han cometido errores -de los que, en todo caso, hay que aprender- en el ámbito de la Unión, desde el diseño mismo de la Unión monetaria, y los países que la integramos. Los Gobiernos los hemos cometido, y asumo en primera persona los que corresponden al que yo presidí. Pero nada de ello exime ahora a quien tiene la capacidad de tomar decisiones de la responsabilidad de hacerlo.

el Gobierno de España o el de Italia no pueden crear liquidez en la economía. No está en sus manos la política monetaria, ésta corresponde solo al BCE.

Defiendo la plena independencia del Banco Central Europeo, es la garantía de su credibilidad y de su solvencia. Cuando estuve al frente del Gobierno la respeté y comprobé con qué celo la defienden los responsables de esa institución. Una independencia, por cierto, que hay que predicar y ejercer respecto de todos los Gobiernos de la Unión, de los Gobiernos de los países más grandes y de los que lo son menos. Porque el Banco Central lo ha de ser de todos, percibido como tal por todos los ciudadanos y países de la Unión, como una institución propia, como nuestro Banco central, independiente sí, pero no ajeno, y menos aún hostil.

Si hoy me pronuncio como lo acabo de hacer no es sólo por la libertad que me confiere no estar ya en el Gobierno, sino también porque tengo el convencimiento de que estamos en la hora más decisiva para el futuro del euro y, por tanto, para el bienestar futuro de todos los países que lo compartimos. Esta hora no es en realidad una metáfora, la podemos concretar. Será, más o menos, la de las 14:30 de pasado mañana, jueves, cuando el presidente del Banco Central comparezca en la tradicional rueda de prensa después de la reunión del Comité Ejecutivo y anuncie, como cabe esperar, una actuación congruente con sus palabras del pasado jueves 26.

Pues bien, ese anuncio debería consistir, en mi opinión, en un programa de compra de deuda soberana en el mercado secundario para estabilizar las primas de riesgo de España e Italia en una horquilla en torno a los 200-300 puntos básicos, así como en una reducción del tipo oficial del dinero. Si esto sucede así, o algo similar, todo podría empezar a cambiar, para ver, al fin, algo de luz al final de este largo túnel. Lo deseo de todo corazón.

José Luis Rodríguez Zapatero es ex presidente del Gobierno.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *