La decisión del laborismo israelí

El pasado 2 de marzo el presidente de Israel, Simon Peres, le concedió a Netanyahu una prórroga de dos semanas para formar gobierno. Lo que hace un mes parecía claro y obvio se ha convertido en estos días en uno de los mayores interrogantes en la política israelí, y el hecho de que finalmente Netanyahu no logre formar gobierno ya ha pasado al ámbito de lo posible, aunque aún no sea muy probable.

El inesperado obstáculo al que se enfrenta ahora Netanyahu es el pacto firmado por dos de los nuevos líderes que han entrado en el parlamento: Yair Lapid, cuyo partido de centro Hay Futuro sorprendió en las elecciones al obtener 19 escaños, y Naftalí Bennett, líder del partido El Hogar Judío, un partido religioso y de derechas que consiguió 14 escaños en los comicios. Ambos líderes insisten en que si no entran juntos en la coalición de gobierno prefieren estar en la oposición. Por tanto, en teoría Netanyahu se quedaría con un gobierno con una mayoría ajustada (61 escaños de los 120 que tiene el Parlamento) formada por partidos de derecha y religiosos. Lapid no está dispuesto a entrar en un gobierno donde haya partidos ultraortodoxos y al final Netanyahu se va a ver obligado a ceder ante Lapid, por lo que la coalición de gobierno estaría integrada por los siguientes partidos: el Likud Nuestro Hogar, Hay Futuro, El Hogar Judío y el pequeño partido de Tzipi Livni, llamado El Movimiento, que obtuvo 6 escaños.

Este hecho no es desde luego una buena noticia para el proceso de paz, ya que la coalición de Netanyahu sería ahora más conservadora que la que había en la anterior legislatura. En el partido de Naftalí Bennett hay algunos diputados tremendamente conservadores, y Yair Lapid está mostrando claramente su preferencia por la ideología de derechas, y si estuvieran los partidos ultraortodoxos en el gobierno de Netanyahu tampoco iban a ser ellos los adalides del proceso de paz. Tzipi Livni, que es la única comprometida con la necesidad de retomar las negociaciones, no podrá hacer gran cosa aunque Netanyahu cumpla su palabra y, como próxima ministra de Justicia, la nombre responsable del equipo que va a negociar con los palestinos ya que siempre estaría bajo su supervisión. Ella no serviría nada más que como escaparate para fingir que se está intentando solucionar el conflicto entre israelíes y palestinos.

No obstante, el Partido Laborista, liderado por Shelly Yachimovich, podría dar un giro a la situación. Sus 15 escaños obtenidos en las últimas elecciones le permitirían a Netanyahu presidir una coalición de 70 diputados y con ello los laboristas podrían en gran parte marcar la política del nuevo Gobierno al bloquear la entrada de Lapid y Bennet en él.

Por ejemplo, Yachimovich podría insistir en la paralización, siquiera parcial, de la construcción de colonias en Cisjordania, además de intentar retomar el proceso de paz con el fin de ejecutar la fase B de la Hoja de Ruta del 2003: creación de un Estado palestino con fronteras temporales tras acordar un plan de seguridad, reconocimiento de Israel del nuevo Estado y el establecimiento de las limitaciones para construir colonias en el territorio que quedaría en poder de Israel hasta alcanzar un acuerdo de paz definitivo.

Pero para el Partido Laborista unirse al Gobierno no es una decisión sencilla. Shelly Yachimovich declaró antes de las elecciones que no entraría en el Gobierno de Netanyahu y que si no era elegida como primera ministra prefería quedarse como líder de la oposición. Después de las elecciones se reunió con Netanyahu pero ella ni siquiera quiso iniciar negociaciones formales para una posible entrada en la coalición de gobierno apelando a diferencias insuperables entre ambos partidos. A pesar de esto, el hecho de que aún no se haya formado el nuevo Gobierno y el actual panorama político tenso e incierto han creado unas nuevas circunstancias que deberían hacer al Partido Laborista reconsiderar su rotunda negativa a entrar en la coalición de Netanyahu.

Una posible coalición de gobierno de 70 diputados compuesta por el Likud Nuestro Hogar, el Partido Laborista, el partido de Tzipi Livni El Movimiento, junto con los partidos ultraortodoxos, evitando la entrada de otros partidos de derecha, podría aplicar una política distinta al del gobierno anterior aunque siga estando presidido por Netanyahu. Tanto en lo relativo al posible ataque unilateral a Irán como al avance en el proceso de paz, el Partido Laborista podría realmente influir ya que Netanyahu dependería de él. Y si viera que no consigue ejercer ninguna influencia, siempre podría amenazar con abandonar la coalición.

En cualquier caso, la decisión de formar gobierno con Netanyahu no va ser fácil para un partido que se comprometió ante los votantes a no hacerlo, pero creo que quienes votaron a los laboristas comprenden perfectamente que la situación ha cambiado mucho y que ahora tienen la oportunidad de aprovecharla tanto en el plano político como social.

Yossi Beilin, exministro de Justicia israelí, negociador en el proceso de paz de Oslo

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