La deconstrucción de Saleh

Ali Abdullah Saleh está acabado como presidente de Yemen. Las protestas democráticas populares que comenzaron a pequeña escala a mediados de febrero afuera de la Universidad de Sanaa se han ampliado hasta abarcar a todo el país. La continuidad y la fuerza de las manifestaciones indican claramente que los días del régimen están contados. Los líderes tribales se han unido a los manifestantes. Incluso aliados cercanos de la tribu Hashid a la que pertenece Saleh, como Ali Mohsen al-Ahmar, lo han abandonado. Ahora, también su protector de muchos años, los Estados Unidos, parecen estarlo abandonando.

Saleh, que ha estado en el poder desde 1978, sabe que su tiempo ha terminado. "Están cayendo como hojas en otoño," dijo recientemente refiriéndose a los tránsfugas del régimen. Las renuncias han aumentado: embajadores, ministros, figuras importantes de los medios y generales del ejército.

Este último grupo es el decisivo: cuando los altos mandos militares y el personal de seguridad abandonan a un régimen autoritario ante la presión popular, sus días están contados. Con todo, Saleh conserva la lealtad del Ministerio del Interior, la Guardia Republicana y parte de la fuerza aérea. Sin embargo, los enfrentamientos entre el ejército y la Guardia Republicana están erosionando aún más la coherencia del régimen.

Al igual que otros dictadores en sus agonías políticas - el ex presidente egipcio, Hosni Mubarak, y el coronel libio Muammar Kaddafi, por ejemplo - Saleh, ha advertido de los peligros a que se enfrentaría el mundo si se ve obligado a irse: la Hermandad Musulmana, ataques de Al-Qaeda , la hegemonía regional de Irán, y la fragmentación de Yemen. Après moi le déluge parece ser la única justificación que puede dar para seguir en el poder.

Con una desesperación creciente, Saleh ha ordenado ataques mortíferos contra los manifestantes, creyendo evidentemente que podría salir adelante con su gran habilidad para la manipulación política. Pero cuando declaró el estado de emergencia el 23 de marzo, el número de manifestantes se duplicó en las calles. Dada la clara falta de legitimidad de su régimen, Saleh está jugando un juego peligroso, y mientras más pronto se vaya, mejor será para la estabilidad y la seguridad de Yemen.

En efecto, todos los yemeníes – los houthis, los harak, e incluso los al-hashid - parecen estar unidos en su oposición al dañado régimen de Saleh y en su lucha por los derechos civiles y humanos. Miembros de cientos de tribus han levantado tiendas de campaña en la "Plaza del Cambio" en Sanaa. Tal vez lo más notable sea que, en un país con más de 12 millones de armas de fuego, los manifestantes no han hecho un solo disparo.

Entonces, en la víspera de las protestas previstas por la oposición yemení para el "Viernes de la Salida" a finales de marzo, los Estados Unidos resucitaron al gobierno de Saleh. El secretario de defensa, Robert Gates, declaró que "la caída de Saleh plantearía un problema real para la labor antiterrorista que llevan a cabo los Estados Unidos". Saleh, envalentonado por las declaraciones de Gates, inmediatamente apareció en televisión para ordenar a todos los opositores que abandonaran Yemen, como si millones de yemeníes sencillamente fueran a abandonar el país, para que él y su familia pudieran vivir en paz.

Desde 2009, los Estados Unidos han inundado al gobierno de Saleh con ayuda militar. No obstante, saben que al-Qaeda es un enemigo oportuno para Saleh, y que se exagera el peligro que representaría para ellos el caos posterior a su salida de Yemen. La democracia no coexiste con al-Qaeda. Por el contrario, la creciente amenaza de una radicalización se deriva de retrasar la salida de Saleh.

La credibilidad de Estados Unidos, que ya era poca en Yemen, ha tocado fondo. Las palabras de sus líderes ya no se dan por sentadas. La brecha entre la retórica y las políticas estadounidenses se ha ampliado. El gobierno de Obama se basó en el discurso de los derechos humanos en Libia, pero ignoró las demandas democráticas de millones de yemeníes.

La realidad es que los Estados Unidos han sabido desde hace semanas que no pueden salvar al régimen. Su preocupación por la supervivencia política de Saleh está estrechamente ligada a su tutela del régimen saudita, que teme que la agitación en Yemen podría dar a su propia población chiíta, zaidí e ismailí ideas peligrosas sobre la reforma democrática, y hasta poner en peligro la existencia misma del Estado saudita. Después de todo, las tribus del sur de Arabia Saudita y las tribus del norte de Yemen son históricamente el mismo pueblo, mientras que los chiítas de la Provincia Oriental rica en petróleo están protestando en armonía política con los chiítas de Bahrein.

No es de extrañar que Saleh haya intentado buscar apoyo saudita, para lo que envió a su ministro de relaciones exteriores a Riad con el fin de pedir el tipo de ayuda que el rey saudita dio a Bahrein. Pero los sauditas, después de haber apoyado financieramente a Saleh, y de haber enviado tropas a Yemen en 2009 para respaldarlo en la guerra contra los houthis, ahora consideran que ya no lo pueden rescatar. En cambio, están buscando posibles nuevas alianzas en Yemen para tratar con su impredecible vecino.

Por último, los Estados Unidos parecen haber llegado a la conclusión de que el régimen de Saleh no puede ser reanimado. La medida más compasiva que los Estados Unidos  y Arabia Saudita deberían tomar es una especie de eutanasia política. Un joven manifestante yemení lo expresó de manera sucinta: "Estados Unidos, dejen de mantener con vida artificialmente a Saleh y traten directamente con nosotros. Yemen es el pueblo yemení. Nosotros somos Yemen. Saleh es sólo su compinche."

Por Mai Yamani, autora de Cradle of Islam. Traducción de Kena Nequiz.

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