La defensa común en la UE y la OTAN

EL Ejército Europeo no es para los países de la Unión Europea una prioridad ni es un objetivo a corto ni a medio plazo, y sería muy aventurado decir lo que sucederá a más largo plazo. Podríamos casi decir a día de hoy que, como «Ejército Europeo», ni está ni se le espera en las capitales de los países miembros de la Unión. Sin embargo la necesidad de contar con una fuerza conjunta europea existe y se reconoce. Buena prueba de ello es la reciente iniciativa francesa (la «Iniciativa Europea de Intervención») para poder formar coaliciones militares cuando sean necesarias al margen de la OTAN y la Unión para responder a situaciones de crisis que puedan afectar a Europa, y la respuesta inicialmente positiva a la misma de ocho países europeos, entre ellos el Reino Unido y España.

En cualquier caso, si el proceso de integración europea avanzara, allá en el fondo del túnel una de las luces que se atisbarían podría ser la integración de una manera u otra de las fuerzas armadas de todos los países miembros, que podría recibir o no el nombre de Ejército Europeo y que, obviamente, solo sería posible en el marco de una Unión Europea mucho más unida.

Lo que sí es ya un hecho constatable es que algo se está moviendo en el campo de la seguridad y la defensa a nivel de la Unión Europea. El Tratado de Lisboa, que entró en vigor el 1 de diciembre de 2009, estableció la Política Común de Seguridad y Defensa dentro de la Política Exterior y de Seguridad Común (más conocida como la PESC), de la que fue artífice de su puesta en marcha y primer Alto Representante el español Javier Solana. El Tratado dedicó a la Política Común de Seguridad y Defensa buena parte de su Título V y contempló para ella un nivel de ambición desconocido en este campo desde el intento fallido de establecer la Comunidad Europea de Defensa en la década de 1950.

En concreto, el artículo 42.2 del Tratado de Lisboa afirma textualmente que «la política común de seguridad y defensa incluirá la definición progresiva de una política común de defensa de la Unión. Esta conducirá a una defensa común una vez que el Consejo Europeo lo haya decidido por unanimidad». Este artículo 42.2, que esperemos no sea simplemente un brindis al sol, abre la puerta a unas responsabilidades muchísimo mayores que las que actualmente se otorga a sí misma la Unión Europea en el terreno de su defensa. Solo abre la puerta, pero marca un camino y no es poco el haber llegado a exponerlo en el Tratado.

No obstante, y a pesar de este nuevo horizonte, el propio Tratado de Lisboa autolimita las misiones que pueden corresponder a la Unión Europea a aquellas que ya se acordaron en la Declaración de Petesberg del 19 de junio de 1992 para la UEO como componente de defensa de la Unión. Estas misiones son básicamente las humanitarias, la prevención de conflictos y el mantenimiento de la paz, la gestión de las crisis, y las misiones de estabilización al término de los conflictos. ¿Seguirá siendo vigente esta limitación institucional durante muchos años?

En cualquier caso la Política Común de Seguridad y Defensa de la Unión Europea avanza y, aunque no registró apenas progresos en los primeros años de esta década, la situación cambió a partir de 2016. Desde entonces ha sido creado un Fondo Europeo de Defensa, se ha establecido una Capacidad Militar de Planificación y Ejecución para las misiones autorizadas a la Unión, y ha entrado en vigor el mecanismo llamado Cooperación Estructurada Permanente, que estaba ya prevista en el Tratado de Lisboa.

De estas realizaciones vamos a centrarnos por su relevancia en la Cooperación Estructurada Permanente, que ha tardado casi nueve años en gestarse y que ha sido acordada finalmente en el Consejo de Asuntos Exteriores de la Unión el pasado 11 de diciembre por 25 países miembros. Los únicos países que han quedado fuera de esta decisión han sido Malta, el Reino Unido, en proceso de abandonar la Unión Europea, y Dinamarca, que por decisión propia no forma parte de la Política Común de Seguridad y Defensa.

La Cooperación Estructurada Permanente tiene tanto directa como indirectamente un potencial difícil de precisar en estos momentos, pero que en cualquier caso puede ser de enorme importancia para el futuro de la Unión. Básicamente los países firmantes se han comprometido a aumentar progresivamente sus presupuestos de defensa y a participar cooperativamente en los programas de capacidades militares que se acuerden en el marco de la Agencia Europea de Defensa. En conjunto se trata de reforzar las capacidades militares de la Unión y el desarrollo de la industria de defensa europea.

En el contexto de la Cooperación Estructurada Permanente, la Agencia Europea de Defensa ha recibido por el Tratado de Lisboa dos nuevas competencias: «definir los objetivos de capacidades militares de los Estados miembros» y «fomentar la armonización de las necesidades operativas» de los mismos. Consecuentemente, será la Agencia Europea de Defensa la que liderara el futuro de la Cooperación Estructurada Permanente y, con la probada capacidad de su actual director, el diplomático español Jorge Domecq, es seguro que «despegará» con éxito y proporcionará en unos pocos años a los países miembros de la Unión un progresivo incremento de sus capacidades militares.

El incremento de las capacidades militares de los países miembros de la Unión, y especialmente la manera de conseguirlo a través de programas cooperativos, impulsará a la industria europea de defensa y con ello al bienestar de los ciudadanos, incidirá positivamente en el proceso de integración europeo y en la capacidad militar de la Unión, y favorecerá el desarrollo de su actual Estrategia Global. Indudablemente, el éxito de la Cooperación Estructurada Permanente reforzará también la capacidad militar de la Alianza Atlántica a través de los aumentos de los presupuestos de defensa de los países europeos miembros de ambas organizaciones y la mejora tecnológica de sus capacidades militares.

Será entonces el momento de intentar emprender el camino contemplado en el Tratado de Lisboa para llegar a una defensa común en el marco de la Unión Europea, y de considerar seriamente la posibilidad de un Ejército Europeo con la autonomía estratégica que ahora desea la Unión. Y este camino se debería hacer a mi juicio en íntima conjunción con la OTAN, lo que permitiría mantener en todo su vigor el vínculo transatlántico, que es política y militarmente irrenunciable tanto para Europa como para sus aliados del otro lado del océano.

Esas nuevas fuerzas militares europeas, con una identidad propia en la manera que creativamente se establezca dentro de la Alianza Atlántica, se llamen o no Ejército Europeo, permitiría a la Unión utilizar el conjunto de sus capacidades militares en cualquier tipo de misión que fuera necesario sin comprometer al resto de la Alianza, como ahora lo hace Estados Unidos, y, de no menos importancia, alcanzar y mantener la autonomía estratégica que desea la Unión Europea, lo que reforzaría sin duda la posición de nuestro continente en el conjunto de la escena internacional.

Eduardo Zamarripa, Teniente General del Ejército del Aire.

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