A mediados del pasado mes el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció a bombo y platillo la celebración de más de un centenar de eventos para este año que comienza bajo el lema España en libertad, con el fin de conmemorar "medio siglo de democracia" en España y los "50 años de la muerte del dictador".
Dejando a un lado toda disquisición sobre el momento elegido para tal anuncio, el problema es que, tanto desde un punto de vista histórico como politológico, de las tres afirmaciones de nuestro presidente tan solo la tercera y última es rigurosamente cierta. Pero vayamos por partes.
Aunque en la tradición popular el fallecimiento de Franco es considerado el principio de la Transición, muchos historiadores sitúan su inicio en el tardofranquismo de comienzos de los años 70, momento en el cual empiezan a configurarse tanto los actores como las instituciones políticas que acabarían participando activamente en el proceso.
En este sentido, podría decirse, usando las famosas palabras de Winston Churchill tras la segunda batalla de El Alamein, que la muerte de Franco supone no tanto "el fin" -ni siquiera "el principio del fin"- del franquismo, que tendría lugar exactamente un año después con el harakiri de las Cortes franquistas, sino "el fin del principio" del proceso que politólogos como Philippe Schmitter han llamado de 'liberalización'. Pero la muerte de Franco no marcó en ningún caso ni el inicio de la libertad -¡que se lo digan a los victorianos!- ni de la democracia en España. Para eso aún tendríamos que esperar un par de años.
Los politólogos usamos diferentes índices para tratar de determinar si un país es libre y/o democrático. Quizás el más famoso de todos es el elaborado por la organización estadounidense Freedom House, que desde 1973 viene midiendo los niveles de libertad civil y derechos políticos en todos los países (y territorios disputados) del mundo. Pues bien, según su Índice de Libertad en el Mundo, España no es considerado un país "libre" ni democrático hasta 1977. Es solo en 1976 cuando, debido al proceso de liberalización comenzado por el Gobierno de Adolfo Suárez, el índice de libertades civiles -no así el de derechos políticos- experimenta una mejoría de dos puntos, lo que situó a España como país libre, aunque todavía no democrático.
Otro de los índices más utilizados -desde su fundación por el profesor sueco Staffan Lindberg en 2014- es el publicado por el Instituto Variedades de la Democracia (V-Dem Institute) radicado en la Universidad de Gotemburgo. Centrándonos en el denominado "componente liberal", que mide el nivel de libertad individual, igualdad ante la ley y separación de poderes, se puede observar cómo, una vez más, no es hasta 1977 cuando España supera el umbral que permite considerar a nuestro país como una democracia liberal.
Si, a su vez, miramos al "componente electoral" encargado de capturar hasta qué punto existe en un país libertad de asociación y de sufragio además de elecciones limpias, vemos que no es hasta un año después (1978) cuando España puede ser clasificada como una democracia electoral. Esto mismo es confirmado también por otro de los índices históricamente más empleados por los académicos, el de Polity, creado por Ted Robert Gurr a finales de los años 60 y financiado por la CIA. Queda por ello muy claro que, por mucho que le pese a nuestro presidente, la democracia española no celebrará su quincuagésimo aniversario hasta dentro de tres años. Esto, evidentemente, si no sigue degradándose. No debemos olvidar que, según el índice de democracia desarrollado por la Economist Intelligence Unit (EIU), España ya pasó de ser una "democracia plena" a una "democracia defectuosa" en 2021, y actualmente se sitúa otra vez al borde del descenso.
Una de las justificaciones que se han dado para hacer de 1975 un año de celebraciones es el hecho de que otros países de nuestro entorno también celebraron grandes fastos para marcar los 50 años del fin de sus respectivas dictaduras: Grecia y Portugal el año pasado, Alemania e Italia en 1995. La diferencia está en que mientras la muerte de Hitler y la de Mussolini en 1945 marcaron, sobre todo gracias a la victoria -y consiguiente ocupación- de las tropas aliadas, el fin del nazismo y del fascismo, respectivamente; en España la muerte de Franco no supuso el fin del franquismo. De hecho, no debemos olvidar que Franco fue sucedido por Juan Carlos I como jefe del Estado a título de Rey jurando, bajo la atenta mirada del general Augusto Pinochet, "cumplir las Leyes Fundamentales y guardar lealtad a los Principios del Movimiento Nacional".
En España la Transición podría haber fracasado tal y como ya sucedió en varias de las antiguas Repúblicas Soviéticas después de la caída del comunismo (Azerbaiyán, Kirguistán) o durante la 'primavera árabe' (Egipto, Libia), donde la liberalización no dio paso a la democratización.
La cantidad de países latinoamericanos (Cuba, Haití) y africanos (Guinea Ecuatorial, Malaui) donde esto sucedió es incontable. Sólo hay que ver el excelente documental de Victoria Prego sobre la Transición para ver que hubo momentos en los que las cosas podrían haber sido diferentes y haberse ido a pique, sobre todo entre "finales de 1976 y finales de enero de 1977", como bien reconoció uno de sus protagonistas, Rodolfo Martín Villa (ministro del Interior en aquella época).
La situación en Grecia y Portugal es más similar a los casos alemán e italiano que al español. En Grecia, otro ejemplo donde el proceso de liberalización iniciado en 1973 por el dictador militar Georgios Papadopoulos fracasó estrepitosamente, la caída de la Dictadura de los Coroneles a finales de julio de 1974 tras la invasión turca de Chipre, dando lugar al "cambio de régimen" o Metapolitefsi, como lo prefieren llamar nuestros amigos helenos, convirtió claramente 1974 -que vio también la celebración de las primeras elecciones libres postdictadura cuatro meses después- en un año digno de festejos.
De igual modo, nuestros vecinos lusos tenían buenas razones para aplaudir el quincuagésimo aniversario de la Revolución de los Claveles que puso fin al denominado Estado Novo o República Corporativa, establecida por António de Oliveira Salazar a mediados de los años 30. Es interesante que en Portugal no se celebrase la muerte del dictador, la cual -como sabemos por casos como los de Azerbaiyán, Cuba, Turkmenistán, Venezuela o Corea del Norte- no siempre lleva a una transición democrática. Porque, como ya señaló Pilar Urbano, conocida cronista de la Transición española, a la muerte de Franco, además de una posible involución, "se abrían dos caminos: ruptura o reforma". Esto último no queda claro hasta la aprobación tanto parlamentaria como en referéndum de la Ley para la Reforma Política a finales de 1976, vigente sólo desde principios de 1977.
La pregunta que uno puede hacerse entonces es: si el Gobierno quería celebrar el quincuagésimo aniversario del fin del franquismo, ¿no sería más conveniente hacerlo en 2026? Si lo que se pretende es conmemorar medio siglo desde la celebración de las primeras elecciones limpias y libres, 1977 es el año de referencia adecuado. Si, por el contrario, lo que prefiere es celebrar 50 años de libertades civiles y políticas, además de la aprobación de nuestra Carta Magna, lo mejor sería elegir 1978.
Algunos celebraremos las cinco décadas del nacimiento del sistema de partidos moderno en 1979 (véase la web whogoverns.eu). Incluso si Sánchez tiene algún fetiche con 1975, y su "memoria histórica" no le vuelve a fallar, sería mejor celebrar el nombramiento ese mismo año de dos de las personas que, tal y como se lee en el epitafio de Adolfo Suárez, hicieron posible la concordia: Juan Carlos I y Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes franquistas y del Consejo del Reino desde principios de diciembre de 1975.
¡Si será por fechas! Alguien debería recomendar a nuestro presidente que, en honor a la verdad, se conmemorasen los 50 años de la consolidación democrática en España, en 2032. El año 1982 no sólo fue el año de la primera visita papal y del primer mundial de fútbol en tierras españolas, sino también de la aplastante victoria socialista de Felipe González. Es precisamente ese año cuando, con la primera alternancia de gobierno (léase a Samuel Huntington), la democracia en España se convierte en "el único juego en la ciudad" (Juan Linz y Alfredo Stepan dixit). Pero claro, puede ser que para entonces Pedro Sánchez ya no sea presidente, o que incluso el PSOE ya no exista. Claramente el PSOE de la Transición, el de González, hace tiempo que está muerto.
Fernando Casal Bértoa es profesor titular en la Universidad de Nottingham (Reino Unido).