La democracia desencantada

El fracaso simultáneo, el pasado 24 de mayo, de la mayoría en el poder en España y en Polonia –elecciones locales en España y presidenciales en Polonia– nos recuerda útilmente que la democracia no es equitativa. En los dos casos los electores han castigado a partidos que han demostrado ser excelentes gestores: la economía polaca, dirigida por el Partido Plataforma Cívica, liberal moderado, es, de todas las de Europa del Este, la que se desarrolla más rápidamente, desbaratando los pronósticos pesimistas sobre un país recién salido del comunismo. Paralelamente, el rigor del Gobierno español –rigor y no «austeridad», ese eslogan izquierdista– ha restaurado el crecimiento y vuelto a crear empleo a un ritmo que ningún otro de los países afectados por la crisis económica de 2008 ha alcanzado. Los electores no están satisfechos, lo que demuestra que la economía no determina necesariamente las elecciones. En ambos casos se nos recuerda que el pueblo, cuando vota, está insatisfecho por definición, siempre decepcionado, tanto si vota a favor como si vota en contra, más fascinado por los discursos que por la realidad. Los hechos no constituyen más que un elemento de la elección a la hora de votar: la retórica sobre los hechos es tan determinante como la realidad que se observa. En la época de los llamados medios de comunicación sociales y de la cultura contemporánea del narcisismo, el carisma de los líderes conmueve a los indecisos, que son legión; el líder sin experiencia machaca sobre un futuro prometedor, mientras que el hombre de estado curtido se ve reducido a defender su balance. Igual que en economía el consumidor se precipita sobre lo nuevo, también en democracia son lo inédito y la moda lo que atrae a los parroquianos.

La democracia desencantadaObjetarán que la novedad es artificial: viejos vinos vendidos con etiquetas nuevas. Podemos en España o el Partido Derecha y Justicia (PIS) en Polonia reciclan ideologías gastadas, marxista en España, nacionalista en Polonia. Pero todo el mundo recicla, porque en política solo existen doctrinas antiguas que se remontan a Platón y a Aristóteles, y categorías limitadas de emociones colectivas; nadie sabe reinventar la sociedad, ni la naturaleza del hombre. Los que lo han intentando (comunismo, fascismo, islamismo) han conducido a sus naciones a grandes catástrofes.

Tranquilicémonos, pues, por la banalidad misma de la oferta política de Podemos y Ciudadanos en España, y del Partido Derecho y Justicia polaco. Cuando por ventura ejerzan el poder local o nacional, traicionarán sus promesas, decepcionarán y serán excluidos a su vez. En resumen, solo existe un principio fundamental en democracia: la alternancia entre los realistas y los vendedores de ilusiones, esas dos figuras concurrentes y eternas de la naturaleza humana. Como la realidad decepciona y las ilusiones se disipan, todos los que ejercen el poder están destinados a perderlo. Lo que nos recuerda el objeto mismo de la democracia; su finalidad no es tanto seleccionar a los mejores como limitar el poder de todos los gobernantes y deshacerse de ellos en fechas fijas, sin derramamiento de sangre. Sin la democracia y antes de la democracia, los dirigentes, buenos o malos, reinaban hasta el final de sus días, como si fuesen pasteles, o hasta el siguiente golpe de Estado. Gracias a la democracia, la rotación de las élites está asegurada, y los fines de reinado los determina el calendario, lo que nos ahorra una guerra civil. Mejor aún, todas las democracias en Europa están dotadas de una Constitución, y todo poder es modesto, lo que limita el desgaste de la incompetencia. Y la propia Unión Europea, por su misma existencia, modera los excesos; incluso los griegos acabarán por darse cuenta.

Recordemos también que la democracia no se basa en la elección, sino en el estatuto de la oposición; esta tiene derechos tan intangibles como los de los gobernantes. Por eso en Rusia, China, Venezuela o Argelia, el uso de la palabra democracia es una impostura o, si se prefiere, un homenaje que se rinde por el vicio de la virtud. Cuando Winston Churchill, demasiado citado, declaraba que la democracia es el «peor régimen a excepción de todos los demás» cuando él mismo fue vencido tras haber ganado la guerra, se refería implícitamente a todo lo anterior. Y observaremos de paso que las palabras de Churchill son válidas también para la economía de mercado, «el peor sistema a excepción de todos los demás».

Por lo tanto, no deberíamos prohibir a Podemos o al Partido Derecho y Justicia soñar con utopías superiores a la democracia y al capitalismo, a condición de que sean sueños. En el Siglo de las Luces, los filósofos liberales no pensaban en la democracia, pero soñaban con sustituir la monarquía absoluta, el despotismo ilustrado. Surgió Napoleón, que se apropió de ese sueño y logró, en 10 años de reinado, matar a seis millones de personas. Más vale conformarse con la democracia, con su principio de alternancia y su mediocridad tranquilizadora. En democracia, nadie gana nunca completamente ni de forma duradera y toda derrota es provisional, igual que ningún partido tiene nunca toda la razón ni se equivoca siempre; cada partido representa un fragmento de la realidad, aunque pretenda representarla por entero. El resultado de una elección no es más que la espuma de la democracia: una ola empuja a la otra..

Guy Sorman

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *