La democracia en acción

Los demócratas y los republicanos de Estados Unidos coinciden: la democracia de su país está amenazada y no es una preocupación inmediata; la economía sí lo es. Según un nuevo sondeo de Times/Siena, la mayoría de los votantes registrados (71 por ciento) reconocen que existen grietas en su sistema democrático, si bien no están de acuerdo sobre las causas. Ambos lados del espectro político culpan al otro bando de la amenaza. La mayoría responsabiliza también a los medios de comunicación convencionales, aunque no necesariamente a los mismos. El 67 por ciento de republicanos y demócratas (sobre todo en el lado demócrata, claro) consideran a Donald Trump una amenaza para la democracia. El caso es que si combinamos esos votantes registrados, el 60 por ciento también consideran que Joe Biden es una amenaza (principalmente los republicanos, pero también algunos demócratas).

¿En qué sentido constituye Biden una amenaza para la democracia estadounidense? Para el 29 por ciento de los que afirman en el sondeo que el verdadero ganador fue Trump, el usurpador es Biden, no el expresidente. La otra mitad podría tener diferentes razones. A lo mejor piensan que Biden no es un auténtico moderado, sino que simpatiza con las políticas socialistas o incluso comunistas. Otros quizá acusen al bando opuesto de poner en peligro la democracia simplemente porque es lo que más suena en el relato político actual. La polarización puede adquirir con facilidad el aspecto de personas que intercambian insultos como colegiales.

Aun así, podría haber otra explicación no para la amenaza a la democracia en sí misma, sino para el razonamiento general del electorado: es posible que los votantes no estén actuando como niños sino como ciudadanos preocupados. Ahora mismo, en este preciso momento, ¿qué relevancia tiene realmente la fragilidad de la democracia? Una turba irrumpió en el Capitolio hace casi dos años en apoyo de su «hombre fuerte», como Hannah Arendt, entre otros, seguramente calificaría a Trump. Salvo por una ley bipartidista aprobada para clarificar las normas de los colegios electorales, la dinámica no ha cambiado mucho. Los demócratas ni siquiera han sido capaces de quedar primeros en los sondeos.

Tras un breve respiro en las encuestas de finales de verano y principios de otoño, los demócratas van camino de volver a ser derrotados en las elecciones de mitad de mandato. Ahora bien, la mayoría de los nuevos gobiernos pierden sus escaños en el Congreso. Para que eso no ocurra necesitan una calificación superior a la media. Las puntuaciones de Biden en los sondeos, por debajo de la media, no ayudan. El partido del presidente solo ha conseguido escaños en el Congreso tres veces en la historia (con Roosevelt, Clinton y Bush hijo), y seis en el Senado (con Roosevelt, Kennedy, Nixon, Reagan, Bush hijo y Trump). Incluso después del gran éxito legislativo en el primer año y medio de Biden en el cargo, la inclinación de la opinión pública por el actual presidente no es ni mucho menos constante. Las fechorías de Trump (financieras, el 6 de enero y Mar-a-Lago) se han exhibido explícitamente ante la ciudadanía, y aun así Biden no parece conseguir que esta le dé una tregua. Si bien la incapacidad del presidente para ganarse el apoyo de la opinión pública se debe tanto a la desinformación polarizada como a la coyuntura económica, también hay que responsabilizar al Partido Demócrata.

No es ningún secreto que durante la era de Obama, el partido quedó debilitado en los planos estatal y local. El entonces presidente, que era un orador y un líder carismático, gozaba de una gran popularidad. Consiguió movilizar eficazmente al electorado demócrata para que lo apoyara como candidato, pero hizo muy poco para consolidar el partido, y dejó en él un vacío difícil de llenar. Por otra parte, Biden es una figura estable. Ha sido eficaz en el aspecto legislativo, pero no es especialmente carismático. Su capacidad para movilizar es limitada, tanto por las circunstancias económicas como por la entidad de su presencia política. Para los demócratas y los republicanos por igual, su edad también supone un problema.

Así y todo, si el Partido Demócrata se hubiera centrado en su propio activismo local durante el Gobierno de Obama, especialmente mientras el Tea Party con su ideología radical se hacía con el Partido Republicano desde la base, quizá se podría haber recuperado el control de las Cámaras estatales. Tal vez las delimitaciones de las circunscripciones para los escaños de la Cámara de Representantes, trazadas de modo ambivalente, podrían haber favorecido a los demócratas, en vez de al revés. A lo mejor el Partido Demócrata podría haber estado más presente en el plano local. Quizá la presencia política segura y constante de Biden hubiera bastado en esas circunstancias.

Entonces, ¿las «masas neutrales e indiferentes políticamente» (combinadas con una turba intermitente) siguen siendo las dueñas de la situación? ¿Tendrán los poderes totalitarios una segunda oportunidad de hacer uso y abuso de las instituciones democráticas para acabar con ellas? Con la vista puesta en el futuro, quizá no debiéramos olvidar la advertencia de Arendt de que «el gobierno democrático se ha basado tanto en la aprobación tácita y en la tolerancia de los sectores de la ciudadanía indiferentes e incapaces de expresarse como en las instituciones y las organizaciones elocuentes y visibles del país».

Por lo tanto, se deduce que cualquier amenaza inmediata, real o imaginaria, a la democracia podría haber perdido su relevancia por simple desinterés. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, ¿han perdido el rumbo las masas volubles? En realidad, no es exactamente así. La retórica ideológica se ha dejado casi totalmente de lado, y entre los electores de los partidos ha aparecido un verdadero interés común: las calamidades económicas. Hay indicios de que la participación de los votantes tenderá a ser alta. Estados Unidos se encuentra en una especie de burbuja democrática de mitad de mandato al menos hasta que se conozcan los resultados,‒ ya que ¿quién puede asegurar que lo que salga de las urnas no será puesto en duda con vehemencia al más puro y arrogante estilo trumpiano? Parece que las elecciones de mitad de mandato en 2022 serán lo que siempre han sido: un referéndum sobre los avances del nuevo Gobierno. En consecuencia, estos comicios giran en torno a la política nacional y local. Los demócratas harían bien en recordarlo. En cierto modo, esto nos devuelve a una percepción temporal de normalidad. Tal vez esa molesta sensación de irresponsabilidad que acompaña a la indiferencia por la amenaza presente, real o imaginaria, a la democracia se pueda mitigar simplemente tomándonos un respiro, aunque sea solo un descanso pasajero frente a todo el ruido. Al fin y al cabo, el día después de las elecciones de mitad de mandato, salvo cualquier conmoción causada por el cuestionamiento de los resultados por parte de los republicanos, lo importante será 2024.

Beth Erin Jones es doctora por la Universidad Autónoma de Madrid.

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