La democracia nigeriana se hace adulta

Las elecciones legislativas de Nigeria, a las que seguirán unos comicios presidenciales el 16 de abril, indican que el Partido Democrático Popular (PDP) gobernante ha perdido su dominio casi total de la política del país. De los cuatro principales partidos de oposición que presentaron candidatos para los 469 escaños  parlamentarios disputados, el Congreso de Acción de Nigeria (CAN) obtuvo la mayor parte de los votos en el sudoeste del país y derribó a incondicionales del PDP como el Presidente de la Cámara, Dimeji Bankole, y a la senadora Obasanjo-Bello, hija del ex Presidente Olusegun Obasanjo.

Sin embargo, el PDP paró la embestida en el delta del Níger, productor de petróleo, región natal del Presidente Goodluck Jonathan. También mantuvo sus posiciones en el sudeste, predominantemente igbo, y en el cinturón central, que alberga a varios grupos étnicos pequeños.

El ascenso al poder de Jonathan en mayo de 2010, a raíz de la muerte del Presidente Umaru Yar’Adua, cuando llevaba tres años en su cargo, se caracterizó por una controversia enconada. Algunos políticos del PDP del norte musulmán insistieron en que se permitiera a su región presentar a un candidato, pues Obasanjo, considerado representante del sur cristiano, había ocupado su cargo durante ocho años, pero se desestimó su petición.

Entonces el partido tuvo una hemorragia de miembros influyentes, en particular en el Norte. Los analistas predijeron que el Congreso por el Cambio Progresista (CCP), encabezado por Muhammadu Buhari, musulmán norteño del Estado de Katsina, se haría con una gran proporción de los votos de esa región. Buhari es también el candidato presidencial de ese partido. El CCP obtuvo la mayoría de los escaños en Katsina, pero el PDP consiguió aún mantener su dominio de la política de esa inestable región.

Las elecciones legislativas, originalmente previstas para el 2 de abril, pero aplazadas una semana porque la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI) no había impreso las papeletas de voto idóneas y otros materiales para las elecciones, se celebraron en una atmósfera de miedo, violencia e incertidumbre. La víspera de las votaciones, estallaron bombas en la oficina de la CENI en Suleja, cerca de la capital federal, y mataron a varios funcionarios electorales. Las explosiones en Maiduguri, gran ciudad del nordeste en la que Boko Haram, violenta secta musulmana, sigue siendo una presencia amenazante, pese a la dura represión a la que la sometió el Gobierno en 2009, obligaron a muchos votantes a permanecer en sus casas. Setenta y cuatro millones de nigerianos estaban inscritos para votar, pero la participación fue muy inferior.

Attahiru Jega, profesor universitario y presidente de la CENI desde agosto de 2010, revisó un mecanismo electoral esclerótico y corrupto, creó un nuevo y creíble registro de votos e impartió una nueva capacitación a su personal y lo desplegó en los 120.000 colegios electorales de un país enorme... y todo ello en seis meses. Las elecciones iban a ser, de todos modos, una difícil prueba, con tanta mayor razón cuanto que, a raíz del final del gobierno militar en 1999, los políticos nigerianos se habían habituado a amañar las votaciones. Al fin y al cabo, los observadores locales e internacionales consideraron que las elecciones de 2007, que dieron el poder a Yar’Adua, la tercera “victoria”consecutiva del PDP,  fueron las peores de la historia del país.

De hecho, antes de la votación de principios de este mes, Nigeria se encontraba en un atolladero de “autoritarismo electoral”. El todopoderoso PDP, valiéndose de su dominio de los organismos de seguridad, de los considerables ingresos por petróleo, a los que el Presidente y su séquito tenían un acceso sin trabas, y de una intrincada red de clientelismo que llegaba hasta los consejos locales de los 36 Estados de Nigeria, parecía destinado a gobernar indefinidamente. Las elecciones habían llegado a ser un ritual vacuo, los asuntos de la política pública no eran cuestiones importantes de la campaña y la oposición estaba dividida, desprovista de una financiación suficiente e incapacitada para idear una estrategia destinada a reducir el tamaño del coloso PDP.

Hay que reconocer que el Presidente Jonathan propició unas elecciones limpias. Cuando el CENI aplicó un mecanismo complejo y riguroso para comprobar posibles amaños de las votaciones, se mantuvo firme y respaldó a Jega, pese a que los halcones de su partido empezaron a murmurar que éste era un “radical peligroso” al que el Presidente debía destituir. Los partidos de oposición lograron consolidarse y por fin se deshizo el monopolio del poder por parte del PDP, aunque no desapareció del todo.

En realidad, parece que Jonathan y el PDP van a obtener buenos resultados en las elecciones presidenciales. Los deficientes resultados obtenidos por el CCP en las elecciones legislativas del Norte podrían ser un indicio de que los influyentes políticos conservadores de esa región, a los que se enfrentó Buhari cuando, siendo general del ejército, derrocó la Segunda República en un sangriento golpe en diciembre de 1983, no han olvidado ni perdonado. Actualmente se están celebrando conversaciones entre el CCP, el CAN, que presenta a Nuhu Ribadu, ex jefe de la lucha contra la corrupción, como candidato presidencial, y el minoritario Partido de Todos los Pueblos de Nigeria, que presenta a Ibrahim Sheklarau, para presentar a un candidato común.

Buhari es más conocido a escala nacional que los otros dos, pero el CAN de Ibadu obtuvo mejores resultados que el CCP durante las elecciones legislativas. De modo que no está claro quién cederá el paso a quién. Sin embargo, si los partidos de oposición resuelven sus diferencias y logran constituir una firme plataforma común, podrían obligar a Jonathan a someterse a una segunda vuelta.

Ya sólo el de que las elecciones se celebraran –y sin conflictos violentos entre el Norte y el Sur del país– ha sido un notable logro. Los problemas en aumento del país –corrupción desenfrenada, infraestructuras físicas y sociales deterioradas  e insurgencias éticas y religiosas en aumento en el nordeste, la región central y el delta del Níger– están aún por abordar en serio.

No obstante, los nigerianos de a pie abrigan la esperanza de que en las elecciones presidenciales, que se celebrarán esta semana, y las de las asambleas de los Estados y de gobernadores, que se celebrarán el 26 de abril, se elija a políticos que por fin afronten esos imperativos. Como mostraron las elecciones legislativas, ya es hora de que los nigerianos reciban los dividendos de la democracia: un gobierno que refleje sus intereses y responda a sus peticiones.

Por Ike Okanta, analista político y escritor radicado en Abuja. Actualmente miembro del Open Society Institute. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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