La democracia no es negocio

Me dice un amigo común que Chicote, el periodista de ABC, me anda buscando para que le pague los treinta mil euros que ofrecí por ver la tesis de Sánchez. Le aclaro que no fui yo el que los comprometió, sino un tal Sigfrido, aupado por cuatro Ballantines. Los acreedores siempre me han dejado mal cuerpo, sensación frecuente cuando escucho a políticos inventarse deudas pendientes.

Esa actitud agresiva se ha acelerado desde que el presidente perdió su máscara. Total, si ya he alcanzado el poder –debe de pensar–, ¿qué objeto tiene seguir con el rollo de la regeneración democrática? Un presidente que durante años nos contó milongas sobre su concepto de la ética, de su repulsión a la mentira, de la desvergüenza de mirar hacia otro lado, de la casuística obligada de los ceses, de la inmoralidad de los plagios, de la inoportunidad de las puertas giratorias, de la malversación del nepotismo…, se ha visto reflejado en cada una de estas situaciones. Un presidente que blasonaba de transparencia, y que otorgaba certificados de decencia, se nos ha quedado en el chasis. Aguantó dos ceses, para guardar las formas, pero el tercero, el de la ministra de Justicia, más los desigualmente merecidos con otros ministros y la contratación escandalosa de su mujer, cayeron en saco roto.

La democracia no es negocioPero cuando Sánchez empieza a madurar (parecerse más a Maduro) es cuando en el Congreso, delante de todo el país, miente respondiendo a la pregunta de Albert Ribera sobre su tesis. Abunda en ello cuando PlagScan denuncia que los filtros que analizan los plagios han sido manipulados por Moncloa y no reacciona. No se desgañita exigiendo una verificación inmediata del sistema ante notario, como hubiera pedido cualquiera con dos dedos de frente, y no lo hace porque sabe que ha plagiado y porque con su consentimiento se ha manipulado el software. Lo fía todo a lo que Podemos le dice de que la gente es tonta. No sé, quizá, pero tampoco Nixon quería reconocer las cintas borradas y terminó haciéndolo.

Un día antes del referéndum venezolano sobre el cambio de Constitución, en el programa Mesa de Redacción de la Televisión Cubana, Fidel Castro manifestó que había desaconsejado a Chaves su convocatoria: «La gente todavía sigue obsesionada con la casa y el cochesito»; y efectivamente lo perdió. A partir de ese momento, a Chaves ya no le mereció la pena aparentar lo que no era y decidió ocupar las instituciones que la democracia le negaba.

Sin exageraciones, algo parecido empieza a hacer nuestro presidente. Es más que probable que esté maquinando el modo de atenazar la Justicia (como ha hecho con Televisión Española, el CIS, Correos, Marca España y ha intentado con la prensa). Aceptemos la realidad: para el tema de Cataluña, para el techo de gasto, para los nombramientos e indultos que necesita, y una docena de cosas más, la ley le resulta un incordio.

Nuestro problema más serio es que para Sánchez, la democracia ha dejado de ser negocio. Le sirvió para conseguir el poder, pero no le ayuda a mantenerlo. No le interesan los votos del Senado porque no los controla, tampoco las elecciones porque no las gana. La coherencia o la palabra dada es una servidumbre que tienen los señores o los ingenuos y él no es ni lo uno ni lo otro. Todo vale para mantener el poder. Que se lo pregunten a los «patricios» Ortega, Maduro, Castro, Morales e Iglesias. Acaba de entender por qué hay que amordazar a la prensa: puede descubrir la casa de súper lujo que te has comprado, contabilizar las retribuciones en especie (chóferes, vigilantes…) que no pensabas declarar, la tesis que copiaste, o en el colmo de las cosas, relatar los abucheos que recibes. Demandarla sin pruebas no soluciona nada. Por eso no lo hace. Una persona decente, y Sánchez –me molesta decirlo– tengo dudas de que lo sea, a estas horas habría dimitido o convocado elecciones agobiado por tanta evidencia de mentiras y contradicciones. Ni se lo plantea, dimitir es la muerte y a Zapatero en siete años solo le pidieron una conferencia, y en Caracas, y yo creo que por eso se quedó.

Aparcadas las reglas de la democracia, concibe las reglas de las apariencias. Sánchez sustituye la ética por la estética. Quiere que la gente vaya a La Moncloa, pero no ir él al Senado. Dar el poder a sus bases ha sido una trampa irrepetible; su Consejo Federal solo aparenta ser independiente; su buena relación con los barones es una fachada; su respeto a la Constitución es virtual; sus miramientos hacia la Corona me temo que también lo sean. Cabría incluso dudar de su ideología, pues para alcanzar el poder en un partido de derechas le hubieran exigido un mayor nivel. Si el PP o Ciudadanos le aprobaran el presupuesto y le garantizaran la presidencia dos años más, era capaz de pedir a Iglesias que vistiera de marinerito en sus visitas a La Zarzuela.

¿Es peligroso Sánchez –preguntaba alguien– como para llevarme el dinero fuera? Por supuesto que no. España es un Estado de Derecho potente y su sociedad civil también lo es. Más preocupante era Tsipras y la Unión Europea le ha doblado el codo. Sánchez es un riesgo por los destrozos previsibles difíciles de enumerar. Puede ocasionar los recortes de mañana. Puede prorrogar con su buenismo el problema catalán y reeditar el tripartito. Lo mismo cabría decir de perder una oportunidad con Gibraltar o de manosear temas como la Mezquita de Córdoba, los aforamientos, o los cambios de género en la Real Academia. Puede hacer que padres pusilánimes se planteen si merece la pena llevar a sus hijos a la Universidad Camilo José Cela… Donde se quiebra mi teoría, aunque nunca se sabe, es en el tema de Franco: ¿qué va a hacer este hombre sin él? No lo sé. Sánchez sin Franco será como Duque sin la escafandra, una especie por catalogar.

Tropiezo en un sepelio con Sigfrido, parece que ha extendido su agenda social a los funerales, más accesibles que las bodas. Gordo como un obispo, comenta elevando su dedo profético que si Sánchez plagió buena parte de su doctorado qué no haría en la licenciatura. Me paro para decirle que copiar, como todos. Pero contesta rápido que eso no es respuesta válida para un presidente, que él tiene que ser ejemplar. ¿Se imaginan la de cosas que un alumno, a partir de ahora, podrá contestarle a su catedrático –añade con oratoria de abate dominico, cercana a la inspiración divina– cuando le amonesten por hacer trampas en un examen?

Podría tener razón, lo que tengo claro es que si la democracia ya no es negocio para Sánchez, él tampoco lo es para nosotros. O somos ejemplares y valientes en abordar este problema, o nos arrepentiremos.

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

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